sábado, 27 de octubre de 2012
Las servilletas en composé
La mesa era larga, se ve que para recibir a bastantes invitados, fácilmente cabrían ocho de cada lado, sin contar las cabeceras, el mantel era floreado y las servilletas ralladas, pero estaban en composé. Nunca entendí eso del composé, Celmira me lo había explicado, pero para mi no combinaban las flores con las rayas, por más que los colores fueran los mismos. Esa era una discusión que Celmira y yo teníamos con frecuencia. Celmira amaba el composé. Algunas veces llegué a creer que bastaba con que Celmira amara algo para que yo lo odiara y en esa misma lógica también he adjudicado, en bastantes oportunidades, no quisiera decir que fueron innumerables, porque estaría exagerando, el hecho de haber llegado a odiarme a mí misma tan solo por saberme amada por Celmira.
Fue a las cinco de la tarde y fue a la hora del té cuando me di cuenta que el país al que yo había denominado... de los gusanos, al que desde que me había bajado del colectivo creía vacío, estaba habitado.
Yo no podía verlos, pero ellos estuvieron allí todo el tiempo, todo el tiempo que yo estuve aquí, ellos estuvieron observándome. Cómo me gustaría encontrarme ahora con Rapsodia, la madre de mi tío para contarle que los muertos viven en un lugar después de que se mueren, que no se los ve, pero que están, que tienen casas en los bosques, que tienen puertos y pueblos y que se sientan en mesas de madera con manteles y servilletas que no combinan a tomar un earl grey, negro aromatizado con aceite de bergamota, o un ceylon y comer toda suerte de masas.
Es que a las cinco de la tarde, a la hora del té, fue que me di cuenta que el país de los gusanos era en realidad el país de los muertos.
lunes, 25 de junio de 2012
Siete veces siete
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> Me cuesta que el sociego me alcance mientras mi ansiedad se desliza por los renglones, como si fueran un tobogán (algo similar me pasa al transitar las geografías y algunas capitales; hoy entiendo)
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> Hoy me cuesta el hoy que define su trayectoria a la madrugada, a las tres y treinta y tres. Tres veces el tres que me apuñala los sentidos, y también el sentir, tres veces el tres se multiplica. Multiplicador me tortura, hoy, así, sin más.
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> Y todo es irreal en este mundo onírico por el que deambulo. ¿A quién le importa el tres?, me pregunto, si yo, la única multiplicación que busco, es la del siete, siete veces siete quiero, sin retruco, ni flor ni contra flor al resto. Cuánto mucho, permitiría que me echen una falta envido. Cuánto mucho...
domingo, 6 de mayo de 2012
sábado, 21 de abril de 2012
Geranio conoce a Prístina
¡Cabrón! gritó Prístina, con su dicción particular, durante el último atentado de Geranio contra la claridad del cuarto. Y yo que no pude contener la carcajada... Nunca sabremos si fue mi risotada o la frustración hecha palabra de Prístina lo que hizo que finalmente Geranio se calmara, dejara en paz al interruptor de la luz y se sentara entre nosotras dos.
Geranio había salido como de costumbre por la ruta habitual, mi vagina, minutos antes de que Prístina llegara. Estaba urgido, el tiempo lo corría por delante y por detrás y si se descuidaba también lo cuerpeaba de costado. Eso me dijo agitado, con la palabra escueta que se le resbalaba por la comisura izquierda de la boca que torcía en una mueca exagerada, como si me estuviera contando un secreto o como si lo aquejara una parálisis facial.
Tic tac, tic tac, tic tac, las agujas de su reloj de bolsillo, fabricado en Nuremberg en el siglo XVI, estaban apresuradas y le marcaban el paso, el de su corazón, el de sus piernas, el del pestañeo de sus párpados y el de su sangre. ¿Por qué la prisa, Geranio? Pero antes de que me contestara, Prístina, a quién yo le había hecho un juego de llaves de la casa, había entrado en el cuarto sin avisar provocando que Geranio se ocultara. Odiaba que Prístina hiciera eso. Por suerte nunca me había visto aún en uno de esos momentos incómodos en los que tenía que expulsar a mi invitado o habitante porque a este se le antojaba salir.
Pero volviendo al punto, Prístina ya me había contado sobre la posible conexión entre el grimorio y Mondschein, ya se había enojado con Geranio, a quien hasta ahora nunca había visto en persona, y Geranio ya se había acercado y se encontraba ahora sentado entre nosotras. Los tres en la cama entonces, con las espaldas contra la pared, cada uno con un almohadón sobre las piernas y las manos cruzadas sobre ellos, nos mirábamos estudiándonos los gestos. Geranio resoplaba fuerte por la nariz.
