domingo, 1 de abril de 2012

Prístina

A Prístina no la conocemos mucho, es la hija de Poro, la vecina del quinto C. Ellas se mudaron al edificio hace unos seis meses y yo creo que Celmira se permite conversar con Prístina,  porque piensa que las limitaciones que le causa su mente atrofiada no representan un peligro, y la mujer nunca sospecharía que Celmira me raptó y no es mi madre y por lo tanto no la denunciaría. Celmira suele hacer ese tipo de cuentas con la gente. Por ejemplo, con Poro, la madre de Prístina, Celmira no habla, digamos que la evita, porque a diferencia de Prístina, ella podría causarle algún tipo de daño. Igualmente Celmira es un ser de pocas palabras.

A mi particularmente, Prístina me genera desconfianza, no porque sea mala, sino porque sin saberlo y sin quererlo podría perjudicarme. Ella sabe de Geranio.  No es que yo le haya comentado, si no que en cierta oportunidad Celmira había subido al lavadero a buscar ropa y había dejado la puerta de casa abierta, entre abierta en realidad, quizá mal cerrada, no lo sé, no recuerdo y creo que tampoco importa mucho, la cosa es que Prístina, que había venido a devolverle a Celmira un disco de Nino Bravo, entró. No la escuché.

Yo estaba tendida en mi cama, desnuda y sin bombacha porque a Geranio se le había ocurrido salir. Que me contorsioné, que gemí, que me arqueé, que puteé y maldije a Geranio una y otra vez, que Geranio me provoca dolor, pero también placer cada vez que sale por mi vagina es bien cierto y es seguramente lo que vio Prístina cuando abrió la puerta de mi habitación. Grité, le grité, y le dije que se fuera de mi casa. 

No soy una persona agresiva, pero lo fui en ese momento con Prístina, creo que le dije, yegua atrofiada, ¡qué mirás!, bien desearías vos que algo te saliera y te entrara por la concha. Geranio se asustó y se volvió a meter instantáneamente adentro mío.  Y yo me quedé llorando por lo bruta que había sido con Prístina. Me horroricé de las palabras que salieron de mi boca, como si las palabras no hubieran sido pensadas, no hubieran tenido asidero en alguna parte de mi alma y corporeidad, como si fueran las hijas de nadie que prostibularias me prostituyeron. Cómo si yo, en fin, no hubiera sido responsable. Lloré de culpa, lloré de rabia, lloré por todo lo que me pasaba. Por ser un engendro raptado al que habitaban seres y se comunicaba con seres de otros mundos, bestias en el espejo y órganos dispersos que agrupados bajo el nombre de ¨el cartógrafo¨ me facilitaban los datos sobre la ubicación de la intersubjetiva.

Odié a Celmira. A alguien tenía que odiar. Eso estaba claro.

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