martes, 27 de diciembre de 2011

Del día, la noche y otra vez el día

Esta mañana, después de un día infructuoso en el que fatigué cada uno de mis recuerdos buscando a quienes, entre los seres conocidos, podrían formar parte de la intersubjetiva, decidí recurrir a una libreta rayada para hacer algunas anotaciones y ordenar la búsqueda que hacía apenas un día había comenzado como un ejercicio mental, pero sin método.

Entre la inmersión en los recuerdos y la libreta hubo, para ser fiel a la verdad, otro recurso del cual me valí y que hacía rato había dejado en desuso. Recurrí a los sueños lúcidos. Antes de caer dormida, me ordené soñar con todos mis conocidos, pedí encontrarlos sentados en un anfiteatro al aire libre, en un bosque, donde la primavera cayera sobre los asientos de la izquierda, el otoño sobre los de la derecha y el invierno inclemente, sobre el escenario. No habría verano. Habría sí unos cuantos pájaros muertos sobre las gradas y la bestia que, entrañable y asesina, atada a una cadena sin fin se pasearía por las primeras filas, lamiendo las mejillas de aquellos que fueran miembros de la intersubjetiva, marcándolos con la maña que alguna vez usara Judas el Iscariote.

Mis órdenes no fueron cumplidas. No hubo sueños lúcidos, solo (sin tilde, porque los señores de la Real Academia Española, regentes de la lengua que ocupo y me ocupa, alguien me contó, han hecho un guiño a esta omisión) unas imagenes difusas del faro del fin del mundo retratada en la tapa del libro de Julio Verne, que alguien había dejado sobre el banco de una plaza, sin magia y sin historia, que es como decir, inexistente.

Con la libreta de hojas rayadas en la mano, me debatí primero si debía ordenar a las personas cronológicamente o por etapas de mi vida, enseguida me agobió la idea. Pensé luego en dibujar mapas -desestimando todo momento histórico-, y ubicar en ellos a la gente alguna vez conocida. Me sentí mucho más atraída por esta idea, sin embargo aún tenía dudas de si esta disposición me permitiría bucear el entramado e identificar a los intersubjetivos.

Entonces, la claridad.

La respuesta estaba en la palabra "entramado". Un entramado era lo que ordenaría la información en el papel rayado, aunque las rayas ahora no fueran necesarias para sostener los nombres, porque los nombres serían los nodos y los vínculos entre ellos los vectores. Y entendiendo la red vinculadora de nodos llegaría a la intersubjetiva.

(Fragmento de la novela Alicia)

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