miércoles, 4 de enero de 2012

Los pájaros muertos

En el escritorio hay dos vasos plásticos, de esos que expenden las máquinas, con rastros de café con leche con edulcorante; una regla de madera que se expresa en pulgadas y a la que he denominado varita mágica; algunos lápices 3H, me gusta que sus puntas se deshagan sobre el papel, aún cuando este capricho me obligue a destinar un presupuesto mensual  para la compra de lápices negros, pues se gastan más rápido; un sacapuntas; la libreta rayada de tapa dura donde tomo notas sobre los intersubjetivos; un auto Mustang amarillo de juguete y un cuaderno cuadriculado, donde he dispuesto en fila, en cada cuadrado de la cuadrícula un caramelo ácido surtido, de frutilla, de naranja y de limón, de frutilla de naranja y de limón, etcétera, etcétera, etcétera. Los dispuse de esa forma por dos motivos, porque quedan en degradé: rojo, naranja y amarillo, rojo, naranja y amarillo y porque son colores cálidos y estamos en verano y hay que ser coherente con el entorno. Podría agregar un tercer motivo y es que de la frutilla al limón, pasando por la naranja, el nivel de acidez se intensifica. Los como de a uno. A veces mastico rápido el que tengo en la boca para poder comerme el próximo y así mato la ansiedad mientras pienso en la intersubjetiva.

La realidad es que no he tenido mucho éxito. Pasaron ya cuatro días desde mi encuentro con el cartógrafo. Desde entonces hubo un día de lluvia, una mañana siguiente húmeda en la que el pelo se me frisó, luego se sucedieron veinticuatro horas menopáusicas que se presentaron con sofocones que no dieron tregua y un hoy que se deja llevar.

De cualquier manera, el clima me tiene sin cuidado, si tan solo pudiera definir un poco más el mapa de personas que había diagramado originalmente y sobre el cual el cartógrafo no había emitido sonido, bueno, en realidad el cartógrafo nunca habló durante nuestro encuentro, su reflejo en el inodoro permaneció unos segundos y luego desapareció... Alicia, ¿viste esto? Celmira, con su voz ronca, me hizo sobresaltar y, logicamente, abandonar mi ensimismamiento. De caminar desparejo, tenía una pierna más corta que la otra y además llena de várices y protuberancias, como si fueran los grumos que se hacen en la harina cuando la salsa que una intenta hacer sale mal, se acercaba con un ejemplar del diario La Razón de hoy en la mano. Me señalaba, con su dedo curvado por la artrosis y una uña gruesa pintada de rojo, una columna que decía que Nigeria estaba entre los países más felices del mundo.

Se me iluminó el rostro, no por el ránking de países felices, sino por la nota que había al lado de esa columna. Los pájaros se caían muertos desde el cielo, palabras más, palabras menos, era lo que se leía en ella.

Lluvia de pájaros muertos, algo que yo siempre supe.

Entonces lo entendí. Yo era una más de los intersubjetivos, llevaba la marca del sentido común serigrafiada en mi adn. Ahora, mi misión cambiaba drásticamente su rumbo, ya no debía encontrar a la intersubjetiva, sólo debía hallar a mis compañeros.
Tomé un lápiz 3H y dibujé mi rostro en la libreta rayada de tapa dura.
 
(Fragmento de la novela Alicia)

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