sábado, 27 de octubre de 2012

Las servilletas en composé

Eran las cinco de la tarde, era la hora del té. La mesa estaba servida en el jardín de la casa del bosque. Espié la escena escondida entre los árboles. Todo tenía aspecto de abandonado, pero estaba en uso, ¿cómo lo sé?, no puedo darme una idea, pero es seguro que es así como lo estoy contando. 
 
 La mesa era larga, se ve que para recibir a bastantes invitados, fácilmente cabrían ocho de cada lado, sin contar las cabeceras, el mantel era floreado y las servilletas ralladas, pero estaban en composé. Nunca entendí eso del composé, Celmira me lo había explicado, pero para mi no combinaban las flores con las rayas, por más que los colores fueran los mismos. Esa era una discusión que Celmira y yo teníamos con frecuencia. Celmira amaba el composé. Algunas veces llegué a creer que bastaba con que Celmira amara algo para que yo lo odiara y en esa misma lógica también he adjudicado, en bastantes oportunidades, no quisiera decir que fueron innumerables, porque estaría exagerando, el hecho de haber llegado a odiarme a mí misma tan solo por saberme amada por Celmira.
  
Fue a las cinco de la tarde y fue a la hora del té cuando me di cuenta que el país al que yo había denominado... de los gusanos, al que desde que me había bajado del colectivo creía vacío, estaba habitado.
  
Yo no podía verlos, pero ellos estuvieron allí todo el tiempo, todo el tiempo que yo estuve aquí, ellos estuvieron observándome. Cómo me gustaría encontrarme ahora con Rapsodia, la madre de mi tío para contarle que los muertos viven en un lugar después de que se mueren, que no se los ve, pero que están, que tienen casas en los bosques, que tienen puertos y pueblos y que se sientan en mesas de madera con manteles y servilletas que no combinan a tomar un earl grey, negro aromatizado con aceite de bergamota, o un ceylon y comer toda suerte de masas.
  
Es que a las cinco de la tarde, a la hora del té, fue que me di cuenta que el país de los gusanos era en realidad el país de los muertos.

lunes, 25 de junio de 2012

Siete veces siete

> Me cuesta encontrar arraigo en una hoja en blanco tanto como en un país, asevero hoy.
>
> Me cuesta que el sociego me alcance mientras mi ansiedad se desliza por los renglones, como si fueran un tobogán (algo similar me pasa al transitar las geografías y algunas capitales; hoy entiendo)
>
> Hoy me cuesta el hoy que define su trayectoria a la madrugada, a las tres y treinta y tres. Tres veces el tres que me apuñala los sentidos, y también el sentir, tres veces el tres se multiplica. Multiplicador me tortura, hoy, así, sin más.
>
> Y todo es irreal en este mundo onírico por el que deambulo. ¿A quién le importa el tres?, me pregunto, si yo, la única multiplicación que busco, es la del siete, siete veces siete quiero, sin retruco, ni flor ni contra flor al resto. Cuánto mucho, permitiría que me echen una falta envido. Cuánto mucho...

sábado, 21 de abril de 2012

Geranio conoce a Prístina

La luz se prendía y se apagaba. ¡Qué no! Dejanos explicarte. ¡Qué dije que no! Entonces Geranio se arremolinaba en el cuarto y antes de que lo pudiéramos ver apagaba la luz otra vez y cuando volvía a prenderla aprovechábamos para buscarlo con la mirada, pero era inútil no sabíamos a dónde se escondía. Y cada vez que comenzábamos a hablar sobre el grimorio y sobre la posibilidad de que este fuera el texto que encontrara Mondschein en la biblioteca real de Munich, él se enojaba y ¡zás! otra vez a oscuras.

¡Cabrón! gritó Prístina, con su dicción particular, durante el último atentado de Geranio contra la claridad del cuarto. Y yo que no pude contener la carcajada... Nunca sabremos si fue mi risotada o la frustración hecha palabra de Prístina lo que hizo que finalmente Geranio se calmara,  dejara en paz al interruptor de la luz y se sentara entre nosotras dos.

