viernes, 8 de abril de 2011

Continuará: vacas

Un viernes cualquiera, un viernes como hoy, yendo al trabajo, tomando el subte como todas las mañanas, las ausencias me demolieron el rostro y con él casi todos los sentidos, digo casi todos, porque solo me quedó el del tacto.

Llegaba tarde y salté dentro de uno de los vagones de la formación, como una autómata, sin prestar atención al panorama, porque, ¿qué podía haber de distinto? más, menos gente, quizá.

Me equivocaba.

El vagón estaba atestado de vacas, sus cuerpos se chocaban entre sí, apoyaban sus cabezas en los lomos de las otras vacas que tenían al lado y sus ubres, que eran como las ubres del mundo concentradas en un vagón del subte, secretaban riachos de una leche dulce y explosiva.

Casi asfixiada por los cuerpos rumiantes entendí que la formación no podía en realidad ser considerada como tal, pues solo un vagón transitaba por los rieles del bajo mundo.

(Continuará)

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