martes, 27 de diciembre de 2011

Del día, la noche y otra vez el día

Esta mañana, después de un día infructuoso en el que fatigué cada uno de mis recuerdos buscando a quienes, entre los seres conocidos, podrían formar parte de la intersubjetiva, decidí recurrir a una libreta rayada para hacer algunas anotaciones y ordenar la búsqueda que hacía apenas un día había comenzado como un ejercicio mental, pero sin método.

Entre la inmersión en los recuerdos y la libreta hubo, para ser fiel a la verdad, otro recurso del cual me valí y que hacía rato había dejado en desuso. Recurrí a los sueños lúcidos. Antes de caer dormida, me ordené soñar con todos mis conocidos, pedí encontrarlos sentados en un anfiteatro al aire libre, en un bosque, donde la primavera cayera sobre los asientos de la izquierda, el otoño sobre los de la derecha y el invierno inclemente, sobre el escenario. No habría verano. Habría sí unos cuantos pájaros muertos sobre las gradas y la bestia que, entrañable y asesina, atada a una cadena sin fin se pasearía por las primeras filas, lamiendo las mejillas de aquellos que fueran miembros de la intersubjetiva, marcándolos con la maña que alguna vez usara Judas el Iscariote.

Mis órdenes no fueron cumplidas. No hubo sueños lúcidos, solo (sin tilde, porque los señores de la Real Academia Española, regentes de la lengua que ocupo y me ocupa, alguien me contó, han hecho un guiño a esta omisión) unas imagenes difusas del faro del fin del mundo retratada en la tapa del libro de Julio Verne, que alguien había dejado sobre el banco de una plaza, sin magia y sin historia, que es como decir, inexistente.

Con la libreta de hojas rayadas en la mano, me debatí primero si debía ordenar a las personas cronológicamente o por etapas de mi vida, enseguida me agobió la idea. Pensé luego en dibujar mapas -desestimando todo momento histórico-, y ubicar en ellos a la gente alguna vez conocida. Me sentí mucho más atraída por esta idea, sin embargo aún tenía dudas de si esta disposición me permitiría bucear el entramado e identificar a los intersubjetivos.

Entonces, la claridad.

La respuesta estaba en la palabra "entramado". Un entramado era lo que ordenaría la información en el papel rayado, aunque las rayas ahora no fueran necesarias para sostener los nombres, porque los nombres serían los nodos y los vínculos entre ellos los vectores. Y entendiendo la red vinculadora de nodos llegaría a la intersubjetiva.

(Fragmento de la novela Alicia)

lunes, 26 de diciembre de 2011

Diciembre inaugural

Me enteré de su existencia este diciembre que aún transcurre como río por mis venas. La noticia no me fue revelada a través de ningún órgano con función de oráculo ni por mi vagina, que muchas veces tiene ansiedades de pitonisa, sobre todo cuando consume brebajes elaborados a base de cocentrados de clorofila. La noticia me llegó desde la periferia.

Alguien, voy a reservarme su identidad, no porque su identidad sea mía o quiera poseerla, sino porque no quiero compartir su nombre ni hacerlo público, me comentó en la víspera de nochebuena de una comunidad de hombres y mujeres, conocida por pocos, pero intuida por muchos, que se mezclaba entre nosotros, el resto.

A la comunidad, estos pocos la nombran la intersubjetiva. La intersubjetiva esta, obviamente, conformada por los intersubjetivos, seres humanos que comparten el sentido común, un tipo de saber precedente e indocumentado que no ha sido registrado ni en enciclopedias ni en diccionarios, no ha sido capitulado, ni editado, solo intersubjetivado por los intersubjetivos.

Pasé la nochebuena y la navidad pensando en estos señores. Mientras mis intestinos lloraban un clericó añejado en barricas de pino barato, mi cerebro reptaba por las geografías de los barrios conocidos censando a los seres con los que alguna vez yo estrechara manos, para catalogar a aquellos que posiblemente formaran parte de la intersubjetiva.

Diciembre se muere, el año agoniza.

Diciembre: fin. Diciembre: comienzo.

(Fragmento de la novela Alicia)

sábado, 17 de diciembre de 2011

Viernes, el denominador

Cualquiera fueren los numeradores, los viernes que han transcurrido en mi balcón los denominaron. Fue hasta ayer, que fue su último día como denominador. Si se denominó hasta a sí mismo: hubo un viernes por viernes en mi balcón.

En un raconto del que puedo dar cuenta, pues fui partícipe circunstancial y no necesaria, lo que estimo que me acerca a una categoría de testigo, aunque no necesariamente, el viernes ha denominado, en principio, las veinticuatro horas del día. Así es que se pueden afirmar veinticuatro horas por viernes. De ahí en adelante la lista es interminable.

Sólo (que lleva tilde porque se puede reemplazar por solamente) en mi balcón hubo quinientos pájaros muertos por viernes, que es como decir cinco mil pájaros muertos cada diez viernes. También se han contado un dolor de cabeza matutino por viernes, ningún dolor de muelas y tres cuartos de dolor de ovario (esto siempre y cuando hubiera alguna persona en el balcón que pudiera padecerlos) Pero como las estadísticas son caprichosas o permiten que se juegue con ellas, debo confesar que estos últimos años, los viernes, he traído individuos a mi balcón  para torturarlos con estos dolores. He llegado a comprobar, que aún trayendo hombres, estos pueden sufrir dolores de ovarios.

Los paraísos oníricos abundantes, paralelos y conectados tiran anclas a las seis de la tarde. He sido egoista, sólo yo los he vivido. Ocasionalmente le he permitido entrar a la bestia y a algún que otro amigo querido, pero no han sido estas el común de las veces. También he sido egoista con respecto a una silla fucsia de exterior (lógico, por ello está en el balcón), que a las tres de la tarde de cada viernes provee una repetición de orgasmos únicos.

Algo, debo confesar, trasciende estos viernes de tasas, proporciones y relaciones. Es obvia la respuesta: escapan las vacas, que nunca estuvieron ahí.

Siento nostalgia.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Jueves, arremeten

Si ayer lo hubiera pensado absurdo hoy no me quedaría más que asumir su realidad. Aunque ni espacio para asunciones haya.

Sueño muerte.

Desperté y era jueves y conservaba cierta capacidad de pensar y de sentir y de razonar y no entiendo cómo es que me encontraba aún en dominio de esta potestad si el día se había presentado y lo había hecho arremetedor y arrementiendo y arremetido.

Pienso muerte.

Arremetido de mis pasados, pero no de mis pasados como una generalidad, venía con todos sus años y todos sus días y todas sus horas y sus momentos de alegría y de vergüenza y de tristeza y de pánico y de miserias y de desidia... la desidia. Y de indefinición y de angustia y de calma - la que fue aparente y la que fue cierta- y de ansiedades... las ansiedades. Y de precisiones y de indefiniciones y de las mañanas en las que me sentí caer y de las tardes en las que me pude levantar y de risas y de gestos adustos y de miradas asesinas y de dolores de páncreas y de meninges inflamadas y  de ciclos menstruales y otras espasticidades. Y de momentos gimnásticos y de elongación y de ríos estancos y de mares revueltos y de soles y de sombras y de cielos cayéndose y de arenas mojadas y de sábanas tendidas sobra la cama y de manteles tendidos sobre el pasto y de cementerios...los cementerios. Y cuando desperté ahí estaba el jueves: arremetedor, arremetiendo...arremetido.

Pido muerte.

martes, 13 de diciembre de 2011

Miércoles, el presagio

Los futuros están por llegar: golpean la puerta, ahora. Pero estuvieron toda la noche armando fiesta en la terraza. Tocaron tambores, redoblantes y panderetas. No tenían cuerdas, no tenían vientos, sólo percusión. Antes habían encendido fuegos artificiales, cerca, a un par de cuadras. Los escuché, me hicieron despertar, justo cuando estaba soñando con departamentos de tres ambientes construidos sobre baobabs y sequoias.

Este miércoles que no es, porque en realidad es martes, los presagia. Este miércoles los vaticina, los predice, los anticipa.

