martes, 15 de enero de 2013

El falso problema del olor y las representaciones mentales


Puede ser que haya estado en el bosque semanas, meses, no lo sé. Mi única certeza fue que el bosque se volvió, en cuestión de segundos, un viejo conocido.
Lo recordé de las noches de verano, en casa de mis padres, antes de que Celmira me raptara, cuando parecía una ensoñación que seducía, una puerta a otra dimensión, una isla en algún lugar, a la que me hubiera gustado migrar o que tan solo me hubiera conformado con tocar. Era una especie de holograma que se presentaba ante mí, flotando, vivo; vivo, porque claramente sentía; luego de aspirar energía exhalaba un dolor que yo inspiraba y vomitaba por mis poros, ardidos e irritados por el proceso
El bosque contenía ese dolor en su garganta y en una víscera que no fueron cartografiadas por ninguna mano en ningún mapa, pero que se reclaman evidentes ante ellas mismas cuando ellas mismas se constituyen en  el tribunal que las juzga (las teme) no ciertas.
El bosque aparecía en el medio del cuarto que tenía en la casa de mis padres, generalmente cuando el calor caía sobre los mi, sobre los nosotros de la ciudad que por diferencias sustanciales era imposible contener en los mi, caía como cae cualquier cortinado hediondo de humedad, transpirado, como las pieles de todos los que aún teniendo un turbo de pie, no llegábamos a refrescarnos en esos veranos sofocantes. Se presentaba, el bosque, como una imagen en tres dimensiones, con ese olor a alcanfor aferrado que el verano le ayudaba a despedir. Porque el verano ayuda a que los olores se despidan, se acentúen y se constituyan en una superposición, una adyacencia o hasta un vecindario, sin forma y sin cuerpo, un garabato difuso y amorfo, imposible de ver, pero tan evidente como la imagen del bosque en sí.  A veces pienso, que todos los olores que sentimos en un día ordinario de nuestras vidas, se corresponden a esas imágenes, esas otras dimensiones, otros mundos que se nos abren, pero que casi nadie ve, aún cuando flotan delante de nuestras narices. Pienso a estos mundos infinitos, tan infinitos como nuestra ceguera que no los reconoce (podría aquí excluirme del conjunto)
Muchas veces, siendo que yo solo he visto al bosque y sentido su olor a alcanfor, me he preguntado, con qué imagen se corresponderá el olor a guiso de gallina, ¿será un pueblo?, ¿será un callejón?, ¿un mercado? o simplemente ¿un gallinero?