jueves, 1 de marzo de 2012

Ellos mueren

Los vecinos se suprimieron ayer, se suprimieron las ganas primero y la vida se les fue después, por decantación del suceso anterior. Festejaban en el jardín trasero del edificio en el que habitamos. Cuando los vi ya eran inexistentes. Solo sus ausencias bailaban debajo de las guirnaldas de colores y las bombitas encendidas, luciérnagas de vidrio ordinario que una noche de verano, sin sueño ni Shakespeare, zumbaban suspendidas por cables, epilépticas, antes de quemarse, quemarlos, quemarme el rostro, los brazos y la respiración, que chamuscada, con olor a plástico derretido adquirió una fluorescencia venenosa propia de las cosas inertes, como el bicho bolita que aún muerto caminaba por la cabeza de Rauco el almacenero, usándole los pelos como tobogán, porque su cuerpo era un parque de diversiones para los bichos y la mugre, por eso dejé yo de comprarle queso, ese que fabrica Celmira, que tiene un plan discutible de exterminio de viejos de más de ochenta. Ella dice que los viejos de más de ochenta son los únicos que le compran el queso a Rauco, pero yo quisiera decirle que no todos los viejos del mundo compran el queso en ese almacén ni es lo único que comen. De cualquier manera ella fabrica quesos con fermentos que provocan una gastroenteritis asesina que termina con la vida de los viejos, porque en el estómago, después de que lo comen, les crecen moscas. Las moscas crecen, crecen como lo hacen las plantas de uñas que Celmira le adelanta a Prístina que le van a crecer en la panza si se las sigue comiendo. Prístina tiene cuarenta y cinco años, pero una meningitis que tuvo a los ocho le estancó la mente en esa edad biológica. Celmira lo resume como retraso mental, pero yo no creo que sea un retraso, sino algo que se atrofió y dejó de desarrollarse.

1 comentario:

Martita dijo...

Coincido contigo, la meningitis no retrasas sino que dejó estancado algo :/