Ahora están afuera esperando entrar, los futuros, pero no quiero verles las caras: no quiero ver mis dolores, mis lágrimas, mis caídas, el catálogo completo de mis culpas, mis enfermedades y padeceres; mi muerte.

martes, 29 de noviembre de 2011

Martes, el diluvio y los pájaros

Días esperando el diluvio, días esperando que tímida o prepotentemente el agua se abriera paso en el cielo, arremetiera vehemente hacia nosotros y nos desdibujara el rostro, lavara nuestras expresiones y las huellas del asfalto, borrara nuestro sexo o anidara en él, fuera bebida por las alcantarillas o se empantanara en las bocacalles, nos desarmara de pies y manos, nos desarmara de brazos y piernas, nos evacuara el alma, inundara los cementerios y segundos después se regocijara por ser navegada por los ataúdes, no hace mucho tubérculos, ahora barcos. 
El diluvio acontece. Los pájaros, nada ajenos, sienten ansias del ocaso que presagian, vuelan, ennegrecen el cielo, pero por poco tiempo. Ellos lo saben: pronto caerán muertos.
Martes. Llueve: infatigablemente.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Lunes apocalíptico

Se ampollan los pisos, las veredas, las calles y las avenidas de tanto transitar las suelas de un millar de zapatos.

A las seis de la tarde, luego de un día agitado en la ciudad, las ampollas se revientan y cada baldoza, cordón de vereda, el empedrado y también el asfalto llueven.

La lluvia lo innunda todo, botamangas, tobillos, piernas y rodillas. Moja pantalones y hasta alguna falda larga, incluso los vestidos.

Desde sus entrañas la tierra escupe. El cielo observa, luego vomita.

Entre fluidos biliares y de otro tipo quedamos atrapados. Esta vez no habrá balsa ni arca de Noé que nos salve.

Apocalipsis de lunes caluroso, de horma inadecuada.

****
[Versión remixada de "los zapatos me aprietan y las medias me dan calor]

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Geografía

Se estampa en la geografía de mi cuerpo el mapa completo de arcanos menores y mayores, de dioses y de otros seres que encontraron la puerta por la que migrar dimensiones. Parpadeo y como si un proyector pasara diapositivas contra la noche azul veo, punteada, la figura de Orión, aún con arco y flecha, aún con su actitud guerrera, pero sabiendo que no escapará jamás de la persecución del escorpión, que no contento con haberlo matado en la tierra, perpetra su hostigamiento en la bóveda celeste.


Al lado mío yace la bestia. Su lengua me envuelve, su saliva me abraza. Ni cielo, ni mito ni héroes se reflejan en sus pupilas como sí lo hacen en las mías. Solo yo soy su geografía.

Los cuervos nos miran, de a cientos, esparcidos por campos, árboles y alambrados. Quisieran picotear mi piel y mis vísceras y también la piel y las vísceras de la bestia. Sonrío. Pienso, dibujo y fuerzo una constelación para nosotros en el cielo.

martes, 18 de octubre de 2011

Goteras

Su vida se escurrió por un sinnumero de goteras. Desde su boca, en hilos de baba tímida, cayó primero su futuro, sí, mucho antes que su presente, incluso anticipando la caída de todos sus momentos pretéritos -que nunca lo conformaron, la prueba estaba en lo inconsistente de su historia que se evaporaba con la velocidad que lo hacen las gotas-; también chorrearon su piel de gallina y sus latidos, sus sienes convulsionadas, la acidez y los nervios acumulados en el estómago, lo hicieron caudalosamente desde el sexo perpendicular de sus amantes, calas tendidas sobre sábanas arrugadas, porque a eso se asemejaban sus vaginas; luego cayó su risa, más tarde lo hizo la presión en el pecho y la sequedad de la boca, las lágrimas y la angustia, que lo abandonaron en forma de llovizna, importunando las arenas de una playa fría de Escocia. Se diluyó su carne, pero no su mente. Se diluyeron sus sentidos, pero no su mente, su mente, enteléquica, se mantuvo a salvo, resguardando al pensamiento, pensaba, mas no sentía. Esterilizado, pasteurizado, si morir tuviera sentido, pero ya nada lo tenía.

martes, 27 de septiembre de 2011

Pero no

Soy un implante en el presente y en este desierto sin soles, sin muertes, sin mi. Busco entre las hojas de un libro una puerta, revuelvo en un cajón lleno de medias con la esperanza, apagada ya en el pecho, pero viva en el reflejo de un charco de agua que se formó entre los adoquines partidos de la esquina, de encontrar mi redención o por lo menos una balsa que navegue los miles de bosques que habité (y odié) y en los que hoy me gustaría pasar la noche. Busco las vías de un tren, el diagrama de unas calles conocidas, una pared que le sirva de almohada a mis parásitos y a la que pueda vomitarle mil y un graffitis sin Sherezade. Busco el hilo de Ariadna, para bajar a la cueva y encontrar a la bestia y no escapar nunca de sus brazos ni de su voz dulce y venenosa y pedirle en un susurro que ya no me viva, que solo me muera, que me desenquiste de este presente sin mi, de este desierto que me seca la sangre, pero no..., pero no..., pero no la vida.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Electrocutada e inapetecible

(Y ahora tengo la mente en blanco, pero mientras dormía las vi,  estábamos ellas y yo a punto de caminar por los campos sembrados de tomacorrientes)

No nos molestó meter los pies en los enchufes, no nos importó electrocutarnos, que el pelo se nos chamuscara y se nos chamuscarnan de igual manera los genitales y nuestro sexo, que la tierra vomitara rayos, asemejándose al cielo cuando despide el agua putrefacta contaminada por las almas miserables de los que se exraviaron jugando con la sangre y  revolviendo las vísceras de otros.

No nos molestó meter los pies en los enchufes, no nos importó electrocutarnos, que nuestras lágrimas y fluídos provocaran un cortocircuito, que se asaran nuestros riñones y que la carne tierna de nuestras nalgas y nuestros senos se tensara, nerviosa y se volviera inapetecible.

(Y ahora tengo la mente en blanco, pero mientras dormía las vi, estábamos ellas y yo, violacias de sufrimiento y blancas de muerte, tendidas en la tierra mojada por nuestros jugos recién exprimidos, pero seca de lamentos de los que nunca nos rieron)

La bestia, que me sigue de cerca aunque yo no la perciba, bajó la cabeza y se sonrió. De su mente ya estaban despegando los cuervos, un par de aguiluchos y unos gorriones empiojados. En vuelo prolijo y austero descendieron sobre mi, prendieron mi piel asada en sus garras y me llevaron a sus brazos sometiendo las fronteras (los pájaros pueden hacerlo, los humanos no).

(Y ahora tengo la mente en blanco)

lunes, 19 de septiembre de 2011

El parto (Serigrafía malograda 9/9)

Se preguntó a sí misma si había habido alguna vez un tiempo en el que las cosas resultaran sencillas. 

Esa mañana había asociado la intensidad de sus orgasmos a los desprendimientos de retina, disloque de hombros, displacia mamaria y ovarios poliquísticos que le marchaban por la vida con la frecuencia espeluznante que expresan los números periódicos después de las comas.

Pensó que si sumaba afecciones a sus aficiones, quizá podría conseguir orgasmos móviles, no solamente los resultantes de la fricción de sus zonas más erógenas. Quizá sus poros pudieran parir placeres. Quizá el apoyarse contra una pared y frotarse contra ella pudiera ocasionarle aquel gran orgasmo. Un último gran orgasmo, multiplicador, mutilador y aniquilador. Se prendería fuego, ardería como fósforo recién raspado.

Repasó: sus poros parirían orgasmos con la frecuencia espeluznante que expresan los números periódicos después de las comas, serían multiplicadores, mutiladores y aniquiladores, se prendería fuego, ella, aredería como arden los fósforos recién raspados, ella.

Respiró. Tenía la boca seca. La bestia la miraba sentada en la cómoda, una sonrisa se le dibujaba en la cara.