Geranio había salido como de costumbre por la ruta habitual, mi vagina, minutos antes de que Prístina llegara. Estaba urgido, el tiempo lo corría por delante y por detrás y si se descuidaba también lo cuerpeaba de costado. Eso me dijo agitado, con la palabra escueta que se le resbalaba por la comisura izquierda de la boca que torcía en una mueca exagerada, como si me estuviera contando un secreto o como si lo aquejara una parálisis facial.

Tic tac, tic tac, tic tac, las agujas de su reloj de bolsillo, fabricado en Nuremberg en el siglo XVI, estaban apresuradas y le marcaban el paso, el de su corazón, el de sus piernas, el del pestañeo de sus párpados y el de su sangre. ¿Por qué la prisa, Geranio? Pero antes de que me contestara, Prístina, a quién yo le había hecho un juego de llaves de la casa, había entrado en el cuarto sin avisar provocando que Geranio se ocultara. Odiaba que Prístina hiciera eso. Por suerte nunca me había visto aún en uno de esos momentos incómodos en los que tenía que expulsar a mi invitado o habitante porque a este se le antojaba salir.

Pero volviendo al punto, Prístina ya me había contado sobre la posible conexión entre el grimorio y Mondschein, ya se había enojado con Geranio, a quien hasta ahora nunca había visto en persona, y Geranio ya se había acercado y se encontraba ahora sentado entre nosotras. Los tres en la cama entonces, con las espaldas contra la pared, cada uno con un almohadón sobre las piernas y las manos cruzadas sobre ellos, nos mirábamos estudiándonos los gestos. Geranio resoplaba fuerte por la nariz.

Bueno, creo que llegó el momento de las presentaciones formales. Geranio, te presento a Prístina, Prístina, te presento a Geranio. Parecés un gato. Pero soy un conejo. Bueno, en el horóscopo chino serías gato. Pero soy un conejo. Tosió. Y en el vietnamita también sería conejo, dijo enfático y continuó, vos parecés tonta. Bueno, dicen en realidad que soy retrasada, por la meningitis, no por ningún horóscopo, pero me las arreglo bien. Mucho gusto. El gusto es mío. Ambos se dieron la mano y los tres nos quedamos en silencio un rato hasta que Geranio dijo y su decir nos dejó con un revoltijo en el estómago. Las respuestas que buscábamos los tres, estaban más allá de mi vagina, si queríamos saber más sobre la intersubjetiva, sobre las vacas ciegas de Aquitania y sobre la conexión entre el grimorio y Mondschein, teníamos que meternos adentro mío. No quedaba otra.

Fragmento de Alicia y su vagina maravillosa

miércoles, 11 de abril de 2012

La partida

El ventilador que giraba frenético y ruidoso se encargó de volarme la piel para que cubriera como un manto (sin dibujos ni ornamentos) el sofá del living. Sopló fuerte, como uno de los tres chanchitos o algún personaje o cosa inanimada de ese cuento (no recuerdo y no importa) la sangre de mis venas, y llenó botellas, jarras, fuentes, palanganas, un bidón que ya contenía algo del querosén que ayer me incendió el alma y un florero de 1927. A mis venas, vacías, luego de hacerlas flotar locas por el aire las tensó de los clavos, de donde hasta ayer colgaban cuadros y sobre ellas tendió: mis pelos, mi ropa, mis calzones y las zapatillas (unas nike viejas y desvergonzadas, de outlet, que profanaron pisos, quizá protocolarmente reservados a zapatos). Mis huesos se desgranaron y son las piedritas sobre las que hará pis el gato, el de verdad y los de las historietas de la biblioteca (Felini, Gaturro, uno negro sin nombre, y otro negro de Poe hecho comic, Felix de Messmer, Krazy Kat de Herriman...). Y quedan los órganos, que el ventilador repartió y repatrió entre una kermese de barrio del sur bonaerense, el próximo carnaval de La Boca y el espejo de una habitación en Palermo. Mi rostro, el lavado y el que usa maquillaje, se fragmentó en el baño y en el ventanal que da a la calle. Mis manos se enfundaron en guantes en la cómoda y mis piernas se arroparon con las medias sucias y agujereadas que había reservado para lustrar los muebles.

