miércoles, 29 de junio de 2011

El parto (Serigrafía malograda 1/9)

La noche febril hacía que el pasto transpirara y el cielo enllagado de estrellas que no marcaban más norte que el de la desesperanza, ardiera con los olores de un puchero de gallina.

El invierno, que era crudo a esa altura del año, cuando la primavera ya había alcanzado su madurez, no parecía importarle a ella, porque su vientre henchido, no por la desazón, mucho menos por la angustia, temblaba de ansiedad con cada espasmo. El momento del parto se acercaba, si hasta las vacas, que hacía más de una hora habían llegado al lugar, regurgitaban canciones de cuna anticipando el alumbramiento.

Suspiró, sonrió y perdió la mirada en la noche febril, en las estrallas llagadas sin norte. Entonces, el aliento punzante de la muerte le sostuvo la mano, cariñosamente, mientras las contracciones llegaban. Primero parió su ombligo, luego un ternero, una bandada de pájaros y minutos después su estómago.

No fue hasta en la última pujada que ella, que se moría por parir, dio a luz al feto.

miércoles, 22 de junio de 2011

Entre piojos y emisarios de la muerte

Las palomas están por todos lados, chocan contra los vidrios (mientras yo sueño con murciélagos) Hay una en particular que ayer no me dejó dormir. Gigante y negra, movía la cabeza de lado a lado, como si en realidad fuera una lechuza o un búho, o cientos de emisarios de la muerte (tan dulce y tan lejana) contenidos en su cuerpo infectado de piojos, pero no era búho ni lechuza, era una paloma negra gigante ululando, afirmada sobre el metal desplegado de la escalera caracol, y yo sin dormir, y sin dormir, los murciélagos de mi sueño nos atacan, pero el ataque no es lo que importa, porque yo tengo que salvarla a ella, porque me lo pidió. Y ella asustada y dispersa, como si no viera a los murciélagos, desconociendo las palomas y todos los pájaros asesinos que pronto nos caerán encima me pregunta: a dónde está la salida. Su voz tiene la sonoridad del click de una cámara esteopeica que no hace click, porque no necesita hacerlo. Y todo pasa sincrónicamente, mientras los de la superficie nos piensan, mientras yo sueño, mientras la bestia, dormida hace tanto tiempo reaparece, para recordarme que nada existe, ni las vacas que están conmigo, ni el vagón que nos conduce, ni yo, y quizá ni ella, ni el habitáculo, ni nuestra memoria, ni los recuerdos deformados, esos que nos desdicen, nos desrelatan y nos descuentan a través de las bocas ajenas y de la nuestra propia, también. Traidora. Traidora y mentirosa.

Nada. Si al menos hubiera muerte. Nada.

martes, 14 de junio de 2011

Muerte versionada

Rosa se viste de verde y huele a una marcha tocada con trompetas. Es la muerte, una de ellas. Me le acerco, la abrazo, la acaricio, la beso, le pido que me congele con su aliento, que me arrebate los sueños, que me vacíe la mirada y los lagrimales, que me silencie los gritos y la voz,  que borre mi lengua y el lenguaje y sus fabricaciones, las pasadas y las posibles, en todos sus tamaños y presentaciones, que desarticule mis dibujos y que blanco sobre blanco pinten mis témperas, que me llene de desasosiego y me empuje al vacío. Que me lleve con ella. Y que elimine toda huella que de mi hay sobre esta tierra.
Nota: seguimos en el habitáculo. Llevamos cuatro días aquí. No sabemos como salir.

lunes, 6 de junio de 2011

Según se ha dicho de nosotras

Nos encontramos en el habitáculo, las vacas y yo. No sabemos muy bien a que hora llegamos, solo que estamos aquí. Rechinan mis dientes. Impera la confusión y acaso el caos. Hay susurros constantes que construyen historias múltiples de una misma situación que es propiedad de nuestros pasados, tal como imaginamos cuando nos fue develado que este lugar sería nuestra próxima parada.

De fondo suena una radio vieja que hace algo de interferencia, un tango le pisa la voz al presentador del rotativo de noticias. Y viceversa y viceversa y viceversa y viceversa y viceversa y tango y presentador y tango y presentador y tango y viceversa y presentador y viceversa al ritmo de mi taquicardia y la taquicardia de las vacas.

No hay ventanas en el habitáculo, en realidad no sabemos cómo luce este lugar, pues creo que no vemos, solo reproducimos imágenes mentales, tomadas de las construcciones realizadas por los que nos piensan en la superficie. La Jersey me lo confirma ventrílocuamente, fue en ese viaje en barco por el índico que desarrolló la habilidad.

Escucho. Refieren unas voces en polaco que la pinzgauer habitó los suelos de ese país, pero también la recuerdan unos parlamentos en ruso en las cercanías de Petrogrado, en los tiempos del Soviet. De la rubia de Aquitania, esto es raro, no hay menciones en francés, solo en una lengua nórdica, podría ser sueco, aunque también finés.

Entiendo. Geografías superadas, las voces nos construyen con pieles de diferentes matices y siento que eso no sería tan grave como cuando nos enuncian vidas tan disímiles a las que nuestro propio recuerdo formula.

Unas voces familiares me cuentan en un lugar en una fecha y durante un suceso que difiere completamente con el recuerdo de mi factura, ese que yo le aporto al habitáculo. Dicen que dibujaba una virgen en un pedazo de papel, en una habitación oscura, mientras yo me cuento sembrando en un macetero una comunidad de lombrices extraídas del jardín de los Gutiérrez Arregui, antes de la inundación del 85, ¿o fue después?

Cierto es que el habitáculo nos duele en diferentes lugares de nuestros cuerpos a las vacas y a mí.

jueves, 2 de junio de 2011

Hacia el habitáculo

Superada la consigna anterior, mis pupilas proyectaron sobre el cuero de la rubia de Aquitania el mapa de nuestro próximo destino. La negra avileña, desesperada, le lamió el cuero, entendiendo que esa proyección la laceraría, pero si esa proyección nos iba a pudrir a todas, no solo a la rubia.


Mi ser, tan inexistente como el de ellas, se daba cuenta del efecto fragmentario que nuestra futura parada nos imprimiría. Nos dirigíamos al lugar donde se deforma el pasado, estábamos yendo al habitáculo de los recuerdos.

Siempre pensé que ese habitáculo estaba dentro de nosotras, pero desde que estoy presa en este vagón he desenmarañado muchas presuposiciones otrora equívocas.

Ahora estoy acribillada por la ansiedad que hostiga mi cerebro, pues tiene la forma de todos los pasados de mi vida que hoy entiendo probables en el recuerdo de todos los que nos piensan o lo han hecho, a las vacas inexistentes y a mí y que en breve enfrentaremos.

La pinzgauer vomita.