Bueno, creo que llegó el momento de las presentaciones formales. Geranio, te presento a Prístina, Prístina, te presento a Geranio. Parecés un gato. Pero soy un conejo. Bueno, en el horóscopo chino serías gato. Pero soy un conejo. Tosió. Y en el vietnamita también sería conejo, dijo enfático y continuó, vos parecés tonta. Bueno, dicen en realidad que soy retrasada, por la meningitis, no por ningún horóscopo, pero me las arreglo bien. Mucho gusto. El gusto es mío. Ambos se dieron la mano y los tres nos quedamos en silencio un rato hasta que Geranio dijo y su decir nos dejó con un revoltijo en el estómago. Las respuestas que buscábamos los tres, estaban más allá de mi vagina, si queríamos saber más sobre la intersubjetiva, sobre las vacas ciegas de Aquitania y sobre la conexión entre el grimorio y Mondschein, teníamos que meternos adentro mío. No quedaba otra.
Fragmento de Alicia y su vagina maravillosa
miércoles, 11 de abril de 2012
La partida
Todo lo hizo el ventilador, que giraba, frenético, furioso. Frenético y furioso, fren..fur..Y yo (suspiro), acaso como una o como varias, me guardé en los recuerdos de algunas mentes.
Y yo, que me iba, me aseguré de dejarme en esta casa, que ya no sé ni donde está, pero sé que está acá.
Y yo que me iba, que me voy, no me fui.
domingo, 1 de abril de 2012
Prístina
A mi particularmente, Prístina me genera desconfianza, no porque sea mala, sino porque sin saberlo y sin quererlo podría perjudicarme. Ella sabe de Geranio. No es que yo le haya comentado, si no que en cierta oportunidad Celmira había subido al lavadero a buscar ropa y había dejado la puerta de casa abierta, entre abierta en realidad, quizá mal cerrada, no lo sé, no recuerdo y creo que tampoco importa mucho, la cosa es que Prístina, que había venido a devolverle a Celmira un disco de Nino Bravo, entró. No la escuché.
Yo estaba tendida en mi cama, desnuda y sin bombacha porque a Geranio se le había ocurrido salir. Que me contorsioné, que gemí, que me arqueé, que puteé y maldije a Geranio una y otra vez, que Geranio me provoca dolor, pero también placer cada vez que sale por mi vagina es bien cierto y es seguramente lo que vio Prístina cuando abrió la puerta de mi habitación. Grité, le grité, y le dije que se fuera de mi casa.
No soy una persona agresiva, pero lo fui en ese momento con Prístina, creo que le dije, yegua atrofiada, ¡qué mirás!, bien desearías vos que algo te saliera y te entrara por la concha. Geranio se asustó y se volvió a meter instantáneamente adentro mío. Y yo me quedé llorando por lo bruta que había sido con Prístina. Me horroricé de las palabras que salieron de mi boca, como si las palabras no hubieran sido pensadas, no hubieran tenido asidero en alguna parte de mi alma y corporeidad, como si fueran las hijas de nadie que prostibularias me prostituyeron. Cómo si yo, en fin, no hubiera sido responsable. Lloré de culpa, lloré de rabia, lloré por todo lo que me pasaba. Por ser un engendro raptado al que habitaban seres y se comunicaba con seres de otros mundos, bestias en el espejo y órganos dispersos que agrupados bajo el nombre de ¨el cartógrafo¨ me facilitaban los datos sobre la ubicación de la intersubjetiva.
Odié a Celmira. A alguien tenía que odiar. Eso estaba claro.
lunes, 19 de marzo de 2012
Motel
El Minotauro no estaba allí, había huido y el hecho me angustió. Hubiera esperado encontrarlo y que su espada espesa, hundiéndose en la carne, la mía, me proveyera muertes, tamañas y definitivas. Pero el Minotauro no estaba ahí. En el piso, desnudo, estaba el carretel en el que alguna vez se enrrollara el hilo de Ariadna. Lo patié, con fuerza, sí, con resignación, también.
Cuando me recosté en el suelo, después de una hora de dar vueltas en círculos, tocando las paredes, esperando dar con una puerta u orificio de salida, inútilmente, los vi. Pendían del techo. Eran fetos, cientos, miles, o tal vez dos, mellizos, quizas gemelos.
Los vi, recostada boca arriba, como quien se tiende en la noche a ver un cielo estrellado. Eran gusanos en capullo, larvas, orugas, eran murciélagos sin ojos, colgantas en la noche, durmientes sin belleza, misiles cargados de esquirlas, laceraciones y devastación, estlactitas, dagas, la espada del samurai o gotas de agua, cayendo para mojarme, banñarme, cubrirme, ahogarme.
Eran fetos, cientos, miles, o tal vez dos, mellizos, quizás gmelos. Eran el Minotauro, colgando del hilo de Ariadna.
Ayer pasé la noche en el útero de mi madre.
Muerta.
No nata.