Todo lo hizo el ventilador, que giraba, frenético, furioso. Frenético y furioso, fren..fur..Y yo (suspiro), acaso como una o como varias, me guardé en los recuerdos de algunas mentes.

Y yo, que me iba, me aseguré de dejarme en esta casa, que ya no sé ni donde está, pero sé que está acá.

Y yo que me iba, que me voy, no me fui.

domingo, 1 de abril de 2012

Prístina

A Prístina no la conocemos mucho, es la hija de Poro, la vecina del quinto C. Ellas se mudaron al edificio hace unos seis meses y yo creo que Celmira se permite conversar con Prístina,  porque piensa que las limitaciones que le causa su mente atrofiada no representan un peligro, y la mujer nunca sospecharía que Celmira me raptó y no es mi madre y por lo tanto no la denunciaría. Celmira suele hacer ese tipo de cuentas con la gente. Por ejemplo, con Poro, la madre de Prístina, Celmira no habla, digamos que la evita, porque a diferencia de Prístina, ella podría causarle algún tipo de daño. Igualmente Celmira es un ser de pocas palabras.

A mi particularmente, Prístina me genera desconfianza, no porque sea mala, sino porque sin saberlo y sin quererlo podría perjudicarme. Ella sabe de Geranio.  No es que yo le haya comentado, si no que en cierta oportunidad Celmira había subido al lavadero a buscar ropa y había dejado la puerta de casa abierta, entre abierta en realidad, quizá mal cerrada, no lo sé, no recuerdo y creo que tampoco importa mucho, la cosa es que Prístina, que había venido a devolverle a Celmira un disco de Nino Bravo, entró. No la escuché.

Yo estaba tendida en mi cama, desnuda y sin bombacha porque a Geranio se le había ocurrido salir. Que me contorsioné, que gemí, que me arqueé, que puteé y maldije a Geranio una y otra vez, que Geranio me provoca dolor, pero también placer cada vez que sale por mi vagina es bien cierto y es seguramente lo que vio Prístina cuando abrió la puerta de mi habitación. Grité, le grité, y le dije que se fuera de mi casa. 

No soy una persona agresiva, pero lo fui en ese momento con Prístina, creo que le dije, yegua atrofiada, ¡qué mirás!, bien desearías vos que algo te saliera y te entrara por la concha. Geranio se asustó y se volvió a meter instantáneamente adentro mío.  Y yo me quedé llorando por lo bruta que había sido con Prístina. Me horroricé de las palabras que salieron de mi boca, como si las palabras no hubieran sido pensadas, no hubieran tenido asidero en alguna parte de mi alma y corporeidad, como si fueran las hijas de nadie que prostibularias me prostituyeron. Cómo si yo, en fin, no hubiera sido responsable. Lloré de culpa, lloré de rabia, lloré por todo lo que me pasaba. Por ser un engendro raptado al que habitaban seres y se comunicaba con seres de otros mundos, bestias en el espejo y órganos dispersos que agrupados bajo el nombre de ¨el cartógrafo¨ me facilitaban los datos sobre la ubicación de la intersubjetiva.

Odié a Celmira. A alguien tenía que odiar. Eso estaba claro.

lunes, 19 de marzo de 2012

Motel

Ayer pasé la noche en el útero de mi madre. Atrapada. Un habitáculo de techo abovedado, con azulejos en las paredes y techo de piedra, una especie de cueva.

El Minotauro no estaba allí, había huido y el hecho me angustió. Hubiera esperado encontrarlo y que su espada espesa, hundiéndose en la carne, la mía, me proveyera muertes, tamañas y definitivas. Pero el Minotauro no estaba ahí. En el piso, desnudo, estaba el carretel en el que alguna vez se enrrollara el hilo de Ariadna. Lo patié, con fuerza, sí, con resignación, también.

