martes, 30 de noviembre de 2010

Escucho

Una puerta se abre, despacio, puede ser que sea de madera.

Quizá sea solo el sonido del viento, pero la escucho, yo. Quizá la puerta exista en el departamento de al lado, quizá exista en el jardín y allí cruja, allí rechinen sus bisagras.

¿y si la puerta está en mi comedor?

Cercana, la puerta.

En mis oídos, la puerta.

Son las tres de la mañana, tengo sueño, tengo miedo.

Tres es múltiplo de nueve, pero no de nueve y un poquito.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Cifrado el 9

Son las 9 de la noche, pasadas, el número aparece nítido y revelador. Pateó mi hígado con fuerza dejándome al borde del vómito, a un segundo de la asfixia, esta mañana, esta tarde.

Esta noche, sin embargo, se desvistió en mi mente, fue prepotente y crudo; me susurró que en él se cifran los ciclos.

Me ahogo. Por tercera vez el número me hostiga. Marca, demarca, me marca.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Huesos

Hueso, antes hueso, hueso vivo, ya no más, murió, enamorada del muro se valió de algunos gusanos, de dos orificios en las plantas de los pies para entrar y donde antes había médula ahora hay savia recubierta de vegetal, la que chupó la gelatina del hueso, trepó, reptó, se deslizó, comió la vida, la parasitó en realidad y cuando llegó a las clavículas, los huesos, que ya estaban muertos se desgranaron, pero el cuerpo no se desplomó, invertebrado y viscoso se sostuvo informe y enamorada del muro se hizo carne en la garganta, se hizo nudo, bollo, manos, pies, lenguas, cientos de ellas, caracoles, pelos, algunos cienpiés, arena, hojarasca, clavos de olor, pimienta en grano y ajíes de los que pican, rosca de reyes y un saxofón. No pudo vomitar. Murió asfixiado, el cuerpo. Murió invertebrado, el cuerpo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Por donde entraron

Me conformaron los pájaros. Los procesos por los que se integraron fueron variados. Al principio yo tenía un cuerpo, como el de cualquier ser humano, pero ya no, ahora no sé si siquiera tengo alma.

Los primeros pájaros me entraron por la boca. Yo la cerraba fuerte, apretaba los dientes, pero un pájaro grande se las ingeniaba para meter su pico cerrado entre mis labios, abrirlo y entonces abrirme. Le dio paso a otros pájaros, eran cuervos, esos pájaros.

Empezaron a meterse en mi boca, primero de a uno, luego de a muchos. Sus plumas se me pegaban en el paladar, se me incrustaban en la garganta. Hubiera querido toser, vomitar, escupir, hasta producir llanto en mis entrañas y evacuarlo por mi boca pero nada de eso pasó. Ellos entraban, se deslizaban por el esófago, como un tubo endoscópico, pero rompiendo mis órganos.

Así se metieron los primeros pájaros. Pensé que iba a morir, pero ahí seguía yo, con ellos adentro.

La segunda tanda entró por mis venas. Volaron unos cuantos desde un árbol, un árbol cargado de pájaros, un árbol formado de pájaros y se me posaron en las manos, eran colibríes. Con esa suspensión particular que logran en el aire se detuvieron a la altura de mis muñecas y detrás de mis rodillas y me picaron las venas, les hicieron agujeros, pero la sangre no caía, los esperaba como un riacho virgen a ellos, los pájaros, para que la nadaran. Y resulta que ahora los pájaros nadan.

La última tanda se me metió por el ombligo, pero no hicieron mucho esfuerzo, no, escondían el pico entre sus alas, como cuando duermen y con la cabeza empujaban hacia adentro de mi, abriéndose paso. Y desde adentro rompieron mi piel, quizá se la comieron, pero luego me prestaron sus plumas, sí, para que mi órganos pudorosos no quedaran desnudos.

Los cuervos mataron a los colibríes, por lo que ahora estoy hecha de cuervos, llena de ellos, pero no puedo volar. Inútiles seres.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Seco

Corrió toda la noche.