Ambas estaban de regreso.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El parto (Serigrafía malograda 8/9)

Parió miserias, las parió en chorrera, en serie, un fordismo consumado y perfecto de miserias. Le salían como gusanos en fila, como larvas arrastrándose por una hoja de parra fermentada por el calor del verano que no se apaga y no amaina por mas que le llueva un febrero entero. Así, así se desprendían de su canal las miserias. Pero ella, como una perra de caderas anchas que se deshace en la pujada de su noveno vástago y delirante y enferma y envenada le clava los dientes y se lo come -hiena- así se masticó ella sus miserias recién paridas...Mal paridas todas ellas.

lunes, 12 de septiembre de 2011

El parto (Serigrafía malograda 7/9)

Parió cuatro vacas y un ternero degollado que le quedaron unidos al cuerpo por el cordón umbilical. Entonces la parieron a ella, a ella y a sus vástagos recién nacidos. Y ella también quedó atada a su progenitora por el cordón umbilical. Y su progenitora también fue parida, momentos después, producto de la unión de una mujer con su sobrino, hijo de su hermana, muerta hacia poco más de tres años por un envenamiento auto inducido.

Y ese fue el último de los partos, simultáneos y masivos que ocurrieron ese día y que le ocurrieron a ella, desgraciada entre las mortales, porque había quedado, en un mismo alumbramiento, sellada a su descendencia, sellada a su ascendencia.

jueves, 8 de septiembre de 2011

El parto (Serigrafía malograda 6/9)

Inviable. El feto estaba empiojado.

[Las liendres que le habían poblado la vagina aguardaron a ser dadas a luz, y cuando estuvieron convertidas en millares de vástagos inmundos se chuparon el líquido anmiótico una vez que alcanzaron al útero y henchidos como tumores ardientes, como si fueran soles, resquebrajaron la bolsa y atacaron a la niña]

Inviable. Porque primero había sido inviable en su mente y en su alma.

[Los piojos le laceraron la piel. Llena de escaras, la niña, que aún no había visto luz ni conocido mundo, ni conocería, estaba ardida por el dolor y las infecciones que comenzaban a propagarse en su cuerpo]

Inviable. Porque su amor era inviable, porque ella no tenía espacio para un alumbrado y mucho menos si este era hembra.

[Una septicemia le provocó un paro a la niña, fue dentro del útero roto y fermentado. Putrefacta, sin ojos, sin lengua y sin sesos fue expulsada por las contracciones involuntarias de la madre]

¡Qué me maten! ¡Qué me muera! Y que sea rápido. Antes de que mis ojos puedan contemplar a la inviable - sentenció la paridora

lunes, 5 de septiembre de 2011

El parto (Serigrafía malograda 5/9)

No me es dado recordar acerca de cuántas salvaciones estamos hablando. Fue un alumbramiento por cada salvación. Ella había hallado el cómo. Supo estirpar mis tumores metastásicos, el crecimiento oncológicamente expansivo de mi tristeza, la multiplicación de células decadentes y promiscuas que chupan luz y devastan sonrisas. Digo devastan sonrisas, porque el otro día, mientras iba en el subte, desde Scalabrini Ortiz hasta Catedral, observé las comisuras de la boca de las mujeres de más de treinta, sus labios se acomodaban naturalmente en un arco, gesto reflejo de la amargura. No viene sin embargo al caso hacer una epidemiología del abatimiento, sino quizá dejar sentado que, de manera innumerable,  luego de cada muerte mía, ella me había parido (alumbrado).

Una inyección terminó hace unos días con su vida. Lo supe después. No estuve ahí para despedirme. Y tampoco poseo la capacidad de parir (no pude salvarla). Esto lo sé, porque de la misma manera que he abandonado a los pájaros moribundos de mis sueños, la abandoné a ella.

El amor, que ha sido fundado en mi por el abandono, ha hecho del abandono su único vector y por lo tanto un parto siempre inconcluso.

lunes, 25 de julio de 2011

El parto (Serigrafía malograda 4/9)

Los diez sefirot colgaban del árbol como frutos jugosos. Olían a higo, sabían a damasco, chorreaban mieles, pero en realidad eran úteros.

Los contemplé de noche, esa noche fría, los contemplé mientras jugaba con algunas de mis vísceras que andaban a cielo abierto, regocijándose con el aire gélido del otoño, ensayando coreografías y cantos paganos de una época en la que no habían sido concebidas, pero que encontraba registro en las almas errantes de los que nos antecedieron. 

A los úteros con gusto a damasco y olor a higo les chorreaba miel y a mi me recubría una savia amarga que me había alcanzado y que provenía de un bosque que alguna vez habité.

Miré los diez úteros que colgaban del árbol de la vida y me pregunté si su interior estaría tan deseoso, como mis vísceras, de andar a cielo abierto.

Bajé un útero del árbol, me permití arrancarlo, curiosidad tal vez. Lo mordí, pero estaba seco, como un tasajo. Hice lo propio con el resto y todos estaban pasados. Su olor era ficiticio, no sabían a damasco, ni chorreaban mieles, solo atesoraban como producto unas semillas secas, vencidas.

Concluí que de ellos nunca vería elemento capaz de ensayar danzas y cantos paganos a cielo abierto, esos de los que se tenía registro en los ojos velados de los muertos.

Lloré.

viernes, 15 de julio de 2011

El parto (Serigrafía malograda 3/9)

Pensó en géneros diversos y comenzó por evaluar las sedas, pero eran demasiado brillosas, suaves y permeables, había de un montón de colores y con muchos motivos: flores, pequeñas, grandes; rombos, arabescos y una escena de la primavera china del mil ciento cinco. Nada la convencíó. Vio unas gabardinas fuertes, pero eran demasiado simples y hasta quizá algo incómodas para el propósito que tenía en mente, los colores tampoco ayudaban, deslucidos y pálidos, grises y marrones, no le sentaban a su idea.

Entendió entonces (aunque quizá pasó más por un deseo que por un entendimiento) que la recreación del útero en el que había elegido ahogarse dentro de algunos días tenía que ser lo más real posible. En ese momento una exitación feroz se apoderó de su corazón y le sacó el aire, no sólo sabía con qué debía fabricarlo, sino que también comprendió qué materiales debía utilizar para autoadministrarse una muerte feliz.

Preparó el comedor de su casa, corrió los sillones, la lámpara de pie que siempre estorbaba, la mesa ratona y los pufs roñosos, llenos de pelos del gato persa que ayer le regalara a Josefa, la vecina.

Bajó las persianas. Veló la luz.

Luego dispuso una camilla, algunas mesas de trabajo y una máquina de coser, todo contra una pared que habia dejado despejada, asegurándose que el centro del ambiente quedara libre, pues allí pondría un tanque australiano que, recubierto internamente con el material elegido, contendría el líquido amniótico. Inmersa en él, embrionada, gestada, parida, la muerte le chuparía la carne y escupiría sus huesos.

Cortó aproximadamente unos doscientos úteros de vaca, quizá fueran demasiados, no lo sabía, pero tenía que asegurarse de que pudieran recubrir el interior del tanque.  Los cosió con cuidado y selló los orificios para que el líquido que lo llenase no se filtrara.  Día y noche trabajó doblada sobre la máquina de coser hasta que pudo terminar la tarea. Cuando concluyó, miró hacia la camilla, acostada en ella, dormida, sedada, aguardaba su madre, esperando la disección, esperando aportar con su útero, aunque unos pocos retazos, el material perfecto, insustituible, al proyecto de su segundo alumbramiento.

martes, 5 de julio de 2011

El parto (Serigrafía malograda 2/9)

Pujaba y pujaba y nada, estaba vacía, en nueve meses solo había gestado aire. Era desesperante, no podía entender qué era lo que había sucedido. Si ella misma había visto su producto en las ecografías, se movía, se chupaba el dedo, si hasta había podido identificar cierta expresión familiar en la mirada del niño. Hubiera jurado que tenía los ojos del tío Pedro y las manos de la abuela Serafina, pero nada, solo aire despedía con cada pujada.

Con esfuerzo se incorporó un poco y entre la transpiración y los dolores del parto que le arrancaban lágrimas y le enturbiaban la visión pudo ver, aunque difusamente, a la partera; tenía sus manos en posición esperando a la criatura gestada y cara de desconcierto entendiendo que en esa sala, en esa hora crítica, sólo la nada sería alumbrada. Entonces escuchó la voz de un médico viejo, un obstetra, de esos que todo lo han visto. Había llegado de emergencia al lugar. Entendiendo la gravedad del caso le pidió calma y le aseguró que iba a tener un bebé, aunque tuvieran que insertárselo.