Cuando me recosté en el suelo, después de una hora de dar vueltas en círculos, tocando las paredes, esperando dar con una puerta u orificio de salida, inútilmente, los vi. Pendían del techo. Eran fetos, cientos, miles, o tal vez dos, mellizos, quizas gemelos.

Los vi, recostada boca arriba, como quien se tiende en la noche a ver un cielo estrellado. Eran gusanos en capullo, larvas, orugas, eran murciélagos sin ojos, colgantas en la noche, durmientes sin belleza, misiles cargados de esquirlas, laceraciones y devastación, estlactitas, dagas, la espada del samurai o gotas de agua, cayendo para mojarme, banñarme, cubrirme, ahogarme.

Eran fetos, cientos, miles, o tal vez dos, mellizos, quizás gmelos. Eran el Minotauro, colgando del hilo de Ariadna.

Ayer pasé la noche en el útero de mi madre.

Muerta.

No nata.

Alumbrada.

lunes, 5 de marzo de 2012

Tratado arbóreo, extracto del grimorio vacuno

La rubia de Aquitania siempre lo supo, el grimorio vacuno descansaba sus páginas en una estación de la línea A del subte de Buenos Aires.

Cuando me refirieron el caso, me comentaron que cada capítulo del libro era un tratado en sí mismo -sentí una curiosidad inmediata por conocer más-. Claroscuro, sin embargo, me respondió que no era el momento. Sólo debería contentarme con algunos pasajes.

Había conocido a Claroscuro en la víspera de carnaval. Me había citado en un sótano de la calle Suipacha, en pleno microcentro porteño. Durante nuestros encuentros, que duraron un mes, él siempre se mantuvo en un rincón de la habitación, donde la diáfana luz de un velador le iluminaba porciones del rostro, hecho que me impidió hacerme una representación completa de su fisonomía. Sólo su voz, que era como la de Tom Waits -cuando hablaba, parecía que minutos atrás se había hecho gárgaras de whiskey- me permitía construir un ideario sobre su persona y revestir con atributos variados y heterogéneos su carácter.

- Aquí hay, le entrego -me dijo escuetamente- unos extractos de un capítulo del grimorio vacuno.

Era un tratado arbóreo. Transcribo a continuación uno de sus pasajes.

“Viven. Nadie lo sabe, pero viven. Los árboles son mujeres, mujeres en celo. Las ramas son sus piernas y en cada bifurcación poseen una vagina. Las lluvias de febrero: el semen que las nutre. Con él se regocijan. Ellas, los árboles, tienen la cabeza enterrada, su cabellera se expresa en raíces que crecen y se enmarañan en la tierra, la misma tierra que asfixia sus orgasmos para que nadie los escuche. La tierra las mata, pero viven. Ellas viven.”

Alguna vez la rubia de Aquitania me había hablado sobre el grimorio vacuno, me había dejado intuir su ubicación. Hoy sé que existe. Aunque el texto que me diera Claroscuro, no hizo más que desconcertarme.


