lunes, 5 de septiembre de 2011

El parto (Serigrafía malograda 5/9)

No me es dado recordar acerca de cuántas salvaciones estamos hablando. Fue un alumbramiento por cada salvación. Ella había hallado el cómo. Supo estirpar mis tumores metastásicos, el crecimiento oncológicamente expansivo de mi tristeza, la multiplicación de células decadentes y promiscuas que chupan luz y devastan sonrisas. Digo devastan sonrisas, porque el otro día, mientras iba en el subte, desde Scalabrini Ortiz hasta Catedral, observé las comisuras de la boca de las mujeres de más de treinta, sus labios se acomodaban naturalmente en un arco, gesto reflejo de la amargura. No viene sin embargo al caso hacer una epidemiología del abatimiento, sino quizá dejar sentado que, de manera innumerable,  luego de cada muerte mía, ella me había parido (alumbrado).

Una inyección terminó hace unos días con su vida. Lo supe después. No estuve ahí para despedirme. Y tampoco poseo la capacidad de parir (no pude salvarla). Esto lo sé, porque de la misma manera que he abandonado a los pájaros moribundos de mis sueños, la abandoné a ella.

El amor, que ha sido fundado en mi por el abandono, ha hecho del abandono su único vector y por lo tanto un parto siempre inconcluso.

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