Le explicó que no era sano parir aire y, con cierta docencia, elaboró sobre las complicaciones que eso acarrea. Entonces le comentó sobre un trabajo de inducción previo que era necesario realizar, con minucia y con arte, para manejar la situación. Ella vio la sonrisa amplia del médico antes de que la ocultara detrás del barbijo, y también vio la barbie hawaiana que sacó de su maletín negro y que inmediatamente después le insertó con calma y delicadeza, pero sobre todo con pericia, en la vagina, mientras le decía, siga mis indicaciones atentamente, deje de pujar por unos instantes. ¡Perfecto! Ahora succione. Succione. Succione. Una vez más, ya casi, ya casi. ¡Listo! Descanse. En unas horas nada más le practicaremos la cesárea.

Va a ver, tendrá una hermosa niña con rasgos de muñeca, le dijo con voz de de pandereta, triángulo y toc toc, le acarició la cabeza y abandonó la sala*

* Basada en una historia real

miércoles, 29 de junio de 2011

El parto (Serigrafía malograda 1/9)

La noche febril hacía que el pasto transpirara y el cielo enllagado de estrellas que no marcaban más norte que el de la desesperanza, ardiera con los olores de un puchero de gallina.

El invierno, que era crudo a esa altura del año, cuando la primavera ya había alcanzado su madurez, no parecía importarle a ella, porque su vientre henchido, no por la desazón, mucho menos por la angustia, temblaba de ansiedad con cada espasmo. El momento del parto se acercaba, si hasta las vacas, que hacía más de una hora habían llegado al lugar, regurgitaban canciones de cuna anticipando el alumbramiento.

Suspiró, sonrió y perdió la mirada en la noche febril, en las estrallas llagadas sin norte. Entonces, el aliento punzante de la muerte le sostuvo la mano, cariñosamente, mientras las contracciones llegaban. Primero parió su ombligo, luego un ternero, una bandada de pájaros y minutos después su estómago.

No fue hasta en la última pujada que ella, que se moría por parir, dio a luz al feto.

miércoles, 22 de junio de 2011

Entre piojos y emisarios de la muerte

Las palomas están por todos lados, chocan contra los vidrios (mientras yo sueño con murciélagos) Hay una en particular que ayer no me dejó dormir. Gigante y negra, movía la cabeza de lado a lado, como si en realidad fuera una lechuza o un búho, o cientos de emisarios de la muerte (tan dulce y tan lejana) contenidos en su cuerpo infectado de piojos, pero no era búho ni lechuza, era una paloma negra gigante ululando, afirmada sobre el metal desplegado de la escalera caracol, y yo sin dormir, y sin dormir, los murciélagos de mi sueño nos atacan, pero el ataque no es lo que importa, porque yo tengo que salvarla a ella, porque me lo pidió. Y ella asustada y dispersa, como si no viera a los murciélagos, desconociendo las palomas y todos los pájaros asesinos que pronto nos caerán encima me pregunta: a dónde está la salida. Su voz tiene la sonoridad del click de una cámara esteopeica que no hace click, porque no necesita hacerlo. Y todo pasa sincrónicamente, mientras los de la superficie nos piensan, mientras yo sueño, mientras la bestia, dormida hace tanto tiempo reaparece, para recordarme que nada existe, ni las vacas que están conmigo, ni el vagón que nos conduce, ni yo, y quizá ni ella, ni el habitáculo, ni nuestra memoria, ni los recuerdos deformados, esos que nos desdicen, nos desrelatan y nos descuentan a través de las bocas ajenas y de la nuestra propia, también. Traidora. Traidora y mentirosa.

Nada. Si al menos hubiera muerte. Nada.

martes, 14 de junio de 2011

Muerte versionada

Rosa se viste de verde y huele a una marcha tocada con trompetas. Es la muerte, una de ellas. Me le acerco, la abrazo, la acaricio, la beso, le pido que me congele con su aliento, que me arrebate los sueños, que me vacíe la mirada y los lagrimales, que me silencie los gritos y la voz,  que borre mi lengua y el lenguaje y sus fabricaciones, las pasadas y las posibles, en todos sus tamaños y presentaciones, que desarticule mis dibujos y que blanco sobre blanco pinten mis témperas, que me llene de desasosiego y me empuje al vacío. Que me lleve con ella. Y que elimine toda huella que de mi hay sobre esta tierra.
Nota: seguimos en el habitáculo. Llevamos cuatro días aquí. No sabemos como salir.

lunes, 6 de junio de 2011

Según se ha dicho de nosotras

Nos encontramos en el habitáculo, las vacas y yo. No sabemos muy bien a que hora llegamos, solo que estamos aquí. Rechinan mis dientes. Impera la confusión y acaso el caos. Hay susurros constantes que construyen historias múltiples de una misma situación que es propiedad de nuestros pasados, tal como imaginamos cuando nos fue develado que este lugar sería nuestra próxima parada.

De fondo suena una radio vieja que hace algo de interferencia, un tango le pisa la voz al presentador del rotativo de noticias. Y viceversa y viceversa y viceversa y viceversa y viceversa y tango y presentador y tango y presentador y tango y viceversa y presentador y viceversa al ritmo de mi taquicardia y la taquicardia de las vacas.

No hay ventanas en el habitáculo, en realidad no sabemos cómo luce este lugar, pues creo que no vemos, solo reproducimos imágenes mentales, tomadas de las construcciones realizadas por los que nos piensan en la superficie. La Jersey me lo confirma ventrílocuamente, fue en ese viaje en barco por el índico que desarrolló la habilidad.

Escucho. Refieren unas voces en polaco que la pinzgauer habitó los suelos de ese país, pero también la recuerdan unos parlamentos en ruso en las cercanías de Petrogrado, en los tiempos del Soviet. De la rubia de Aquitania, esto es raro, no hay menciones en francés, solo en una lengua nórdica, podría ser sueco, aunque también finés.

Entiendo. Geografías superadas, las voces nos construyen con pieles de diferentes matices y siento que eso no sería tan grave como cuando nos enuncian vidas tan disímiles a las que nuestro propio recuerdo formula.

Unas voces familiares me cuentan en un lugar en una fecha y durante un suceso que difiere completamente con el recuerdo de mi factura, ese que yo le aporto al habitáculo. Dicen que dibujaba una virgen en un pedazo de papel, en una habitación oscura, mientras yo me cuento sembrando en un macetero una comunidad de lombrices extraídas del jardín de los Gutiérrez Arregui, antes de la inundación del 85, ¿o fue después?

Cierto es que el habitáculo nos duele en diferentes lugares de nuestros cuerpos a las vacas y a mí.

jueves, 2 de junio de 2011

Hacia el habitáculo

Superada la consigna anterior, mis pupilas proyectaron sobre el cuero de la rubia de Aquitania el mapa de nuestro próximo destino. La negra avileña, desesperada, le lamió el cuero, entendiendo que esa proyección la laceraría, pero si esa proyección nos iba a pudrir a todas, no solo a la rubia.


Mi ser, tan inexistente como el de ellas, se daba cuenta del efecto fragmentario que nuestra futura parada nos imprimiría. Nos dirigíamos al lugar donde se deforma el pasado, estábamos yendo al habitáculo de los recuerdos.

Siempre pensé que ese habitáculo estaba dentro de nosotras, pero desde que estoy presa en este vagón he desenmarañado muchas presuposiciones otrora equívocas.

Ahora estoy acribillada por la ansiedad que hostiga mi cerebro, pues tiene la forma de todos los pasados de mi vida que hoy entiendo probables en el recuerdo de todos los que nos piensan o lo han hecho, a las vacas inexistentes y a mí y que en breve enfrentaremos.

La pinzgauer vomita.

martes, 24 de mayo de 2011

La consigna revelada por las pupilas de la Pinzgauer

El vagón sostenía, encaprichado, una marcha constante e insoportable que nos dejaba a las vacas ausentes y a mi ante una única decisión posible, la de recostarnos sobre o contra lo que pudiéramos, intentando dormirnos.

Ellas se recostaban: unas contra otras, contra las ventanas, contra las puertas metálicas y algunas pocas, las más viejas, sobre el piso.

Yo: me recostaba sobre el lomo de la rubia de Aquitania.

El traqueteo del vagón sobre las vías que topológicamente permanecían inalteradas por las múltiples transformaciones que el infinito les imprimía no funcionaba como canción de cuna. En esas circunstancias estuve a punto de considerar que la dimensión onírica se nos negaría. Me equivocaba. El sueño se presentó gracias a un ejercicio sugerido por las pupilas de la Pinzgauer que expresaron, agrandándose y achicándose rítmicamente, la consigna a seguir. La fuimos ejecutando sobre el andar.

Comenzó a sonar un instrumento cuya sonoridad debíamos describir. La descripción se tatuaría en la piel de una de nosotras y fungiría como una bitácora, con el registro de lo sucedido en este submundo, para interpretación futura de una tropa de antropólogos aún no alumbrados.

Sonaba un charango. Describimos, ellas, las inexistentes y yo: la melodía que se desprende del charango es equiparable a una salsa de tomate, a un tuco espeso, cocinado un día martes.

El cuero de la Jersey albergó la descripción.

El sueño nos abrazó.

(Continuará)

viernes, 20 de mayo de 2011

Conexión, nado sincronizado y una nueva ruta

La superficie ardió. Lo sentimos en nuestros estómagos las vacas ausentes y esta presencia que las acompaña. Me nombro presencia, porque hace tiempo perdí la dimensión de lo que soy en este espacio.

El tren subterráneo y solitario que nos tiene cautivas había dejado el barrio chino ubicado en las profundidades de la tierra; ya perdía sus rumbos por nuevos canales, avenidas y adyacencias del bajomundo cuando sentimos la acidez punzante calarnos por dentro. A un mismo tiempo, como equipo nacional de nado sincronizado, nos retorcimos del dolor.

El fuego de la superficie ulceró nuestros estómagos.

(Conservo una imagen mia, reflejada en la ventanilla del vagón, regurgitando pasto mojado y magnolias, pero lo mío no fue nada en comparación a lo de las vacas, que regurjitaron todos los campos sembrados de Nepal y Malasia y hasta un pozo petrolero de Veracruz)

Mientras mi interior y el de las vacas se degajaba y la superficie se filtraba por sus propias llagas, el mapa de lo que parecía ser nuestro próximo destino se constelaba en mis pupilas.

(Continuará)

viernes, 13 de mayo de 2011

Matrioska

Pasó que una de las vacas del vagón era una matrioska.

Habíamos llegado al barrio chino subterráneo hacía unos veinte días, según recordaron las memorias de los que habían quedado en la superficie y nos mantenían vivas aún sin que nosotras lo supiéramos.

Pasó que las leyendas rusas también eran populares en los barrios chinos subterráneos.

En el transcurso de esa y otras atemporalidades, mi hígado era picado dentro de uno de los estómagos de una vaca Fernandina uruguaya por una cocinera de la provincia de Guangdong. A su lado, muy cerca de la cuchilla y algo alejados del fuego, descansaban los dedos de Marco Polo, aún con el olor de la pólvora descubierta siglos atrás.

Pasó que la cocinera de Guandong necesitaba dedos ajenos para hurgar su nariz.

Sin hígado, pero con los signos vitales intactos me dispuse a leer el último ejemplar de la revista dominical que comentaban aquellos que nos mantenían vivas en su memoria y que habitaban superficies lejanas, a las que me era permitido acceder entre fuga onírica y fuga onírica.

Pasó que hubo una riña de gallos que yo no presencié.

(continuará)

jueves, 5 de mayo de 2011

Orden de caos

Cuando pude volver a ser sujeto, luego de mi experiencia como palangana (y acá tengo que abrir un paréntesis obligatorio para decir que en otras circunstancias nunca hubiera podido escribir la palabra sujeto, simplemente por resultarme algo ajena, pero que, luego de cierto adoctrinamiento ocurrido en diversas sedes de una logia que opera en Palermo, he aprendido a amar esta palabra. La historia de la logia no viene al caso en este momento, sin embargo, por las ansiedades pujantes de premoniciones que ciertamente encontrarán espacio en relatos venideros no huelga aclarar que la función de esta organización semi secreta es la de sujetizar personas) Decía, cuando pude volver a ser sujeto, luego de mi experiencia como palangana, descubrí que el único vagón de la formación, atestado de vacas, tenía intenciones claras: se dirigía al barrio perdido. Recostada sobre el lomo de una vaca avileña negra prendí un cigarrillo que no iba a fumar (hace más de diez años que no lo hago) pero que me iba a ayudar a dilucidar las intenciones del vagón solo por el hecho de estar prendido en mi mano. No fue hasta que el cigarrillo se consumió casi hasta el filtro que entendí que el vagón quería abrirse paso por el barrio, descarrilándose del moebius implacable por el que transitaba, quizá con una necesidad incontenible de recorrer un nuevo orden de caos. Supe, esto no por el cigarrillo casi consumido sino por el iris de una vaca Rubia de Aquitania que tenía al lado, que el barrio perdido era un barrio chino. En todas las ciudades hay un barrio chino, pensé, hasta en las subterráneas.

(Continuará)

martes, 3 de mayo de 2011

De como me convertí en palangana

Hoy tengo la boca seca y el paladar que se resquebraja en grietas inaugurales de unas avenidas que confluyen en cierta bocacalle poco transitada por las ausencias. Poco transitada hasta hoy. Hasta hoy que despierto asfixiada y muerta debajo de una pila de frazadas que ayer a la noche me ahogaron apretándome el pecho hasta ahuecar mi caja toráxica, dejándola con forma de palangana. Como palangana estoy, ahora, en el único vagón que transita un moebius de vías subterráneas que no conducen a ninguna parte y conducen a todas, porque nunca se agotan. No se agotan, al igual que el agua viscosa que me llena a mi, palangana, y de donde beben las vacas. Las vacas ausentes de este vagón del subte, de esta bocacalle en la que confluyen avenidas inauguradas por las grietas resquebrajadas de mi paladar.

Estoy boca abajo. Despacio me controsiono, doblo mi espalda y me vuelvo un arco, curvo mis piernas hasta que las puntas de mis dedos tocan mi cabeza. Soy un círculo. Ojalá pudiera ser un cuadrado. Aunque sé que dificilmente pueda ser un cubo.

domingo, 24 de abril de 2011

Interludio: piromanía y helado de limón con champagne

Esta madrugada desperté con la esperanza de estar rodeada de vacas.

Sin embargo, lejos de todo lo que la periferia pudiera ofrecerme en materia habitacional matutina, sólo encontré una definición de mi misma. Definición que por la hora en la que fue interpretada bien podía igualarse a una rara avis, al hallazgo de un número primo por encima del millón trescientos cincuenta mil. No había dudas, pasados unos minutos, de que estaba frente a una definición de mi misma que había sido afilada como lo son las definiciones catalogadas en un diccionario o las de una entrada de la enciclopedia británica de mil novecientos sesenta y tantos que hoy descansa con el lomo medio ajado y las hojas llenas de un polvo rumiante que le presagia una muerte golpeada por la fagocitación y el regurgite, se trataba de una definición certera.

Me definía esta mañana: un impulso piromaníaco a quemar todas las primeras páginas de mis libros y una necesidad de helado de limón con champagne, para cambiar el sabor que dejaran las vidas pasadas y poder presentarme ante las nuevas con un paladar renovado.

Quizá, en definitiva, sólo sea un tema de etiqueta y no de definiciones. Esto lo pienso a un día de haber soñado una palabra que definía a aquellos que nacen pudiendo escribir con una mano y luego la traicionan para escribir con la otra y no, no se trata de diestros o siniestros. No en este caso.

martes, 12 de abril de 2011

Continuado: Interdit

Sin poder respirar comencé a desplazarme entre los cuerpos de las vacas ausentes, a bucear entre ellos. Sí, buceaba una solidez inexistente. Y aunque esto parezca imposible, a mí se me hizo probable. Fue entonces que me di cuenta que estaba muerta, pero aún muerta, conservaba la capacidad de pensar y de sentir.

Una holando-argentina que había entrado al único vagón de la formación me chupó las vísceras, que nunca entendí si estaban al descubierto o si yo todavía conservaba un cuerpo que las protegía.

