domingo, 30 de enero de 2011

Drenaje

Ayer volvió a ocurrir la reversión. Aunque esta vez fue parcial. Mi cuerpo solo dejó salir mi corazón y una bolsa de nylon arrugada. Dentro iban los gases de mi mente y el vapor de mi alma. El corazón quedó expuesto, chorreando sangre espesa y oscura y un poco de la savia de los árboles del bosque.
Entiendo cierta inteligencia biológica en el cuerpo al contener alma y mente en una bolsa, impidiendo que se diseminen por el ambiente y se vuelvan irrecuperables. Sin embargo, la acción trasciende lógicas deductivas y obedece a principios de inmunización mecánicos, donde corazón debe ser aislado de un alma y una mente que arremeten y devastan.
El corazón chorrea y escupe sangre espesa, corrijo, producto de los golpes. No hay noticias aún de otros órganos afectados por la toxicidad de las entidades aisladas.
(Escribo y se me va el aire, siento que me desmayo)

viernes, 28 de enero de 2011

Sueña

La vaca sueña muertes, sé que lo hace. Nunca la vi, está claro, pero sé de sus noches y la oscuridad de los abismos por los que deambula. Rumia los sonidos, los demonios ajenos, los de mujeres que ya perecieron y también los míos, que estoy viva. Come mi alma y luego la regurgita para volverla a masticar con sus molares, envolverla con su lengua, con su saliva, caliente, pegajosa, la vaca.

Su cuero se lacera cuando siente el placer que acaricia las pieles de sus hermanas, humanas, reales, cercanas. Las envidia.

Algunas tardes llegan a mi los ecos de sus pasos. Nunca la he visto.

Pienso que sufre. Sé que llora. Quisiera consumirse en fuegos, pero aún no ha sido dispuesta su hoguera. Solo le es dado ahogarse en su ansiedad de muerte.

jueves, 27 de enero de 2011

Clandestinidad

(La vi partir ayer, no fue por el espejo que se alejó, se perdió por una rejilla del baño, su hogar) 

La neurastenia había convertido mi cuerpo en andrajos, un par de tiras viejas sin compostura posible. Entendí (después de ver que la bestia se fuera) que solo iba a lograr la calma si lo enchufaba a un toma corriente u al artefacto correcto. Tuve la certeza, sí, que solo una descarga eléctrica, allí donde se dirimen mis pulsiones, contendría los ataques espásticos de mi alma y mi mente un miércoles por la noche.

(Y ella que se perdía en la oscuridad; y yo que lloraba dolores; y ella que reptaba cañerías hediondas por las heces de la vecindad; y yo que me anudaba en ardores; y ella que desde su clandestinidad me gritaba que volvería, que no me abandonaba, que nunca lo haría, porque así son los demonios, que fiel, como nadie, me acompañaría hasta el último de mis segundos; y yo que desgarraba mi aliento, por no poder desmembrarme y ver ahogados mis gritos... y ella, que desde la oscuridad y en un susurro me dejaba oír sus deseos, "nos vemos en Buenos Aires, me dijo, te espero en el baño de tu nueva casa, te veré desde otros espejos, me ovillaré en otras miserias")

El ibuprofeno ayudó a calmar algún dolor superficial, pero mi cuerpo continúa hoy poseído por su ausencia.

lunes, 24 de enero de 2011

Ahora que me fui

Se dice y se desdice y así resuelve los días el ser que se forma a través del lenguaje. Un día se dice rubia y al otro día se dice morocha.  Y si solo fuera el color de pelo el objeto de sus decires, todo quedaría en una cuestión física quizá, no porque este sea un hecho menor, claro está, pero sí menos traumático para aquellos que la sufren. Entendí que sus voces la descomponen en muchas más variantes que las que arrojaría un prisma, de a ratos la pronuncian dócil y calma, por momentos la hablan irascible y lastimada, la dicen presente, dispersa, compulsivamente propia o aleatoriamente extraviada.

Contradictoria, así se define ella y piensa -se intuye- que con esto se justifica a sí misma o a su ser formado por sus decires y desdecires.

La conocí hace unos días y desde entonces no dejo de pensarla (quizá porque siento la caprichosa necesidad o el deseo profundo de formarla o reformarla a través de mi pensamiento, queriendo emular, tímidamente, la capacidad creadora de su lenguaje)

Me la presentó la bestia. Habita, creo, en el espejo, en el espejo del baño. Quiero seguir viéndola, pero me da miedo que su imagen se borre y que el eco no me traiga sus palabras justo ahora que me estoy mudando.

Ojalá los pájaros encuentren mis nuevas cárceles y vuelen cargando sus fragmentos, sus olores -cierro los ojos-, sus sabores.

miércoles, 19 de enero de 2011

Al descubierto

Todavía recuerdo cuando el bosque estaba espeso, veía la salida, pero era imposible llegar, estaba al lado mío, pero el bosque me comía. Una y otra vez masticaba mis piernas y ensangrentada y dolorida, sin miembros, como los pájaros que se estrellan y estallan en mi ventana y en mis sueños, no podía, no podía, no podía respirar.

Pasaron algunos años desde aquella espesura hasta encontrar algún blanco, que no es otra cosa que una cárcel, distinta, pero cárcel al fin, porque está claro -siempre lo estuvo- que todas son cárceles. La periferia no existe y la libertad tampoco.

Pude salir, pero mientras camino siento las lanzas que me pasan silbando cerca, algunas me traspasan, toscas -son de madera y no tienen acero suave, pulido y condescendiente que me quiera-, me abren la piel y los órganos, brutas, sin delicadezas, no son sutiles, se astillan y me quiebran. Me quiebran toda. Cada astilla es un nuevo dolor multiplicado. Hoy tampoco puedo respirar.

