sábado, 17 de diciembre de 2011

Viernes, el denominador

Cualquiera fueren los numeradores, los viernes que han transcurrido en mi balcón los denominaron. Fue hasta ayer, que fue su último día como denominador. Si se denominó hasta a sí mismo: hubo un viernes por viernes en mi balcón.

En un raconto del que puedo dar cuenta, pues fui partícipe circunstancial y no necesaria, lo que estimo que me acerca a una categoría de testigo, aunque no necesariamente, el viernes ha denominado, en principio, las veinticuatro horas del día. Así es que se pueden afirmar veinticuatro horas por viernes. De ahí en adelante la lista es interminable.

Sólo (que lleva tilde porque se puede reemplazar por solamente) en mi balcón hubo quinientos pájaros muertos por viernes, que es como decir cinco mil pájaros muertos cada diez viernes. También se han contado un dolor de cabeza matutino por viernes, ningún dolor de muelas y tres cuartos de dolor de ovario (esto siempre y cuando hubiera alguna persona en el balcón que pudiera padecerlos) Pero como las estadísticas son caprichosas o permiten que se juegue con ellas, debo confesar que estos últimos años, los viernes, he traído individuos a mi balcón  para torturarlos con estos dolores. He llegado a comprobar, que aún trayendo hombres, estos pueden sufrir dolores de ovarios.

Los paraísos oníricos abundantes, paralelos y conectados tiran anclas a las seis de la tarde. He sido egoista, sólo yo los he vivido. Ocasionalmente le he permitido entrar a la bestia y a algún que otro amigo querido, pero no han sido estas el común de las veces. También he sido egoista con respecto a una silla fucsia de exterior (lógico, por ello está en el balcón), que a las tres de la tarde de cada viernes provee una repetición de orgasmos únicos.

Algo, debo confesar, trasciende estos viernes de tasas, proporciones y relaciones. Es obvia la respuesta: escapan las vacas, que nunca estuvieron ahí.

Siento nostalgia.

No hay comentarios.: