jueves, 5 de enero de 2012

Celmira

Antes de continuar con mi relato sobre qué siguió luego de entender que yo era una integrante de los intersubjetivos me parece importante hablar sobre Celmira.

Celmira no es solamente esa pierna más corta llena de várices y protuberancias, como si fueran los islotes de la bahía de Halong, en Vietnam, ni es ese dedo arqueado por la artrosis. Celmira también es una cabellera con rulos color rubio ceniza -tintura kolleston, porque usa tintura barata- y unos anteojos de vidrio grueso verde con marco de carey. El vidrio es grueso y verde como una botella de agua con gas. O como el culo de una botella de agua con gas. El color de sus ojos lo desconozco, nunca se quita los lentes, aunque intuyo que tiene cataratas. Pero además de todo eso, Celmira es una mujer de la que yo difícilmente pueda decir su edad, nunca se la he preguntado.

Ella me robó cuando yo tendría unos nueve años. Las circunstancias no importan, por lo menos ahora, aunque a grandes rasgos puedo decir que estaba yo veraneando con mis padres en Mar del Plata y un día en la playa, ante un descuido de ellos o simplemente una tarea de inteligencia de Celmira, que esperó el momento propicio, me agarró de la mano y me dijo que me fuera con ella. No puse resistencia. Creo que ella sabía que no la pondría. Quizá tuviera un plan alternativo si yo me rehusaba a seguirla. ¿Quién sabe? El hecho es que me fui. Le tomé la mano y caminé a su par.

Desde ese momento no volví a ver a mis padres. Al principio fue raro, pero luego creo que me acostumbré o que el dolor fue pasando. En los comienzos vivíamos escapándonos y hubo, durante mucho tiempo, un sinnúmero de cosas que no podía hacer, por ejemplo ir al colegio. Entonces, Celmira se ocupaba de mi educación. Ella fue mi maestra de matemática, de lengua y literatura, de ciencias y de artes plásticas. A la historia accedí a través de las películas que ella seleccionaba. Vi  "El fusilamiento de Dorrego", “El santo de la espada” y “Camila”, “Los diez mandamientos”, "Cándido López, los campos de batalla", “El acorazado de Potemkin”, “La historia oficial” , “Ana y el rey” y "Maten a Perón". No las voy a nombrar todas, sería una exageración. Durante las tardes, cerrábamos las persianas del living, para que la luz no nos molestara y veíamos películas de Hugo del Carril, a Celmira le encantaba su voz.

Vivimos en muchos pueblos del interior y en varios países, algunos limítrofes, pero otros lejanos, cruzando océanos.

Alicia, Alicia. Celmira me llama.

(Fragmento de la novela Alicia)

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