martes, 5 de julio de 2011

El parto (Serigrafía malograda 2/9)

Pujaba y pujaba y nada, estaba vacía, en nueve meses solo había gestado aire. Era desesperante, no podía entender qué era lo que había sucedido. Si ella misma había visto su producto en las ecografías, se movía, se chupaba el dedo, si hasta había podido identificar cierta expresión familiar en la mirada del niño. Hubiera jurado que tenía los ojos del tío Pedro y las manos de la abuela Serafina, pero nada, solo aire despedía con cada pujada.

Con esfuerzo se incorporó un poco y entre la transpiración y los dolores del parto que le arrancaban lágrimas y le enturbiaban la visión pudo ver, aunque difusamente, a la partera; tenía sus manos en posición esperando a la criatura gestada y cara de desconcierto entendiendo que en esa sala, en esa hora crítica, sólo la nada sería alumbrada. Entonces escuchó la voz de un médico viejo, un obstetra, de esos que todo lo han visto. Había llegado de emergencia al lugar. Entendiendo la gravedad del caso le pidió calma y le aseguró que iba a tener un bebé, aunque tuvieran que insertárselo.

Le explicó que no era sano parir aire y, con cierta docencia, elaboró sobre las complicaciones que eso acarrea. Entonces le comentó sobre un trabajo de inducción previo que era necesario realizar, con minucia y con arte, para manejar la situación. Ella vio la sonrisa amplia del médico antes de que la ocultara detrás del barbijo, y también vio la barbie hawaiana que sacó de su maletín negro y que inmediatamente después le insertó con calma y delicadeza, pero sobre todo con pericia, en la vagina, mientras le decía, siga mis indicaciones atentamente, deje de pujar por unos instantes. ¡Perfecto! Ahora succione. Succione. Succione. Una vez más, ya casi, ya casi. ¡Listo! Descanse. En unas horas nada más le practicaremos la cesárea.

Va a ver, tendrá una hermosa niña con rasgos de muñeca, le dijo con voz de de pandereta, triángulo y toc toc, le acarició la cabeza y abandonó la sala*

* Basada en una historia real

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