 http://youtu.be/C49H3aWdiK8

jueves, 1 de marzo de 2012

Ellos mueren

Los vecinos se suprimieron ayer, se suprimieron las ganas primero y la vida se les fue después, por decantación del suceso anterior. Festejaban en el jardín trasero del edificio en el que habitamos. Cuando los vi ya eran inexistentes. Solo sus ausencias bailaban debajo de las guirnaldas de colores y las bombitas encendidas, luciérnagas de vidrio ordinario que una noche de verano, sin sueño ni Shakespeare, zumbaban suspendidas por cables, epilépticas, antes de quemarse, quemarlos, quemarme el rostro, los brazos y la respiración, que chamuscada, con olor a plástico derretido adquirió una fluorescencia venenosa propia de las cosas inertes, como el bicho bolita que aún muerto caminaba por la cabeza de Rauco el almacenero, usándole los pelos como tobogán, porque su cuerpo era un parque de diversiones para los bichos y la mugre, por eso dejé yo de comprarle queso, ese que fabrica Celmira, que tiene un plan discutible de exterminio de viejos de más de ochenta. Ella dice que los viejos de más de ochenta son los únicos que le compran el queso a Rauco, pero yo quisiera decirle que no todos los viejos del mundo compran el queso en ese almacén ni es lo único que comen. De cualquier manera ella fabrica quesos con fermentos que provocan una gastroenteritis asesina que termina con la vida de los viejos, porque en el estómago, después de que lo comen, les crecen moscas. Las moscas crecen, crecen como lo hacen las plantas de uñas que Celmira le adelanta a Prístina que le van a crecer en la panza si se las sigue comiendo. Prístina tiene cuarenta y cinco años, pero una meningitis que tuvo a los ocho le estancó la mente en esa edad biológica. Celmira lo resume como retraso mental, pero yo no creo que sea un retraso, sino algo que se atrofió y dejó de desarrollarse.

jueves, 12 de enero de 2012

Viaje desde la biblioteca de Pisístrato a mi cuerpo

Desde que Geranio vive adentro mío mi relación con la vagina (y también con el mundo) ha cambiado. Él entra y sale reiteradamente, a veces durante el mismo día, incomodándome, porque cuando me doy cuenta de que él necesita irse tengo que correr al baño, sentarme en el bidet, bajarme la bombacha y esperar que salga.

Generalmente es un trámite expeditivo, pero otras veces dependiendo de la situación en la que me encuentre, es algo problemático. En ocasiones Geranio ha querido salir mientras yo viajaba en el subte, luego entendí que esto sólo ocurría mientras viajaba en la línea A, a la altura de la estación abandonada, donde los trenes no se detienen desde la muerte de dos obreros que trabajaban en el lugar, a principios del mil novecientos. Conversando al respecto Geranio me explicó que cada vez que pasábamos por allí, estuviera en el bosque que estuviera adentro mío, arreando animales, sembrando orquídeas, enjaulando colibríes o siguiendo la pista de las vacas ciegas de Aquitania, una fuerza exterior lo succionaba. Él dice que hay una extraña configuración de energías en ese lugar, una puerta cósmica, almas en pena o simplemente una modificación espacial donde el adentro pasa a ser el afuera y viceversa.

Viceversa, viceversa es una palabra que nos encanta a Geranio y a mi por obvias razones. Nosotros entendimos hace mucho como andar y desandar. Andamos y desandamos palabras, frases, párrafos, libros, volúmenes y bibliotecas en una dirección o en la otra. Nos andamos y nos desandamos a nosotros mismos...Esto me lleva a pensar que Geranio también es un intersubjetivo. Tengo que dibujarlo en mi mapa, en la libreta rayada de tapa dura; cuando llegue a casa será lo primero que haga. Pero volviendo al tema anterior, desandando las bibliotecas que nunca conocí, incendiadas en épocas oscuras e infames, no contemporáneas, fue que tuve mi primer encuentro con el sexo.

Geranio había salido, yo estaba tendida en mi cama repasando unos volúmenes de la biblioteca de Pisístrato, antes de que la saqueara Jerjes, cuando descubrí, en una exploración de mi cuerpo, el clítoris. Un día antes había leído sobre las disecciones de Leonardo y sus conocimientos de anatomía que le permitían parir personas en sus pinturas y en unos de esos raptos esporádicos, que a veces duraban semanas, de sensibilidad megalómana había pensado, sostenido, que si Leonardo podía dibujar cuerpos perfectos -cuando perfecto es espejo de lo real-, yo también. Entonces, decía, me encontré con mi clítoris -porque Celmira nunca me había hablado de sexo ni de las partes del cuerpo que proporcionan placer. Y yo tampoco había leido al respecto-.

