jueves, 15 de septiembre de 2011
El parto (Serigrafía malograda 8/9)
lunes, 12 de septiembre de 2011
El parto (Serigrafía malograda 7/9)
Y ese fue el último de los partos, simultáneos y masivos que ocurrieron ese día y que le ocurrieron a ella, desgraciada entre las mortales, porque había quedado, en un mismo alumbramiento, sellada a su descendencia, sellada a su ascendencia.
jueves, 8 de septiembre de 2011
El parto (Serigrafía malograda 6/9)
[Las liendres que le habían poblado la vagina aguardaron a ser dadas a luz, y cuando estuvieron convertidas en millares de vástagos inmundos se chuparon el líquido anmiótico una vez que alcanzaron al útero y henchidos como tumores ardientes, como si fueran soles, resquebrajaron la bolsa y atacaron a la niña]
Inviable. Porque primero había sido inviable en su mente y en su alma.
[Los piojos le laceraron la piel. Llena de escaras, la niña, que aún no había visto luz ni conocido mundo, ni conocería, estaba ardida por el dolor y las infecciones que comenzaban a propagarse en su cuerpo]
Inviable. Porque su amor era inviable, porque ella no tenía espacio para un alumbrado y mucho menos si este era hembra.
[Una septicemia le provocó un paro a la niña, fue dentro del útero roto y fermentado. Putrefacta, sin ojos, sin lengua y sin sesos fue expulsada por las contracciones involuntarias de la madre]
¡Qué me maten! ¡Qué me muera! Y que sea rápido. Antes de que mis ojos puedan contemplar a la inviable - sentenció la paridora
lunes, 25 de julio de 2011
El parto (Serigrafía malograda 4/9)
Los contemplé de noche, esa noche fría, los contemplé mientras jugaba con algunas de mis vísceras que andaban a cielo abierto, regocijándose con el aire gélido del otoño, ensayando coreografías y cantos paganos de una época en la que no habían sido concebidas, pero que encontraba registro en las almas errantes de los que nos antecedieron.
A los úteros con gusto a damasco y olor a higo les chorreaba miel y a mi me recubría una savia amarga que me había alcanzado y que provenía de un bosque que alguna vez habité.
Miré los diez úteros que colgaban del árbol de la vida y me pregunté si su interior estaría tan deseoso, como mis vísceras, de andar a cielo abierto.
Bajé un útero del árbol, me permití arrancarlo, curiosidad tal vez. Lo mordí, pero estaba seco, como un tasajo. Hice lo propio con el resto y todos estaban pasados. Su olor era ficiticio, no sabían a damasco, ni chorreaban mieles, solo atesoraban como producto unas semillas secas, vencidas.
Concluí que de ellos nunca vería elemento capaz de ensayar danzas y cantos paganos a cielo abierto, esos de los que se tenía registro en los ojos velados de los muertos.
Lloré.
viernes, 15 de julio de 2011
El parto (Serigrafía malograda 3/9)
Entendió entonces (aunque quizá pasó más por un deseo que por un entendimiento) que la recreación del útero en el que había elegido ahogarse dentro de algunos días tenía que ser lo más real posible. En ese momento una exitación feroz se apoderó de su corazón y le sacó el aire, no sólo sabía con qué debía fabricarlo, sino que también comprendió qué materiales debía utilizar para autoadministrarse una muerte feliz.
Preparó el comedor de su casa, corrió los sillones, la lámpara de pie que siempre estorbaba, la mesa ratona y los pufs roñosos, llenos de pelos del gato persa que ayer le regalara a Josefa, la vecina.
Bajó las persianas. Veló la luz.
Luego dispuso una camilla, algunas mesas de trabajo y una máquina de coser, todo contra una pared que habia dejado despejada, asegurándose que el centro del ambiente quedara libre, pues allí pondría un tanque australiano que, recubierto internamente con el material elegido, contendría el líquido amniótico. Inmersa en él, embrionada, gestada, parida, la muerte le chuparía la carne y escupiría sus huesos.
Cortó aproximadamente unos doscientos úteros de vaca, quizá fueran demasiados, no lo sabía, pero tenía que asegurarse de que pudieran recubrir el interior del tanque. Los cosió con cuidado y selló los orificios para que el líquido que lo llenase no se filtrara. Día y noche trabajó doblada sobre la máquina de coser hasta que pudo terminar la tarea. Cuando concluyó, miró hacia la camilla, acostada en ella, dormida, sedada, aguardaba su madre, esperando la disección, esperando aportar con su útero, aunque unos pocos retazos, el material perfecto, insustituible, al proyecto de su segundo alumbramiento.
viernes, 24 de diciembre de 2010
Si se calman
Úteros convulsionados, agitados, en retirada y en avance, en plena contracción o en diáfana expansión. Al borde de la rotura los úteros nos han separado por unas horas, unos días o semanas. Tal vez.
Cuando se sincronice nuevamente nuestro fluido, nuestra tela y sus costras, será.
lunes, 13 de diciembre de 2010
Conjugados
La bestia me mira por el espejo, no está en la habitación, ni en el baño, pero sí está en el espejo. Hoy lo habita. Me mira, decía, y se sonríe, sabe que mis intentos son vanos. ¿Piensa que yo no puedo contra los pájaros?
El bosque crece, se agiganta y me encierra, de repente no son árboles ni hojas, solo cuervos, algunos negros y otros azules los que lo conforman.
Las vacas se fueron, la buscaron a ella, me consta, pero inútil era su búsqueda, ella nunca estuvo ahí.
Un colibrí chupa mis intestinos y el esqueleto de un gorrión anida en mi útero, yo sé que hubiera querido mi hígado, pero no encontró el camino, como las vacas, que nunca llegaron a Santiago de Compostela.
En el pasillo hay olor ajo. Me río. La bestia se da vuelta en el espejo con la intensión de dormir y yo me siento en la bañera a esperar que el hedor a pájaro se conjugue con el del ajo y juntos se me unten en la piel. Pienso, si por lo menos oliera a vaca.