miércoles, 21 de septiembre de 2011

Electrocutada e inapetecible

(Y ahora tengo la mente en blanco, pero mientras dormía las vi,  estábamos ellas y yo a punto de caminar por los campos sembrados de tomacorrientes)

No nos molestó meter los pies en los enchufes, no nos importó electrocutarnos, que el pelo se nos chamuscara y se nos chamuscarnan de igual manera los genitales y nuestro sexo, que la tierra vomitara rayos, asemejándose al cielo cuando despide el agua putrefacta contaminada por las almas miserables de los que se exraviaron jugando con la sangre y  revolviendo las vísceras de otros.

No nos molestó meter los pies en los enchufes, no nos importó electrocutarnos, que nuestras lágrimas y fluídos provocaran un cortocircuito, que se asaran nuestros riñones y que la carne tierna de nuestras nalgas y nuestros senos se tensara, nerviosa y se volviera inapetecible.

(Y ahora tengo la mente en blanco, pero mientras dormía las vi, estábamos ellas y yo, violacias de sufrimiento y blancas de muerte, tendidas en la tierra mojada por nuestros jugos recién exprimidos, pero seca de lamentos de los que nunca nos rieron)

La bestia, que me sigue de cerca aunque yo no la perciba, bajó la cabeza y se sonrió. De su mente ya estaban despegando los cuervos, un par de aguiluchos y unos gorriones empiojados. En vuelo prolijo y austero descendieron sobre mi, prendieron mi piel asada en sus garras y me llevaron a sus brazos sometiendo las fronteras (los pájaros pueden hacerlo, los humanos no).

(Y ahora tengo la mente en blanco)

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