Así, el día que supe de mi clítoris fue el día que tuve mi primer orgasmo. Y desde entonces imagino que si un dios vengativo hizo que la tierra se tragara a Onán por eyacular fuera de la vagina de su cuñada, otro dios bondadoso hizo que la tierra lo vomitara en mi carne. Y sostengo que si yo siento envidia del pene, los hombres deberían sentir envidia del clítoris. Pero esto nunca lo he conversado con Geranio. Él siempre anda preocupado pensando en las vacas ciegas de Aquitania, mucho más que yo con mi búsqueda de los intersubjetivos.

(Fragmento de la novela Alicia)

martes, 10 de enero de 2012

El mundo del otro lado de mi vagina

Celmira siempre me llama por nimiedades. A veces pienso que le encanta interrumpirme, ignorando que una empresa mayor me convoca. ¿O ella no sabe que busco a los intersubjetivos? Resoplo mientras camino por el pasillo que va desde el comedor hasta el baño, donde he puesto mi centro de operaciones. Lo puse en el baño, porque la bestia habita en el espejo y a través de él me pasa sus mensajes. Y también está el cartógrafo, él se hace evidente en el inodoro. Pero estaba hablando de Celmira y sus interrupciones. Esta vez me llamó para decirme que volveremos a mudarnos, que ella cree que nos siguen, y yo me digo a mí misma, esta mujer y sus delirios persecutorios, hay tardes en las que pienso que ella me robó simplemente para tener una excusa para escapar. Si ella supiera que mis padres ya murieron, pero no pienso decírselo, en un punto me compadezco. Si se lo digo pienso que moriría por el desasosiego y la tristeza que le causaría la noticia . Nada peor podría pasarle a Celmira que el saber a mis padres muertos. El motivo de su vida, mi rapto y su eterna fuga perderían sentido.

Soy Alicia, aunque debí haberme llamado Alegría. A mi papá le encantaba decir que yo era la alegría del hogar, por eso pienso que Alegría hubiera sido un nombre apropiado para mí. Pero Alicia también se ajusta a mis realidades. Hoy en día poseo exactamente tres realidades. La que transcurre en el mundo en el que habito, la que busco a través de los intersubjetivos y la que se desenvuelve adentro mío. Para hablar de esta última necesito hacer referencia a mi vagina.

Mi vagina es una puerta, una conexión a otra dimensión. Hace mucho que entendí que a través de ella se accede a otro mundo, creo que fue cuando el emisario de la bestia se abrió camino por mi entrepierna y me penetró buscando una manada de vacas ciegas de Aquitania. Su nombre es Geranio. Usa galera y un monóculo y en su lengua posee papilas cónicas y duras como los gatos. Cuando se pone cariñoso, cosa que – agradecida yo- pocas veces pasa, me lame los intestinos provocándome una picazón horrible adentro mío. Con el tiempo hemos aprendido a dialogar. Hemos desarrollado una comunicación telepática que a mí me ha ayudado mucho, especialmente porque Celmira pasa largos períodos sin hablar. Hubo épocas en las que durante meses no abría la boca. Solo me miraba o señalaba lo que quería con el dedo.

Geranio busca las vacas ciegas que supuestamente viven dentro mío, yo busco a los intersubjetivos y Celmira, ella simplemente escapa. Creo que ha logrado simplificar su búsqueda en la escapatoria. Geranio y yo no hemos llegado allí aún. Celmira nos aventaja.

(Fragmento de la novela Alicia)



jueves, 5 de enero de 2012

Celmira

Antes de continuar con mi relato sobre qué siguió luego de entender que yo era una integrante de los intersubjetivos me parece importante hablar sobre Celmira.

Celmira no es solamente esa pierna más corta llena de várices y protuberancias, como si fueran los islotes de la bahía de Halong, en Vietnam, ni es ese dedo arqueado por la artrosis. Celmira también es una cabellera con rulos color rubio ceniza -tintura kolleston, porque usa tintura barata- y unos anteojos de vidrio grueso verde con marco de carey. El vidrio es grueso y verde como una botella de agua con gas. O como el culo de una botella de agua con gas. El color de sus ojos lo desconozco, nunca se quita los lentes, aunque intuyo que tiene cataratas. Pero además de todo eso, Celmira es una mujer de la que yo difícilmente pueda decir su edad, nunca se la he preguntado.

