viernes, 13 de mayo de 2011

Matrioska

Pasó que una de las vacas del vagón era una matrioska.

Habíamos llegado al barrio chino subterráneo hacía unos veinte días, según recordaron las memorias de los que habían quedado en la superficie y nos mantenían vivas aún sin que nosotras lo supiéramos.

Pasó que las leyendas rusas también eran populares en los barrios chinos subterráneos.

En el transcurso de esa y otras atemporalidades, mi hígado era picado dentro de uno de los estómagos de una vaca Fernandina uruguaya por una cocinera de la provincia de Guangdong. A su lado, muy cerca de la cuchilla y algo alejados del fuego, descansaban los dedos de Marco Polo, aún con el olor de la pólvora descubierta siglos atrás.

Pasó que la cocinera de Guandong necesitaba dedos ajenos para hurgar su nariz.

Sin hígado, pero con los signos vitales intactos me dispuse a leer el último ejemplar de la revista dominical que comentaban aquellos que nos mantenían vivas en su memoria y que habitaban superficies lejanas, a las que me era permitido acceder entre fuga onírica y fuga onírica.

Pasó que hubo una riña de gallos que yo no presencié.

(continuará)

1 comentario:

Édgar Ahumada dijo...

Una de las vacas era una muñeca rusa.
Las leyendas rusas son conocidas en los barrios chinos subterráneos.
Y la vaca tiene mucho de estoica, a final de cuentas, la vaca que nunca estuvo ahí.
Todo esto, a mi entender, es un universo en sí mismo, algo muy difícil de lograr.
Genial.