sábado, 27 de octubre de 2012

Las servilletas en composé

Eran las cinco de la tarde, era la hora del té. La mesa estaba servida en el jardín de la casa del bosque. Espié la escena escondida entre los árboles. Todo tenía aspecto de abandonado, pero estaba en uso, ¿cómo lo sé?, no puedo darme una idea, pero es seguro que es así como lo estoy contando. 
 
 La mesa era larga, se ve que para recibir a bastantes invitados, fácilmente cabrían ocho de cada lado, sin contar las cabeceras, el mantel era floreado y las servilletas ralladas, pero estaban en composé. Nunca entendí eso del composé, Celmira me lo había explicado, pero para mi no combinaban las flores con las rayas, por más que los colores fueran los mismos. Esa era una discusión que Celmira y yo teníamos con frecuencia. Celmira amaba el composé. Algunas veces llegué a creer que bastaba con que Celmira amara algo para que yo lo odiara y en esa misma lógica también he adjudicado, en bastantes oportunidades, no quisiera decir que fueron innumerables, porque estaría exagerando, el hecho de haber llegado a odiarme a mí misma tan solo por saberme amada por Celmira.
  
Fue a las cinco de la tarde y fue a la hora del té cuando me di cuenta que el país al que yo había denominado... de los gusanos, al que desde que me había bajado del colectivo creía vacío, estaba habitado.
  
Yo no podía verlos, pero ellos estuvieron allí todo el tiempo, todo el tiempo que yo estuve aquí, ellos estuvieron observándome. Cómo me gustaría encontrarme ahora con Rapsodia, la madre de mi tío para contarle que los muertos viven en un lugar después de que se mueren, que no se los ve, pero que están, que tienen casas en los bosques, que tienen puertos y pueblos y que se sientan en mesas de madera con manteles y servilletas que no combinan a tomar un earl grey, negro aromatizado con aceite de bergamota, o un ceylon y comer toda suerte de masas.
  
Es que a las cinco de la tarde, a la hora del té, fue que me di cuenta que el país de los gusanos era en realidad el país de los muertos.