Ella me robó cuando yo tendría unos nueve años. Las circunstancias no importan, por lo menos ahora, aunque a grandes rasgos puedo decir que estaba yo veraneando con mis padres en Mar del Plata y un día en la playa, ante un descuido de ellos o simplemente una tarea de inteligencia de Celmira, que esperó el momento propicio, me agarró de la mano y me dijo que me fuera con ella. No puse resistencia. Creo que ella sabía que no la pondría. Quizá tuviera un plan alternativo si yo me rehusaba a seguirla. ¿Quién sabe? El hecho es que me fui. Le tomé la mano y caminé a su par.

Desde ese momento no volví a ver a mis padres. Al principio fue raro, pero luego creo que me acostumbré o que el dolor fue pasando. En los comienzos vivíamos escapándonos y hubo, durante mucho tiempo, un sinnúmero de cosas que no podía hacer, por ejemplo ir al colegio. Entonces, Celmira se ocupaba de mi educación. Ella fue mi maestra de matemática, de lengua y literatura, de ciencias y de artes plásticas. A la historia accedí a través de las películas que ella seleccionaba. Vi  "El fusilamiento de Dorrego", “El santo de la espada” y “Camila”, “Los diez mandamientos”, "Cándido López, los campos de batalla", “El acorazado de Potemkin”, “La historia oficial” , “Ana y el rey” y "Maten a Perón". No las voy a nombrar todas, sería una exageración. Durante las tardes, cerrábamos las persianas del living, para que la luz no nos molestara y veíamos películas de Hugo del Carril, a Celmira le encantaba su voz.

Vivimos en muchos pueblos del interior y en varios países, algunos limítrofes, pero otros lejanos, cruzando océanos.

Alicia, Alicia. Celmira me llama.

(Fragmento de la novela Alicia)

miércoles, 4 de enero de 2012

Los pájaros muertos

En el escritorio hay dos vasos plásticos, de esos que expenden las máquinas, con rastros de café con leche con edulcorante; una regla de madera que se expresa en pulgadas y a la que he denominado varita mágica; algunos lápices 3H, me gusta que sus puntas se deshagan sobre el papel, aún cuando este capricho me obligue a destinar un presupuesto mensual  para la compra de lápices negros, pues se gastan más rápido; un sacapuntas; la libreta rayada de tapa dura donde tomo notas sobre los intersubjetivos; un auto Mustang amarillo de juguete y un cuaderno cuadriculado, donde he dispuesto en fila, en cada cuadrado de la cuadrícula un caramelo ácido surtido, de frutilla, de naranja y de limón, de frutilla de naranja y de limón, etcétera, etcétera, etcétera. Los dispuse de esa forma por dos motivos, porque quedan en degradé: rojo, naranja y amarillo, rojo, naranja y amarillo y porque son colores cálidos y estamos en verano y hay que ser coherente con el entorno. Podría agregar un tercer motivo y es que de la frutilla al limón, pasando por la naranja, el nivel de acidez se intensifica. Los como de a uno. A veces mastico rápido el que tengo en la boca para poder comerme el próximo y así mato la ansiedad mientras pienso en la intersubjetiva.

La realidad es que no he tenido mucho éxito. Pasaron ya cuatro días desde mi encuentro con el cartógrafo. Desde entonces hubo un día de lluvia, una mañana siguiente húmeda en la que el pelo se me frisó, luego se sucedieron veinticuatro horas menopáusicas que se presentaron con sofocones que no dieron tregua y un hoy que se deja llevar.

