No me es dado recordar acerca de cuántas salvaciones estamos hablando. Fue un alumbramiento por cada salvación. Ella había hallado el cómo. Supo estirpar mis tumores metastásicos, el crecimiento oncológicamente expansivo de mi tristeza, la multiplicación de células decadentes y promiscuas que chupan luz y devastan sonrisas. Digo devastan sonrisas, porque el otro día, mientras iba en el subte, desde Scalabrini Ortiz hasta Catedral, observé las comisuras de la boca de las mujeres de más de treinta, sus labios se acomodaban naturalmente en un arco, gesto reflejo de la amargura. No viene sin embargo al caso hacer una epidemiología del abatimiento, sino quizá dejar sentado que, de manera innumerable, luego de cada muerte mía, ella me había parido (alumbrado).
Una inyección terminó hace unos días con su vida. Lo supe después. No estuve ahí para despedirme. Y tampoco poseo la capacidad de parir (no pude salvarla). Esto lo sé, porque de la misma manera que he abandonado a los pájaros moribundos de mis sueños, la abandoné a ella.
El amor, que ha sido fundado en mi por el abandono, ha hecho del abandono su único vector y por lo tanto un parto siempre inconcluso.
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lunes, 5 de septiembre de 2011
lunes, 4 de abril de 2011
Francotirador
(Ayer a la noche)
Apagué la luz del velador, albergando la ilusión de que podría hacer lo mismo con mi vida.
(Sin embargo)
Lejos de caminar entre los cuerpos de los muertos navegué por las aguas empantanadas de unos sueños rancios. Rancios, porque viejos conocidos, ya estaban vencidos. Mudanzas, pájaros, seres del pasado y la cara de la bestia, que se dibujaba sobre los azulejos blancos del baño de la terapia intensiva de un hospital.
(Ayer a la noche)
Soplé la luz de las velas creyendo que un soplido podría también terminar con mi vida.
(Ignotos)
Los mares que navegué estaban templados. Así y todo los pájaros que me habitan intentaron salir. (Ayer a la noche), rompieron mi cráneo, se desprendieron ensangretados de mi corteza viva, aunque deseosa de muertes y se dieron a la fuga.
(Ayer a la noche)
Busqué al francotirador capaz de acabar con los pájaros. En vano, todo fue en vano.
(Hoy)
Desperté pensando que como las luces de velas y veladores, intermitentes, agotadas, me desvanezco solo por el hecho de pensar que la vaca no existe. Que nunca estuvo allí.
(Aunque no quiera)
Me desarmo del dolor. Una vez más me repito, esparando aprender, que viviré sin las vacas o con sus ausencias.
(Hoy)
Un señor suspendido a la altura de un cuarto piso limpia el ventanal que miro, entre los rastros de detergente se dibuja sonriente la cara de la bestia.
(Solo)
Confirma mi certezas de vacas ausentes.
(Sola)
Apagué la luz del velador, albergando la ilusión de que podría hacer lo mismo con mi vida.
(Sin embargo)
Lejos de caminar entre los cuerpos de los muertos navegué por las aguas empantanadas de unos sueños rancios. Rancios, porque viejos conocidos, ya estaban vencidos. Mudanzas, pájaros, seres del pasado y la cara de la bestia, que se dibujaba sobre los azulejos blancos del baño de la terapia intensiva de un hospital.
(Ayer a la noche)
Soplé la luz de las velas creyendo que un soplido podría también terminar con mi vida.
(Ignotos)
Los mares que navegué estaban templados. Así y todo los pájaros que me habitan intentaron salir. (Ayer a la noche), rompieron mi cráneo, se desprendieron ensangretados de mi corteza viva, aunque deseosa de muertes y se dieron a la fuga.
(Ayer a la noche)
Busqué al francotirador capaz de acabar con los pájaros. En vano, todo fue en vano.
(Hoy)
Desperté pensando que como las luces de velas y veladores, intermitentes, agotadas, me desvanezco solo por el hecho de pensar que la vaca no existe. Que nunca estuvo allí.
