martes, 29 de noviembre de 2011

Martes, el diluvio y los pájaros

Días esperando el diluvio, días esperando que tímida o prepotentemente el agua se abriera paso en el cielo, arremetiera vehemente hacia nosotros y nos desdibujara el rostro, lavara nuestras expresiones y las huellas del asfalto, borrara nuestro sexo o anidara en él, fuera bebida por las alcantarillas o se empantanara en las bocacalles, nos desarmara de pies y manos, nos desarmara de brazos y piernas, nos evacuara el alma, inundara los cementerios y segundos después se regocijara por ser navegada por los ataúdes, no hace mucho tubérculos, ahora barcos. 
El diluvio acontece. Los pájaros, nada ajenos, sienten ansias del ocaso que presagian, vuelan, ennegrecen el cielo, pero por poco tiempo. Ellos lo saben: pronto caerán muertos.
Martes. Llueve: infatigablemente.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Lunes apocalíptico

Se ampollan los pisos, las veredas, las calles y las avenidas de tanto transitar las suelas de un millar de zapatos.

A las seis de la tarde, luego de un día agitado en la ciudad, las ampollas se revientan y cada baldoza, cordón de vereda, el empedrado y también el asfalto llueven.

La lluvia lo innunda todo, botamangas, tobillos, piernas y rodillas. Moja pantalones y hasta alguna falda larga, incluso los vestidos.

Desde sus entrañas la tierra escupe. El cielo observa, luego vomita.

Entre fluidos biliares y de otro tipo quedamos atrapados. Esta vez no habrá balsa ni arca de Noé que nos salve.

Apocalipsis de lunes caluroso, de horma inadecuada.

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[Versión remixada de "los zapatos me aprietan y las medias me dan calor]

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Geografía

Se estampa en la geografía de mi cuerpo el mapa completo de arcanos menores y mayores, de dioses y de otros seres que encontraron la puerta por la que migrar dimensiones. Parpadeo y como si un proyector pasara diapositivas contra la noche azul veo, punteada, la figura de Orión, aún con arco y flecha, aún con su actitud guerrera, pero sabiendo que no escapará jamás de la persecución del escorpión, que no contento con haberlo matado en la tierra, perpetra su hostigamiento en la bóveda celeste.


Al lado mío yace la bestia. Su lengua me envuelve, su saliva me abraza. Ni cielo, ni mito ni héroes se reflejan en sus pupilas como sí lo hacen en las mías. Solo yo soy su geografía.

Los cuervos nos miran, de a cientos, esparcidos por campos, árboles y alambrados. Quisieran picotear mi piel y mis vísceras y también la piel y las vísceras de la bestia. Sonrío. Pienso, dibujo y fuerzo una constelación para nosotros en el cielo.