miércoles, 22 de junio de 2011

Entre piojos y emisarios de la muerte

Las palomas están por todos lados, chocan contra los vidrios (mientras yo sueño con murciélagos) Hay una en particular que ayer no me dejó dormir. Gigante y negra, movía la cabeza de lado a lado, como si en realidad fuera una lechuza o un búho, o cientos de emisarios de la muerte (tan dulce y tan lejana) contenidos en su cuerpo infectado de piojos, pero no era búho ni lechuza, era una paloma negra gigante ululando, afirmada sobre el metal desplegado de la escalera caracol, y yo sin dormir, y sin dormir, los murciélagos de mi sueño nos atacan, pero el ataque no es lo que importa, porque yo tengo que salvarla a ella, porque me lo pidió. Y ella asustada y dispersa, como si no viera a los murciélagos, desconociendo las palomas y todos los pájaros asesinos que pronto nos caerán encima me pregunta: a dónde está la salida. Su voz tiene la sonoridad del click de una cámara esteopeica que no hace click, porque no necesita hacerlo. Y todo pasa sincrónicamente, mientras los de la superficie nos piensan, mientras yo sueño, mientras la bestia, dormida hace tanto tiempo reaparece, para recordarme que nada existe, ni las vacas que están conmigo, ni el vagón que nos conduce, ni yo, y quizá ni ella, ni el habitáculo, ni nuestra memoria, ni los recuerdos deformados, esos que nos desdicen, nos desrelatan y nos descuentan a través de las bocas ajenas y de la nuestra propia, también. Traidora. Traidora y mentirosa.

Nada. Si al menos hubiera muerte. Nada.

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