Húmeda por dentro, deslizándome entre la masa de cuerpos rumiantes que no eran, me sentí de pronto ingerida por uno de los cuatro estómagos de una nueva vaca, cuya raza no supe distinguir y que inmediatamente después me regurgitó.

El único vagón de la formación se estaba desacelerando. Estábamos llegando a una estación de un moebius construido con vías. Porque a esas alturas estaba claro que el entramado subterráneo era eso, un símbolo infinito.

Regurgitada y escupida, mi cara quedó apretada contra una de las ventanas de la formación justo en el momento en el que el vagón se detuvo. Los carteles estaban escritos en francés. Y estaba claro que prohibían absolutamente todo, pues en cada uno de ellos se leía la palabra interdit.

(Continuará)

Entre paréntesis ausentes se lee a continuación:
Wikipedia dice: La vaca frisona, es una raza vacuna procedente de la región frisosajona (Frisia y Holanda del Norte, en los Países Bajos y Alemania), que destaca por su alta producción de leche, carne y su buena adaptabilidad. Estas características hicieron que fuera adoptada en ganaderías de numerosos países, siendo actualmente la raza más común en todo el mundo en granjas para la producción vacuna de leche. Este animal nace con un peso aproximado de 40 kg. Las vacas Holstein llegan a pesar alrededor de 600 kg, mientras que los toros alcanzan hasta los 1000 kg.

Entre corchetes ausentes se lee a continuación:
Yo digo: las vacas no existen.

viernes, 8 de abril de 2011

Continuará: vacas

Un viernes cualquiera, un viernes como hoy, yendo al trabajo, tomando el subte como todas las mañanas, las ausencias me demolieron el rostro y con él casi todos los sentidos, digo casi todos, porque solo me quedó el del tacto.

Llegaba tarde y salté dentro de uno de los vagones de la formación, como una autómata, sin prestar atención al panorama, porque, ¿qué podía haber de distinto? más, menos gente, quizá.

Me equivocaba.

El vagón estaba atestado de vacas, sus cuerpos se chocaban entre sí, apoyaban sus cabezas en los lomos de las otras vacas que tenían al lado y sus ubres, que eran como las ubres del mundo concentradas en un vagón del subte, secretaban riachos de una leche dulce y explosiva.

Casi asfixiada por los cuerpos rumiantes entendí que la formación no podía en realidad ser considerada como tal, pues solo un vagón transitaba por los rieles del bajo mundo.

(Continuará)

lunes, 4 de abril de 2011

Francotirador

(Ayer a la noche)

Apagué la luz del velador, albergando la ilusión de que podría hacer lo mismo con mi vida.

(Sin embargo)

Lejos de caminar entre los cuerpos de los muertos navegué por las aguas empantanadas de unos sueños rancios. Rancios, porque viejos conocidos, ya estaban vencidos. Mudanzas, pájaros, seres del pasado y la cara de la bestia, que se dibujaba sobre los azulejos blancos del baño de la terapia intensiva de un hospital.

(Ayer a la noche)

Soplé la luz de las velas creyendo que un soplido podría también terminar con mi vida.

(Ignotos)

Los mares que navegué estaban templados. Así y todo los pájaros que me habitan intentaron salir. (Ayer a la noche), rompieron mi cráneo, se desprendieron ensangretados de mi corteza viva, aunque deseosa de muertes y se dieron a la fuga.

(Ayer a la noche)

Busqué al francotirador capaz de acabar con los pájaros. En vano, todo fue en vano.

(Hoy)

Desperté pensando que como las luces de velas y veladores, intermitentes, agotadas, me desvanezco solo por el hecho de pensar que la vaca no existe. Que nunca estuvo allí.

(Aunque no quiera)

Me desarmo del dolor. Una vez más me repito, esparando aprender, que viviré sin las vacas o con sus ausencias.

(Hoy)

Un señor suspendido a la altura de un cuarto piso limpia el ventanal que miro, entre los rastros de detergente se dibuja sonriente la cara de la bestia.

(Solo)

Confirma mi certezas de vacas ausentes.

(Sola)

jueves, 31 de marzo de 2011

Su muerte y mi vida

Partieron la primera madera en mi espalda. Era una tabla levantada de un escenario abandonado, en un teatro de la rivera. La última obra, dicen, había sido escrita por un criminal nonato, un suicida maldito, un poeta con talento, pero sin intenciones.

Ella caminaba, muerta, por la calle. Era de noche.

Partieron la segunda madera en mi espalda. Era parte de un cajón de frutas maduras, casi podridas. Dulces y rabiosas, tóxicas y asesinas.

Pullover largo de un color desabrido, pollera también larga; pelo crespo, ojeras, ojos hundidos, piel blanca, cabeza inclinada, expresión perdida. Como muerta, ella caminaba. Era de noche.

Partieron la tercera madera en mi espalda, era parte de la tapia de un baldío que escondía mugre, perros hambrientos, las llagas de mis ojos y unas cuantas miserias.

Muerta para todos, viva ella, adentro suyo, viva; viva en universos inalcanzables.

La crucé ayer a la noche, caminábamos en direcciones opuestas, yo iba con la espalda partida, ella iba muerta, pero tan viva.

miércoles, 30 de marzo de 2011

El conejo

Lo trajo la bestia, lo dejó en el baño. Ayer a la noche cuando entré a casa lo vi, movía su boca como royendo blasfemias de un tiempo enquistado en ella, en él, en mi. Era blanco y tenía esos particulares ojos rojos. ¡Herencia de los de su especie!, afirmarán muchos, pero no yo, no, yo sé que sus ojos, son los ojos de la bestia. Sus ojos son el espejo de la bestia. Y también su retrato.

Ella había partido hacía varios días, estaba enferma, la había oído agonizar. Agonizaba como lo hacen los pájaros de mis sueños, moría con la misma cadencia, envuelta en los mismos ardores, cargando el dolor de esas deudas que no se saldarán nunca. Las de ella, las de él, las mías.

Y mientras se desangraba en geografías que no me había sido dado conocer, la bestia ennvió a su emisario, lo dejó en mi baño.

Decidí ignorarlo.

A la madrugada me desperté con un dolor insoportable en el pecho. Estaba sangrando. Encendí una vela para ver la herida y meterme en ella, bucear por mis venas, cuando lo vi. Estaba en un rincón mirándome con esos ojos rojos, roía tal como lo hacen los de su especie. Roía mi corazón y la yema de mis dedos, los de las manos.

Lo maté en silencio y respirando pausadamente. Comí, antes del amanecer, su carne cruda, pero tierna. Podía cargar con otra deuda, pero no iba a lidiar con el emisario de la bestia.

Ella me quería a mí, me quería a través de él. Ella me buscaba a mí, me buscaba a través de él. Me repetí esto unas cincuenta veces antes de ponerle a las frases una melodía de canción de cuna y, sin corazón y sin yemas en los dedos, volver a la cama para conciliar el sueño.

Quizá vienieran los pájaros.

martes, 22 de marzo de 2011

El estado de despojo

Comencé a transitar algunos sueños mientras dormía, esta madrugada, intentando deshacerme de las miserias que vendrían. Caminé entre mis muertos y los muertos de los otros. Vi a los heridos que me negué, que me niego a asitir. Prendí velas en bosques como una ofrenda a los hombres sin rostro, aquellos que tienen sangre coagulada en las venas y que me persiguen desde tantos abismos (son parientes de los pájaros, primos lejanos)

Sé que la vigilia que suceda la noche se tornará insorpotable, miraré paredes de una blancura asesina, rebotaré contra ellas para penetrarlas, sin éxito. Querré irme y no podré, una fuerza irreconocible me mantendrá estacada a la realidad. Qué triste será el día que se anuncia sin poesía.

Mis pies se hunden en el barro mojado mientras duermo, se hunden en mis sueños, se hunden, se hundieron en la madrugada. Busco sueños de un viejo repertorio, la crudeza del día que viviré me quitará la osadía de despertar a nuevos paraísos oníricos, lo sé, es mejor que me muna por lo menos de los viejos.

Apretaré mis párpados para dar vuelta mis ojos y que nadie vea lo que hago, que mis ojos miren hacia adentro, en una de esas encuentren algo interesante, ya que la periferia que encontraré a media mañana se empeñará en sofocarme y aturdirme con sus realidades. Qué poca música que hay en este día que se presentará fragmentado.

