lunes, 5 de marzo de 2012

Tratado arbóreo, extracto del grimorio vacuno

La rubia de Aquitania siempre lo supo, el grimorio vacuno descansaba sus páginas en una estación de la línea A del subte de Buenos Aires.

Cuando me refirieron el caso, me comentaron que cada capítulo del libro era un tratado en sí mismo -sentí una curiosidad inmediata por conocer más-. Claroscuro, sin embargo, me respondió que no era el momento. Sólo debería contentarme con algunos pasajes.

Había conocido a Claroscuro en la víspera de carnaval. Me había citado en un sótano de la calle Suipacha, en pleno microcentro porteño. Durante nuestros encuentros, que duraron un mes, él siempre se mantuvo en un rincón de la habitación, donde la diáfana luz de un velador le iluminaba porciones del rostro, hecho que me impidió hacerme una representación completa de su fisonomía. Sólo su voz, que era como la de Tom Waits -cuando hablaba, parecía que minutos atrás se había hecho gárgaras de whiskey- me permitía construir un ideario sobre su persona y revestir con atributos variados y heterogéneos su carácter.

- Aquí hay, le entrego -me dijo escuetamente- unos extractos de un capítulo del grimorio vacuno.

Era un tratado arbóreo. Transcribo a continuación uno de sus pasajes.

“Viven. Nadie lo sabe, pero viven. Los árboles son mujeres, mujeres en celo. Las ramas son sus piernas y en cada bifurcación poseen una vagina. Las lluvias de febrero: el semen que las nutre. Con él se regocijan. Ellas, los árboles, tienen la cabeza enterrada, su cabellera se expresa en raíces que crecen y se enmarañan en la tierra, la misma tierra que asfixia sus orgasmos para que nadie los escuche. La tierra las mata, pero viven. Ellas viven.”

Alguna vez la rubia de Aquitania me había hablado sobre el grimorio vacuno, me había dejado intuir su ubicación. Hoy sé que existe. Aunque el texto que me diera Claroscuro, no hizo más que desconcertarme.


 http://youtu.be/C49H3aWdiK8

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