Quisiera hacer revisionismo de mis dolores, catalogarlos, acomodarlos por itensidad. Quiero saber que tan grande es este dolor en comparación a los pasados. Sólo eso me traería un poco de calma esta tarde.

viernes, 14 de enero de 2011

El tipo

Ella esperaba el colectivo, cada mañana a las siete y media. Tenía dieciséis años. Era una mezcla, algo dañina, de sabelotodo con chica ingenua.

Él aparecía a esa hora, pasaba caminando para ir a trabajar y se detenía frente a ella.

Él tendría cuarenta y tantos, quizá cincuenta. Sabía que la vería, así como ella sabía que el tipo vendría y entonces otra vez la misma historia, él le repetiría, hasta que llegara el colectivo, todo lo que haría con ella si le diera la oportunidad. Ella, solo perdía la vista en la calle, sin nunca mirarlo, sin jamás dirigirle la palabra. Tenía la caprichosa e inocente certeza de que él nunca se atrevería a más, pensaba que como mucho luego se masturbaría pensando en ella en el baño de la fábrica, si es que en realidad trabajaba en una.

Nunca pasó de allí. El tipo podría haberla violado. Le hubiera resultado simple. Sobre todo en esas mañanas oscuras de invierno donde ni los perros aúllan y a las esquinas de barrio unos pocos se les atreven: una chica que va al colegio, un tipo que va a trabajar...

Hoy recordó al tipo y su incansable detenerse en ella. Sus ojos encendidos, su susurro angustiante. Hoy recordó la piel suave de la chica de dieciséis, peligrosamente terca e ingenua.

Hoy desnuda un texto en tercera persona, porque no se atreve a desnudar un miedo en primera. No esta noche, aún cuando no haya esquina ni barrio ni jaurías ausentes.

Hoy, cuando lo único que quedan son las vacas.

viernes, 7 de enero de 2011

Próximo

Ya son las cuatro y veinte y ni noticias de Morfeo.

El Minotauro pasa la lengua por mi cuerpo. Es suave y caliente. No habla, pero sé que me dice que Teseo nunca lo ha matado, solo lo apuñala de vez en cuando, sellan alianzas. Tienen ese trato.

Yo no quiero pactos. Quiero mis muertes, por tercera vez en esta noche.

Tres coma treinta y tres periódico.

Minotauro

Hecha un ovillo intento dormir (segundo intento esta noche) sobre el pecho del Minotauro.

Lo odio. Su sangre caliente baña mi rostro y cubre mi cuerpo como una frazada. Aún siento su aliento, otra cobija.

Maldito Teseo que ha hundido el hierro en él y se ha olvidado de mi. Le ha dado tranquilidad, la bendición del sueño, el sueño.

Mi cuerpo se tensa. No es otra cosa que una res nerviosa en el matadero, solo que esa muerte se me niega. Esquiva me revienta, pero me deja viva. Insulta, ofende, me agrede y ni las lágrimas me rescatan. Es superior en número y en fuerza. Es bastión y esta noche no estoy posibilitada para hacerle frente.

Perseguría a Teseo por este laberinto. Laberinto, entiendo de repente que una nueva cárcel me alberga.

No estoy sola. El Minotauro sangrante me acompaña. Me pregunto si la bestia andará cerca o nos visitará algún día.

Si por lo menos los pájaros llegaran. Si ellos comieran mi estómago y los intestinos, si por lo menos se sirvieran de mis cuerdas vocales como cables de luz. Si por lo menos..., pero no, ni eso los ingratos. Ni las lágrimas me socorren.

Las tres

Son las tres de la mañana. No hay poesía en el insomnio, ni luz en el insomne, solo oscuridad y un estómago que cae al vacío y mientras lo hace se incendia.

En el resto del cuerpo, solo la vacuidad.

No sé qué produce estas lágrimas que no salen, que se secan en las cuencas. Nonatas. Abortadas.

Aridez adentro. Solo (hay, tengo) un estómago putrefacto, casi inservible, como ese trozo de carne seca que está tirado en la mitad del desierto del otro lado de la esquina.

Siento el viento resoplar con fuerza dentro mío, se levanta el polvo, resuena el sonido violento en mi. Me desarmo. Grito. Pido ayuda. Sólo el eco responde, me trae mi voz, viciada, que me transita libremente y me deja sentir que no hay escapatoria, ni sueño tranquilo esta noche. No habrá vacas (una obviedad tácita) ni tampoco el consuelo de las lágrimas, sólo una muerte programada. La primera de mis muertes finalmente acontece en enero, a las tres de la mañana. La primera de mis muertes, se cifra, sin metáfora, en otro tres coma treinta y tres periódico.

Ahora, cuando la madrugada avanza, lenta y desangrante hago otro pedido, quiero a Teseo y su cuchillo afilado, quiero su redención.

Lloro. Mentira, no puedo. Quiero. Muero. Mentira. Teseo no ha llegado.

miércoles, 5 de enero de 2011

Ocurre

Ocurre que 2011 ha comenzado y la primera de mis muertes aún no acontece. La espero sentada en la oscuridad. Mis ojos la buscan secretamente, se pierden en los confines tratando de verla. Fracasan.

¿Será que podré olerla? Alguien me dijo que sí. Miente.

El día y la noche se suceden, me iluminan la cara, pero ella no llega y mi aliento se humedece con la nostalgia de su sabor.

Estamos en enero.

CRXJ8RSJV2S8