miércoles, 24 de junio de 2009

martes, 23 de junio de 2009

Aeropuerto

Espero. Estoy (no hablo del futuro, que nunca existió, que sólo es una sucesión de presentes)

Espero. Estoy (no hablo de vos, que sos pasado y que si existís, es en alguna que otra memoria modificada por mi presente)

Espero. Estoy (una vez más un aeropuerto aguanta mi cuerpo. Una vez más un aeropuerto alberga las plagas, las drogas, las almas, los cielos, los infiernos. Una vez más aquí confluyen nuestros universos, quizá por única vez)

Espero. Estoy (sólo eso)

lunes, 22 de junio de 2009

Irrealidades

La muerte, la distancia, el pasado, las alabanzas, el futuro, tus ojos, los profetas de lodo, los aplausos, mi mente y la vaca, que nunca estuvo ahí

lunes, 15 de junio de 2009

Mis manos no

Cuenta que tuvo una infancia pobre. En ese entonces vivía en una casa de cartón, de un solo cuarto, junto a sus papás y a sus dos hermanos.

Repite hasta el cansancio, con lágrimas en los ojos, que su niñez fue la mejor, la más feliz, ¿por qué?, por el amor inmenso que le dieron sus padres.

Si uno le pregunta por sus sueños, ella responde que quisiera comprarle a sus papás una casa más linda, "no lujosa", aclara, sino cómoda.

Tiene 30 años y una enfermedad que la postra en la cama, imposibilitándola a cosas tan básicas como ir al baño. "Sabés que feo que es que te tengan que hacer todo", las lágrimas ruedan por sus mejillas.

Mira hacia abajo, casi no puede continuar, pero respira y sigue.

Está en lista de espera para recibir un tratamiento de última generación, que el sistema de salud público no cubre a todos los que lo necesitan. Mientras tanto, los medicamentos que le recetan, fuertísimos, la horadan por dentro y por fuera: su hígado se ha agrandado cuatro veces, ya no puede tener hijos y su cuerpo se yaga de tanto en tanto. Todo le duele al punto de que no puede ni siquiera caminar, y nadie la puede rozar, porque el hecho de que alguien la roce, le hace sentir el más lacerante de los dolores.

Y como si la descripción anterior no fuera suficiente agrega que ya no recuerda como es no sentir dolor.

Tiene 30 años, estudió odontología, pero solo trabaja cuando su cuerpo no se inflama y puede moverse, cuando no tiene que ir al hospital a hacerse ver por su enfermedad o las otras cinco que han surgido luego, producto de la primera.

Cuenta, que mientras espera que le llegue ese tratamiento le pide a dios, cada día de su vida, con todas sus fuerzas (las que su alma aún conserva, su cuerpo ya las perdió), que sus manos no se le deformen, porque si se le deforman, no va a poder ejercer su carrera y comprarle a sus papás una casa algo más cómoda.

Llora, llora mucho y pide, ruega:"mis manos no"

viernes, 12 de junio de 2009

Antesala

Después de un año de alienarse, pero sin dejar de conducir noblemente su fagocitación, el ouroboro se halló a sí mismo.

Lo que vio en el proceso fue a veces triste y a veces no. Conoció muchos fondos, muchos pisos, muchos suelos, raspó sus uñas contra las paredes tratando de aferrarse a algo, pero no hubo piedra, ni rama, ni ser humano que le detuviera la caída y cuando creía que más abajo no podía ir, se daba cuenta de que el pozo era aún más profundo.

Se desesperó y la locura constituyó el peor de sus miedos. Claro, había disociado su ser en tantas partes que no encontraba la forma de llevar paz a su mente.

Después de un año, el ouroboro renació. Cree que renació. Las certezas son tan esquivas, que ni los personajes mitológicos pueden poseerlas.

Hoy se le nota cierta calma en el rostro, esa calma que ostentan los que han partido.

¿Será que cuando los seres consiguen elevarse espiritualmente se acercan a la muerte?

martes, 2 de junio de 2009

Fascinación acrónica en la plaza de la resistencia

















Memoria de hace un rato.
La plaza estaba vacía, había llovido. El cielo, gris, y las moles, habitadas, no emitían sonido, pero reservaban un espacio, sin saberlo, o quizá sí, pero en las profundidades de su inconsciente, para mi imaginación que, hiperactiva, hurgaba señales en las ventanas, deseosa de contruir sus historias, reinventarlas... y se angustiaba al mismo tiempo; es que la información era demasiada.

Memoría de hace cincuenta años. Hubiera querido acostarme en el medio del rectángulo de cemento que sirve de plaza, donde alguna vez hubo una masacre, o varias. Hubiera querido apretar los ojos fuertes, concentrarme y escuchar los sonidos del pasado, los corazones ardiendo, sentir el dolor de los que lucharon por un ideal. Quería entender por qué, donde alguna vez hubo pasión, ahora sólo hay silencio... Ni el eco ha sobrevivido en el lugar donde Cuauhtémoc resistió, en el lugar donde los estudiantes del 68 resistieron, en el lugar donde hoy sólo quedan las moles de cemento. Las voces del pasado ya han emprendido la retirada.