Al principio corrió en sus sueños y luego siguió corriendo ya despierto, incluso corrió despierto mientras soñaba.

Del cuerpo le habían extraído el líquido, tenía la garganta ardiente y la boca áspera, las manos secas y las uñas resquebrajadas, como papel quemado que se deshace de tan solo mirarlo. Sus piernas eran un desierto curtido y la cara, la cara se le había agrietado.

No le quedaba saliva. No le quedaba escapatoria.

El aire que lo inundaba mientras corría, que le pegaba de frente, se le metía por todas partes, por la boca y la nariz, los oídos, los poros, por los poros se le filtraba la muerte.

Llegando a un páramo cayó derrotado, sus ojos se habían vuelto duros, escurridos, sus huesos se habían desgranado, no tenía estructura que lo sostuviera. Si con lo último de sus fuerzas hubiera podido avanzar, hubiera tenido que elegir hacerlo reptando.

No lo hizo. Esperó la muerte.

Para el pájaro que llegó a comérselo, él, que alguna vez había sido un ser, no era más que un tasajo cualquiera.

El pájaro comió de acá y de allá, picó sus ojos y su lengua, algo de sus muslos y sus pantorrillas, quizá algo de su abdomen.

No pudo terminar de comer.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Consistencia

Se volvió inconsistente, perdió solidez, se hizo penetrable, el cuerpo.

Sucedió de noche, como la mayoría de las veces cuando le ocurren las transformaciones, porque las transformaciones le ocurren, le suceden, no como parte de un proceso interno, sino acercadas desde el exterior, a veces con calma, otras con violencia. Él, el cuerpo, no decide sobre ellas. Ocurren, ocurren, ocurren, le ocurren.

Lo percibió en el momento. El primero fue como un fuego. Sintió calor, al principio era como la tibieza que traen ciertas mañanas de sol, pero pronto se intensificó. Un ser sin cuerpo, hecho de asfixia y delirio esteba frente a él, respiraba veneno, lo penetró, lo quemó, lo enloqueció, lo traspasó, con su corporeidad inexistente, tan inexistente como la suya que se dejaba penetrar, traspasar.

No fue gratuito el encuentro con El primero, a pesar de que haya entrado y salido, algo de él quedó allí, parte de su ardor sin tiempo y sin fin.

El segundo fue impetuoso y repentino, no se acercó, no se dejó ser sentido sino hasta el momento de la penetración. Era gaseoso y agrio, avinagrado, lo ocupó y se hizo grito en las heridas sin cerrar. Allí acampó.

El tercero fue nauseabundo, repulsivo y viscoso, llenó la boca y la nariz, quizá llenó también el resto del cuerpo, pero que importaba si a fuerza de violentar el gusto y el olfato, hacía que la única parte perceptible fuera la cabeza. El tercer ser, al igual que El primero, lo traspasó y también dejó sus residuos, una sensación eterna de vómito llenando la garganta.

El cuerpo recuperó su consistencia después de unas horas, pero ya no es el mismo.

Nunca lo será: fue habitado.

sábado, 6 de noviembre de 2010

La muerte del pájaro

Lo soñé hace algo más de un año, quizá fueron dos, precisar el tiempo a veces me es esquivo. Sangraba, tenía un ala rota, o quizás algo más que el ala, un corte más profundo, una especie de degüelle parcial. Permanecía inmóvil, un movimiento podría haberle provocado el desprendimiento irreversible de su cabeza. Me miraba de reojo, sin odio, sin pena, creo que contenía la respiración, quizá algún reproche, que no pudo, no supo hacer cabal.

Lo ví. Me fui sin ayudarlo.

Esta madrugada volvió a mis sueños. Estaba muerto. Otro animal, no puedo dilucidarlo, iba a comérselo.

No había sangre. Estaba limpio, el pájaro.

No había sangre, estaba muerto, el pájaro.

Me pregunto si volverá; me pregunto si importa que vuelva; me pregunto si lo hará vivo, herido u otra vez muerto; me pregunto si seré capaz de precisarle un momento en el tiempo y si me regalará, aunque sea una vez más, su mirada vacía.