Intento repetir un sueño de hace dos años, fracaso. En realidad busco uno que tuve en mil novecientos ochenta y tanto, o varios que tuve ese año. No los encuentro. Se me revuelven las tripas con tanta angustia.

Alguien escapó con mis archivos oníricos. Y la realidad se hace insostenible.

Lloro. Sola. Lloro. Sólo eso puedo.

jueves, 17 de marzo de 2011

Fiebre

Una serie de bifurcaciones en el camino me trajeron hasta acá.

Y ahora tengo fiebre, una fiebre extraña. No me provoca calentura, no es amarilla ni tampoco hemorrágica, pero es igualmente espantosa. Me incendia los ojos y arma hogueras en mi garganta. No arden brujas allí, no, solo mis presentes y lo hacen tímidamente, porque no se animan a morir. Eligen la agonía, intuyo. Abrazan el dolor, lo siento. Fracturan mis fémures para que no camine, sé. Corroen las cuerdas vocales con los parásitos de siempre, yo los conozco. Inyectan artrosis en mis dedos para que no se muevan, para que paralíticos no agarren los lápices, ni agiten las letras, entiendo.

Mis presentes eligen, mis presentes han adquirido, han desarrollado voluntades, mis presentes me aniquilan, mis presentes en rituales de un hoy eterno me desuellan y me susurran al oido, con el eco de las voces de un puñado de niños, que no hay futuro.

Una serie de bifurcaciones en el camino me trajeron hasta acá.

viernes, 11 de marzo de 2011

Vana

Vana, la espera fue vana. Solo vacuidad trajeron sus sueños. No hubo puertas, ventanas, pasadizos en el armario, hoyos en el piso ni puertas cósmicas en el balcón. No hubo espejos. No hubo escapatoria.   

Se durmió y se despertó y no recordó nada de la noche ni de la madrugada. No hubo viajes. Solo vacuidad trajeron sus sueños. No hubo bosques voraces, ni cárceles uterinas. Solo vacuidad trajeron sus sueños.

No hubo orgasmos reparadores, no hubo orgasmos descompresores, solo vacuidad repetida, eterna, constante, incansable, segura, establecida, aberrante y asesina.

Aún recostada en la cama, con los ojos hinchados por la angustia, como vientre que retiene líquidos y contiene la explosión, esta mañana intentó desesperadamente enchufarse a una pared y que una descarga sostenida hiciera estallar su vacío, pero olvidó el transformador de ciento diez a docientos veinte voltios y sus ilusiones de alivio desaperecieron precoz y espásticamente.

jueves, 10 de marzo de 2011

Sin título

Se vistió para irse a dormir, sabía que tendría la oportunidad de escapar esta noche, en sus sueños, así que mejor estar preparada.

Delante de ella se abrirían los bosques y amnióticas las cárceles la refugiarían, prometiendo borrar toda huella de vida, de pasado.

Miró por la ventana. Los árboles estaban inquietos, vacíos de pájaros, pero llenos de susurros. Qué importaba, si estaba tan cerca de la salida.

Muere lo que acontece

Todo agoniza, se desangran las sábanas y el cubrecama, se desmembran las paredes y las grietas del piso, que multiplicadas obsena y pornográficamente desnudan los infiernos de los que viven en el departamento de abajo. Su dolor me es indiferente, pero lo reconozco tan terrible como el de mi periferia, tan salvaje como el que el que me augura la bestia. Ella me conoce, sabe de mi ansiedad. Por eso no brinda seguridades, por eso disfruta viéndome anticipar el dolor.

Las ventanas de la cuadra me gritan muertes, me las gritan en la cara, las gritaron toda la noche, yo igual seguí durmiendo, aunque el olor a abismo me llagara la piel y esta mañana no tuviera ünguentos frescos para calmar el ardor.

La bestia llegó ayer. El cancerbero la trajo, vinieron navegando las cloacas del mundo. Ahora habita mis fluidos, pero sé que pronto se instalará en el espejo del baño.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Tóxica

Como un gas tóxico desembarcó en la madrugada. No la ví, no la escuché. En el momento no la sentí. Recién fui conciente de que había llegado hace unos minutos atrás, cuando ya había pasado casi un día, cuando mis ojos no contenían las lágrimas.

La bestia me ha encontrado una vez más, certera me abraza, me abrasa. Y mientras me quema me resguarda de la hostilidad de la periferia. Hay cierta comodidad en el dolor que ella me asegura.

Me susurra, mientras con pericia ordeña mi corazón -porque la bestia se nutre con su leche rancia, amarga y pegajosa- que no crea; me sugiere, con voz de niña, que no me olvide; me recuerda que mi única realidad es ella, que ella es pasado y presente. Mi único pasado y presente.

El resto es espejimo, el resto no existe.

domingo, 6 de marzo de 2011

Llovizna

El campo fue sembrado con vacas, muertas algunas, moribundas las otras, escucho su respiración fatigada, agonizante. Los bosques se esconden detrás, se refugian en nidos de pájaros y túneles, aquellos que alguna vez habitara la bestia.

La bestia: la busco, me esquiva.

No es tierra lo que me mancha los pies, la que yace debajo de los cadáveres de vaca, es grafito molido: lo descubro y me desespero, hundo mis rodillas en él, me embarro las manos, los dedos, escribo sobre las superficies que se dejan: el cuero de las vacas, mis piernas, mis brazos, mi cara.

Febrero se fue estéril, pero marzo llovizna, tímidamente. 

domingo, 30 de enero de 2011

Drenaje

Ayer volvió a ocurrir la reversión. Aunque esta vez fue parcial. Mi cuerpo solo dejó salir mi corazón y una bolsa de nylon arrugada. Dentro iban los gases de mi mente y el vapor de mi alma. El corazón quedó expuesto, chorreando sangre espesa y oscura y un poco de la savia de los árboles del bosque.
Entiendo cierta inteligencia biológica en el cuerpo al contener alma y mente en una bolsa, impidiendo que se diseminen por el ambiente y se vuelvan irrecuperables. Sin embargo, la acción trasciende lógicas deductivas y obedece a principios de inmunización mecánicos, donde corazón debe ser aislado de un alma y una mente que arremeten y devastan.
El corazón chorrea y escupe sangre espesa, corrijo, producto de los golpes. No hay noticias aún de otros órganos afectados por la toxicidad de las entidades aisladas.
(Escribo y se me va el aire, siento que me desmayo)

viernes, 28 de enero de 2011

Sueña

La vaca sueña muertes, sé que lo hace. Nunca la vi, está claro, pero sé de sus noches y la oscuridad de los abismos por los que deambula. Rumia los sonidos, los demonios ajenos, los de mujeres que ya perecieron y también los míos, que estoy viva. Come mi alma y luego la regurgita para volverla a masticar con sus molares, envolverla con su lengua, con su saliva, caliente, pegajosa, la vaca.

Su cuero se lacera cuando siente el placer que acaricia las pieles de sus hermanas, humanas, reales, cercanas. Las envidia.

Algunas tardes llegan a mi los ecos de sus pasos. Nunca la he visto.

Pienso que sufre. Sé que llora. Quisiera consumirse en fuegos, pero aún no ha sido dispuesta su hoguera. Solo le es dado ahogarse en su ansiedad de muerte.

jueves, 27 de enero de 2011

Clandestinidad

(La vi partir ayer, no fue por el espejo que se alejó, se perdió por una rejilla del baño, su hogar) 

La neurastenia había convertido mi cuerpo en andrajos, un par de tiras viejas sin compostura posible. Entendí (después de ver que la bestia se fuera) que solo iba a lograr la calma si lo enchufaba a un toma corriente u al artefacto correcto. Tuve la certeza, sí, que solo una descarga eléctrica, allí donde se dirimen mis pulsiones, contendría los ataques espásticos de mi alma y mi mente un miércoles por la noche.