De cualquier manera, el clima me tiene sin cuidado, si tan solo pudiera definir un poco más el mapa de personas que había diagramado originalmente y sobre el cual el cartógrafo no había emitido sonido, bueno, en realidad el cartógrafo nunca habló durante nuestro encuentro, su reflejo en el inodoro permaneció unos segundos y luego desapareció... Alicia, ¿viste esto? Celmira, con su voz ronca, me hizo sobresaltar y, logicamente, abandonar mi ensimismamiento. De caminar desparejo, tenía una pierna más corta que la otra y además llena de várices y protuberancias, como si fueran los grumos que se hacen en la harina cuando la salsa que una intenta hacer sale mal, se acercaba con un ejemplar del diario La Razón de hoy en la mano. Me señalaba, con su dedo curvado por la artrosis y una uña gruesa pintada de rojo, una columna que decía que Nigeria estaba entre los países más felices del mundo.

Se me iluminó el rostro, no por el ránking de países felices, sino por la nota que había al lado de esa columna. Los pájaros se caían muertos desde el cielo, palabras más, palabras menos, era lo que se leía en ella.

Lluvia de pájaros muertos, algo que yo siempre supe.

Entonces lo entendí. Yo era una más de los intersubjetivos, llevaba la marca del sentido común serigrafiada en mi adn. Ahora, mi misión cambiaba drásticamente su rumbo, ya no debía encontrar a la intersubjetiva, sólo debía hallar a mis compañeros.
Tomé un lápiz 3H y dibujé mi rostro en la libreta rayada de tapa dura.
 
(Fragmento de la novela Alicia)

lunes, 2 de enero de 2012

El cartógrafo

El treinta y uno de diciembre a la noche, precisamente a la hora en la que el tiempo muda ropaje y se reinventa, mejor dicho se renombra, comencé una peculiar exploración de nuevos canales de aproximación a los intersubjetivos.

Había diagramado ya un primer mapa de personas vinculadas entre sí y por supuesto conocidas, que a mi entender podrían formar parte de la intersubjetiva, pero aún no estaba convencida de que estuviera transitando el camino correcto. Necesitaba ahondar más en el asunto.

La mañana del treinta y uno me había recluido en el baño y sentada en el bidet perdí la mirada en el espejo esperando que apareciera la bestia. No se demoró demasiado. Sus ojos profundos, llenos de la nada y del todo, del aire helado que despide el frízer de mi heladera y del calor húmedo y agobiante de un mediodía en el puerto de Veracruz preguntaron, a la usanza de Dartagnan y sus mosqueteros, ¿quién vive? Hubiera preferido que la pregunta fuera hecha según el homérico Ulises, dije, ¿quién es tu padre, tu madre –extranjera- y cómo te nombran allí donde habitas?, pero la bestia me respondió a través de sus ojos que no le importaba mi preferencia e insistió, ¿quién vive?

Y su mirada dicha, hablada, llagó mi piel.

Con el cuerpo ardido de ampollas y en una secuencia de susurros dolidos le respondí, viejas conocidas somos, bestia, necesito tu ayuda, vos que habitás bosques e infiernos y que te alimentás de mis tripas y mi alma en tus tardes de hastío, decime, ¿voy por el camino correcto? ¿Son estos los intersubjetivos? Y le mostré la libreta rayada donde había esbozado el primer mapa.

Sus ojos rieron anchamente, las respuestas las tiene el cartógrafo, esperalo esta noche, cuando la hora anuncie el cambio de año, dijo sin metáfora y desapareció en el espejo.

Como decía en un comienzo, el treinta y uno a la noche comencé la exploración de nuevos canales que me acercaran a la intersubjetiva. Sentada en el bidet, mientras afuera el cielo se iluminaba con fuegos artificiales, yo esperaba al cartógrafo. El cartógrafo no era más que una boca de labios finos, pero bien poblada por dientes blancos y parejos, que se iluminaban como un juego simon, con melodía de tambores y xilofón, un corazón que no latía y un intestino espasmódico.

El cartógrafo apareció reflejado en el agua del inodoro.

(Fragmento de la novela Alicia)