(Aunque no quiera)
Me desarmo del dolor. Una vez más me repito, esparando aprender, que viviré sin las vacas o con sus ausencias.
(Hoy)
Un señor suspendido a la altura de un cuarto piso limpia el ventanal que miro, entre los rastros de detergente se dibuja sonriente la cara de la bestia.
(Solo)
Confirma mi certezas de vacas ausentes.
(Sola)
miércoles, 30 de marzo de 2011
El conejo
Lo trajo la bestia, lo dejó en el baño. Ayer a la noche cuando entré a casa lo vi, movía su boca como royendo blasfemias de un tiempo enquistado en ella, en él, en mi. Era blanco y tenía esos particulares ojos rojos. ¡Herencia de los de su especie!, afirmarán muchos, pero no yo, no, yo sé que sus ojos, son los ojos de la bestia. Sus ojos son el espejo de la bestia. Y también su retrato.
Ella había partido hacía varios días, estaba enferma, la había oído agonizar. Agonizaba como lo hacen los pájaros de mis sueños, moría con la misma cadencia, envuelta en los mismos ardores, cargando el dolor de esas deudas que no se saldarán nunca. Las de ella, las de él, las mías.
Y mientras se desangraba en geografías que no me había sido dado conocer, la bestia ennvió a su emisario, lo dejó en mi baño.
Decidí ignorarlo.
A la madrugada me desperté con un dolor insoportable en el pecho. Estaba sangrando. Encendí una vela para ver la herida y meterme en ella, bucear por mis venas, cuando lo vi. Estaba en un rincón mirándome con esos ojos rojos, roía tal como lo hacen los de su especie. Roía mi corazón y la yema de mis dedos, los de las manos.
Lo maté en silencio y respirando pausadamente. Comí, antes del amanecer, su carne cruda, pero tierna. Podía cargar con otra deuda, pero no iba a lidiar con el emisario de la bestia.
Ella me quería a mí, me quería a través de él. Ella me buscaba a mí, me buscaba a través de él. Me repetí esto unas cincuenta veces antes de ponerle a las frases una melodía de canción de cuna y, sin corazón y sin yemas en los dedos, volver a la cama para conciliar el sueño.
Quizá vienieran los pájaros.
Ella había partido hacía varios días, estaba enferma, la había oído agonizar. Agonizaba como lo hacen los pájaros de mis sueños, moría con la misma cadencia, envuelta en los mismos ardores, cargando el dolor de esas deudas que no se saldarán nunca. Las de ella, las de él, las mías.
Y mientras se desangraba en geografías que no me había sido dado conocer, la bestia ennvió a su emisario, lo dejó en mi baño.
Decidí ignorarlo.
A la madrugada me desperté con un dolor insoportable en el pecho. Estaba sangrando. Encendí una vela para ver la herida y meterme en ella, bucear por mis venas, cuando lo vi. Estaba en un rincón mirándome con esos ojos rojos, roía tal como lo hacen los de su especie. Roía mi corazón y la yema de mis dedos, los de las manos.
Lo maté en silencio y respirando pausadamente. Comí, antes del amanecer, su carne cruda, pero tierna. Podía cargar con otra deuda, pero no iba a lidiar con el emisario de la bestia.
Ella me quería a mí, me quería a través de él. Ella me buscaba a mí, me buscaba a través de él. Me repetí esto unas cincuenta veces antes de ponerle a las frases una melodía de canción de cuna y, sin corazón y sin yemas en los dedos, volver a la cama para conciliar el sueño.
Quizá vienieran los pájaros.
martes, 22 de marzo de 2011
El estado de despojo
Comencé a transitar algunos sueños mientras dormía, esta madrugada, intentando deshacerme de las miserias que vendrían. Caminé entre mis muertos y los muertos de los otros. Vi a los heridos que me negué, que me niego a asitir. Prendí velas en bosques como una ofrenda a los hombres sin rostro, aquellos que tienen sangre coagulada en las venas y que me persiguen desde tantos abismos (son parientes de los pájaros, primos lejanos)
Sé que la vigilia que suceda la noche se tornará insorpotable, miraré paredes de una blancura asesina, rebotaré contra ellas para penetrarlas, sin éxito. Querré irme y no podré, una fuerza irreconocible me mantendrá estacada a la realidad. Qué triste será el día que se anuncia sin poesía.