(Y ella que se perdía en la oscuridad; y yo que lloraba dolores; y ella que reptaba cañerías hediondas por las heces de la vecindad; y yo que me anudaba en ardores; y ella que desde su clandestinidad me gritaba que volvería, que no me abandonaba, que nunca lo haría, porque así son los demonios, que fiel, como nadie, me acompañaría hasta el último de mis segundos; y yo que desgarraba mi aliento, por no poder desmembrarme y ver ahogados mis gritos... y ella, que desde la oscuridad y en un susurro me dejaba oír sus deseos, "nos vemos en Buenos Aires, me dijo, te espero en el baño de tu nueva casa, te veré desde otros espejos, me ovillaré en otras miserias")

El ibuprofeno ayudó a calmar algún dolor superficial, pero mi cuerpo continúa hoy poseído por su ausencia.

lunes, 24 de enero de 2011

Ahora que me fui

Se dice y se desdice y así resuelve los días el ser que se forma a través del lenguaje. Un día se dice rubia y al otro día se dice morocha.  Y si solo fuera el color de pelo el objeto de sus decires, todo quedaría en una cuestión física quizá, no porque este sea un hecho menor, claro está, pero sí menos traumático para aquellos que la sufren. Entendí que sus voces la descomponen en muchas más variantes que las que arrojaría un prisma, de a ratos la pronuncian dócil y calma, por momentos la hablan irascible y lastimada, la dicen presente, dispersa, compulsivamente propia o aleatoriamente extraviada.

Contradictoria, así se define ella y piensa -se intuye- que con esto se justifica a sí misma o a su ser formado por sus decires y desdecires.

La conocí hace unos días y desde entonces no dejo de pensarla (quizá porque siento la caprichosa necesidad o el deseo profundo de formarla o reformarla a través de mi pensamiento, queriendo emular, tímidamente, la capacidad creadora de su lenguaje)

Me la presentó la bestia. Habita, creo, en el espejo, en el espejo del baño. Quiero seguir viéndola, pero me da miedo que su imagen se borre y que el eco no me traiga sus palabras justo ahora que me estoy mudando.

Ojalá los pájaros encuentren mis nuevas cárceles y vuelen cargando sus fragmentos, sus olores -cierro los ojos-, sus sabores.

miércoles, 19 de enero de 2011

Al descubierto

Todavía recuerdo cuando el bosque estaba espeso, veía la salida, pero era imposible llegar, estaba al lado mío, pero el bosque me comía. Una y otra vez masticaba mis piernas y ensangrentada y dolorida, sin miembros, como los pájaros que se estrellan y estallan en mi ventana y en mis sueños, no podía, no podía, no podía respirar.

Pasaron algunos años desde aquella espesura hasta encontrar algún blanco, que no es otra cosa que una cárcel, distinta, pero cárcel al fin, porque está claro -siempre lo estuvo- que todas son cárceles. La periferia no existe y la libertad tampoco.

Pude salir, pero mientras camino siento las lanzas que me pasan silbando cerca, algunas me traspasan, toscas -son de madera y no tienen acero suave, pulido y condescendiente que me quiera-, me abren la piel y los órganos, brutas, sin delicadezas, no son sutiles, se astillan y me quiebran. Me quiebran toda. Cada astilla es un nuevo dolor multiplicado. Hoy tampoco puedo respirar.

Quisiera hacer revisionismo de mis dolores, catalogarlos, acomodarlos por itensidad. Quiero saber que tan grande es este dolor en comparación a los pasados. Sólo eso me traería un poco de calma esta tarde.

viernes, 14 de enero de 2011

El tipo

Ella esperaba el colectivo, cada mañana a las siete y media. Tenía dieciséis años. Era una mezcla, algo dañina, de sabelotodo con chica ingenua.

Él aparecía a esa hora, pasaba caminando para ir a trabajar y se detenía frente a ella.

Él tendría cuarenta y tantos, quizá cincuenta. Sabía que la vería, así como ella sabía que el tipo vendría y entonces otra vez la misma historia, él le repetiría, hasta que llegara el colectivo, todo lo que haría con ella si le diera la oportunidad. Ella, solo perdía la vista en la calle, sin nunca mirarlo, sin jamás dirigirle la palabra. Tenía la caprichosa e inocente certeza de que él nunca se atrevería a más, pensaba que como mucho luego se masturbaría pensando en ella en el baño de la fábrica, si es que en realidad trabajaba en una.

Nunca pasó de allí. El tipo podría haberla violado. Le hubiera resultado simple. Sobre todo en esas mañanas oscuras de invierno donde ni los perros aúllan y a las esquinas de barrio unos pocos se les atreven: una chica que va al colegio, un tipo que va a trabajar...

Hoy recordó al tipo y su incansable detenerse en ella. Sus ojos encendidos, su susurro angustiante. Hoy recordó la piel suave de la chica de dieciséis, peligrosamente terca e ingenua.

Hoy desnuda un texto en tercera persona, porque no se atreve a desnudar un miedo en primera. No esta noche, aún cuando no haya esquina ni barrio ni jaurías ausentes.

Hoy, cuando lo único que quedan son las vacas.

viernes, 7 de enero de 2011

Próximo

Ya son las cuatro y veinte y ni noticias de Morfeo.

El Minotauro pasa la lengua por mi cuerpo. Es suave y caliente. No habla, pero sé que me dice que Teseo nunca lo ha matado, solo lo apuñala de vez en cuando, sellan alianzas. Tienen ese trato.

Yo no quiero pactos. Quiero mis muertes, por tercera vez en esta noche.

Tres coma treinta y tres periódico.

Minotauro

Hecha un ovillo intento dormir (segundo intento esta noche) sobre el pecho del Minotauro.

Lo odio. Su sangre caliente baña mi rostro y cubre mi cuerpo como una frazada. Aún siento su aliento, otra cobija.

Maldito Teseo que ha hundido el hierro en él y se ha olvidado de mi. Le ha dado tranquilidad, la bendición del sueño, el sueño.

Mi cuerpo se tensa. No es otra cosa que una res nerviosa en el matadero, solo que esa muerte se me niega. Esquiva me revienta, pero me deja viva. Insulta, ofende, me agrede y ni las lágrimas me rescatan. Es superior en número y en fuerza. Es bastión y esta noche no estoy posibilitada para hacerle frente.

Perseguría a Teseo por este laberinto. Laberinto, entiendo de repente que una nueva cárcel me alberga.

No estoy sola. El Minotauro sangrante me acompaña. Me pregunto si la bestia andará cerca o nos visitará algún día.

Si por lo menos los pájaros llegaran. Si ellos comieran mi estómago y los intestinos, si por lo menos se sirvieran de mis cuerdas vocales como cables de luz. Si por lo menos..., pero no, ni eso los ingratos. Ni las lágrimas me socorren.

Las tres

Son las tres de la mañana. No hay poesía en el insomnio, ni luz en el insomne, solo oscuridad y un estómago que cae al vacío y mientras lo hace se incendia.

En el resto del cuerpo, solo la vacuidad.

No sé qué produce estas lágrimas que no salen, que se secan en las cuencas. Nonatas. Abortadas.

Aridez adentro. Solo (hay, tengo) un estómago putrefacto, casi inservible, como ese trozo de carne seca que está tirado en la mitad del desierto del otro lado de la esquina.

Siento el viento resoplar con fuerza dentro mío, se levanta el polvo, resuena el sonido violento en mi. Me desarmo. Grito. Pido ayuda. Sólo el eco responde, me trae mi voz, viciada, que me transita libremente y me deja sentir que no hay escapatoria, ni sueño tranquilo esta noche. No habrá vacas (una obviedad tácita) ni tampoco el consuelo de las lágrimas, sólo una muerte programada. La primera de mis muertes finalmente acontece en enero, a las tres de la mañana. La primera de mis muertes, se cifra, sin metáfora, en otro tres coma treinta y tres periódico.

Ahora, cuando la madrugada avanza, lenta y desangrante hago otro pedido, quiero a Teseo y su cuchillo afilado, quiero su redención.

Lloro. Mentira, no puedo. Quiero. Muero. Mentira. Teseo no ha llegado.

miércoles, 5 de enero de 2011

Ocurre

Ocurre que 2011 ha comenzado y la primera de mis muertes aún no acontece. La espero sentada en la oscuridad. Mis ojos la buscan secretamente, se pierden en los confines tratando de verla. Fracasan.

¿Será que podré olerla? Alguien me dijo que sí. Miente.

El día y la noche se suceden, me iluminan la cara, pero ella no llega y mi aliento se humedece con la nostalgia de su sabor.

Estamos en enero.

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