miércoles, 29 de septiembre de 2010

La noche en que envejecimos

La lluvia no deja de caer. Cayó toda la noche y no se detiene (parece que nunca lo hará), dicen que es por la tormenta tropical, pero yo sé que no, yo se sé que esta lluvia tiene motivos, no escondidos, sino que más bien son evidentes.

Esta lluvia viene a madurarnos. La escucho caer desde la ventana de mi habitación, al principio en un estado de somnolencia, pero ahora despierta y sé, creo saber qué es lo que intenta.

Constante, sin detener el ritmo, moja mi cuadra, las palmeras, los autos, los containers de basura, las lagartijas, el semáforo de la esquina, su rojo, su amarillo y su verde, las veredas y las casas, las ventanas y los techos, los pasos que transitaron esta calle hoy y quizá los que lo hicieron la semana pasada, moja las veredas y los cordones (los vírgenes y los que fueron pintados de amarillo ¿o es al revés?) moja los colores, los olores y las visiones de presente y de futuro.

Moja mi cuadra y toda la manzana y la manzana de al lado y también el mar y entonces pienso que es una lluvia arrogante, venir a mojar el mar, si nació mojado, pero entonces recuerdo sus intenciones. Quiere envejecernos. Simultáneamente a todos, a todo.

Después de su laborioso quehacer nocturno, de su intervención, tengo la certeza de que todo amanecerá arrugado. Las casas, los techos, las ventanas, los semáforos, sus rojos, amarillos y verdes, los pasos, las lagartijas, el mar, los autos, los cordones y las señales de tránsito. Mi cuadra y la de al lado. Arrugado.



sábado, 25 de septiembre de 2010

Il re della dolcezza

Dolor y felicidad (un problema de enfoque)

La mente tiene una increíble capacidad de enfoque cuando se trata del dolor. Si algo duele, en el cuerpo o en el alma, la nitidez que logra la lente cociente es tal, que cualquier otra cosa que no sea dolor se presenta difusa.

Lo he visto en personas con enfermedades autoinmunes, donde el cuerpo desarrolla esa capacidad de atacarse a sí mismo, donde el dolor se hace evidente y los días en los que nada duele ni siquiera pueden ser recordados.

Lo he visto en la gente que da batalla contra sus demonios, que se ha dejado derrotar o simplemente ha plantado bandera y ahora anda a ciegas, con los ojos vendados y esa sensación de cargar un alma colonizada por parásitos y el corazón y la mente y todo... es, en definitiva, una noche negra, cerrada, sin luna que alumbre el camino ni estrellas que orienten el andar.

Creo entender esa destreza de enfoque de la mente, lo que no sé si llego a comprender es por qué no pasa lo mismo con la felicidad.

¿Es que acaso se presenta como un paisaje cotidiano, y por lo tanto se vuelve obvio y esta lente mental la pasa de largo? Si esto fuera así, y aún cuando entendiera la lógica de que la felicidad fuera percibida como una realidad cotidiana y no así el dolor (del que hay que defenderse), me pregunto si no deberíamos entrenar a la mente para hacerla consciente de los momentos felices.

¿O es que si la entrenamos para distinguir la felicidad luego el dolor se volverá más evidentemente crudo?

¿O es qué no enfocar con nitidez la felicidad es también un mecanismo de defensa?

Como de costumbre, no tengo respuestas, pero entiendo que no para todo la hay.