Mis pies se hunden en el barro mojado mientras duermo, se hunden en mis sueños, se hunden, se hundieron en la madrugada. Busco sueños de un viejo repertorio, la crudeza del día que viviré me quitará la osadía de despertar a nuevos paraísos oníricos, lo sé, es mejor que me muna por lo menos de los viejos.
Apretaré mis párpados para dar vuelta mis ojos y que nadie vea lo que hago, que mis ojos miren hacia adentro, en una de esas encuentren algo interesante, ya que la periferia que encontraré a media mañana se empeñará en sofocarme y aturdirme con sus realidades. Qué poca música que hay en este día que se presentará fragmentado.
Intento repetir un sueño de hace dos años, fracaso. En realidad busco uno que tuve en mil novecientos ochenta y tanto, o varios que tuve ese año. No los encuentro. Se me revuelven las tripas con tanta angustia.
Alguien escapó con mis archivos oníricos. Y la realidad se hace insostenible.
Lloro. Sola. Lloro. Sólo eso puedo.
Sé que la vigilia que suceda la noche se tornará insorpotable, miraré paredes de una blancura asesina, rebotaré contra ellas para penetrarlas, sin éxito. Querré irme y no podré, una fuerza irreconocible me mantendrá estacada a la realidad. Qué triste será el día que se anuncia sin poesía.
Mis pies se hunden en el barro mojado mientras duermo, se hunden en mis sueños, se hunden, se hundieron en la madrugada. Busco sueños de un viejo repertorio, la crudeza del día que viviré me quitará la osadía de despertar a nuevos paraísos oníricos, lo sé, es mejor que me muna por lo menos de los viejos.
Apretaré mis párpados para dar vuelta mis ojos y que nadie vea lo que hago, que mis ojos miren hacia adentro, en una de esas encuentren algo interesante, ya que la periferia que encontraré a media mañana se empeñará en sofocarme y aturdirme con sus realidades. Qué poca música que hay en este día que se presentará fragmentado.
Intento repetir un sueño de hace dos años, fracaso. En realidad busco uno que tuve en mil novecientos ochenta y tanto, o varios que tuve ese año. No los encuentro. Se me revuelven las tripas con tanta angustia.
Alguien escapó con mis archivos oníricos. Y la realidad se hace insostenible.
Lloro. Sola. Lloro. Sólo eso puedo.
viernes, 28 de enero de 2011
Sueña
La vaca sueña muertes, sé que lo hace. Nunca la vi, está claro, pero sé de sus noches y la oscuridad de los abismos por los que deambula. Rumia los sonidos, los demonios ajenos, los de mujeres que ya perecieron y también los míos, que estoy viva. Come mi alma y luego la regurgita para volverla a masticar con sus molares, envolverla con su lengua, con su saliva, caliente, pegajosa, la vaca.
Su cuero se lacera cuando siente el placer que acaricia las pieles de sus hermanas, humanas, reales, cercanas. Las envidia.
Algunas tardes llegan a mi los ecos de sus pasos. Nunca la he visto.
Pienso que sufre. Sé que llora. Quisiera consumirse en fuegos, pero aún no ha sido dispuesta su hoguera. Solo le es dado ahogarse en su ansiedad de muerte.
Su cuero se lacera cuando siente el placer que acaricia las pieles de sus hermanas, humanas, reales, cercanas. Las envidia.
Algunas tardes llegan a mi los ecos de sus pasos. Nunca la he visto.
Pienso que sufre. Sé que llora. Quisiera consumirse en fuegos, pero aún no ha sido dispuesta su hoguera. Solo le es dado ahogarse en su ansiedad de muerte.
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