viernes, 7 de enero de 2011

Las tres

Son las tres de la mañana. No hay poesía en el insomnio, ni luz en el insomne, solo oscuridad y un estómago que cae al vacío y mientras lo hace se incendia.

En el resto del cuerpo, solo la vacuidad.

No sé qué produce estas lágrimas que no salen, que se secan en las cuencas. Nonatas. Abortadas.

Aridez adentro. Solo (hay, tengo) un estómago putrefacto, casi inservible, como ese trozo de carne seca que está tirado en la mitad del desierto del otro lado de la esquina.

Siento el viento resoplar con fuerza dentro mío, se levanta el polvo, resuena el sonido violento en mi. Me desarmo. Grito. Pido ayuda. Sólo el eco responde, me trae mi voz, viciada, que me transita libremente y me deja sentir que no hay escapatoria, ni sueño tranquilo esta noche. No habrá vacas (una obviedad tácita) ni tampoco el consuelo de las lágrimas, sólo una muerte programada. La primera de mis muertes finalmente acontece en enero, a las tres de la mañana. La primera de mis muertes, se cifra, sin metáfora, en otro tres coma treinta y tres periódico.

Ahora, cuando la madrugada avanza, lenta y desangrante hago otro pedido, quiero a Teseo y su cuchillo afilado, quiero su redención.

Lloro. Mentira, no puedo. Quiero. Muero. Mentira. Teseo no ha llegado.

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