Alumbrada.
miércoles, 14 de marzo de 2012
lunes, 5 de marzo de 2012
Tratado arbóreo, extracto del grimorio vacuno
http://youtu.be/C49H3aWdiK8
jueves, 1 de marzo de 2012
Ellos mueren
jueves, 12 de enero de 2012
Viaje desde la biblioteca de Pisístrato a mi cuerpo
Generalmente es un trámite expeditivo, pero otras veces dependiendo de la situación en la que me encuentre, es algo problemático. En ocasiones Geranio ha querido salir mientras yo viajaba en el subte, luego entendí que esto sólo ocurría mientras viajaba en la línea A, a la altura de la estación abandonada, donde los trenes no se detienen desde la muerte de dos obreros que trabajaban en el lugar, a principios del mil novecientos. Conversando al respecto Geranio me explicó que cada vez que pasábamos por allí, estuviera en el bosque que estuviera adentro mío, arreando animales, sembrando orquídeas, enjaulando colibríes o siguiendo la pista de las vacas ciegas de Aquitania, una fuerza exterior lo succionaba. Él dice que hay una extraña configuración de energías en ese lugar, una puerta cósmica, almas en pena o simplemente una modificación espacial donde el adentro pasa a ser el afuera y viceversa.
Viceversa, viceversa es una palabra que nos encanta a Geranio y a mi por obvias razones. Nosotros entendimos hace mucho como andar y desandar. Andamos y desandamos palabras, frases, párrafos, libros, volúmenes y bibliotecas en una dirección o en la otra. Nos andamos y nos desandamos a nosotros mismos...Esto me lleva a pensar que Geranio también es un intersubjetivo. Tengo que dibujarlo en mi mapa, en la libreta rayada de tapa dura; cuando llegue a casa será lo primero que haga. Pero volviendo al tema anterior, desandando las bibliotecas que nunca conocí, incendiadas en épocas oscuras e infames, no contemporáneas, fue que tuve mi primer encuentro con el sexo.
Geranio había salido, yo estaba tendida en mi cama repasando unos volúmenes de la biblioteca de Pisístrato, antes de que la saqueara Jerjes, cuando descubrí, en una exploración de mi cuerpo, el clítoris. Un día antes había leído sobre las disecciones de Leonardo y sus conocimientos de anatomía que le permitían parir personas en sus pinturas y en unos de esos raptos esporádicos, que a veces duraban semanas, de sensibilidad megalómana había pensado, sostenido, que si Leonardo podía dibujar cuerpos perfectos -cuando perfecto es espejo de lo real-, yo también. Entonces, decía, me encontré con mi clítoris -porque Celmira nunca me había hablado de sexo ni de las partes del cuerpo que proporcionan placer. Y yo tampoco había leido al respecto-.
Así, el día que supe de mi clítoris fue el día que tuve mi primer orgasmo. Y desde entonces imagino que si un dios vengativo hizo que la tierra se tragara a Onán por eyacular fuera de la vagina de su cuñada, otro dios bondadoso hizo que la tierra lo vomitara en mi carne. Y sostengo que si yo siento envidia del pene, los hombres deberían sentir envidia del clítoris. Pero esto nunca lo he conversado con Geranio. Él siempre anda preocupado pensando en las vacas ciegas de Aquitania, mucho más que yo con mi búsqueda de los intersubjetivos.
(Fragmento de la novela Alicia)
martes, 10 de enero de 2012
El mundo del otro lado de mi vagina
(Fragmento de la novela Alicia)
jueves, 5 de enero de 2012
Celmira
Celmira no es solamente esa pierna más corta llena de várices y protuberancias, como si fueran los islotes de la bahía de Halong, en Vietnam, ni es ese dedo arqueado por la artrosis. Celmira también es una cabellera con rulos color rubio ceniza -tintura kolleston, porque usa tintura barata- y unos anteojos de vidrio grueso verde con marco de carey. El vidrio es grueso y verde como una botella de agua con gas. O como el culo de una botella de agua con gas. El color de sus ojos lo desconozco, nunca se quita los lentes, aunque intuyo que tiene cataratas. Pero además de todo eso, Celmira es una mujer de la que yo difícilmente pueda decir su edad, nunca se la he preguntado.
Ella me robó cuando yo tendría unos nueve años. Las circunstancias no importan, por lo menos ahora, aunque a grandes rasgos puedo decir que estaba yo veraneando con mis padres en Mar del Plata y un día en la playa, ante un descuido de ellos o simplemente una tarea de inteligencia de Celmira, que esperó el momento propicio, me agarró de la mano y me dijo que me fuera con ella. No puse resistencia. Creo que ella sabía que no la pondría. Quizá tuviera un plan alternativo si yo me rehusaba a seguirla. ¿Quién sabe? El hecho es que me fui. Le tomé la mano y caminé a su par.
Desde ese momento no volví a ver a mis padres. Al principio fue raro, pero luego creo que me acostumbré o que el dolor fue pasando. En los comienzos vivíamos escapándonos y hubo, durante mucho tiempo, un sinnúmero de cosas que no podía hacer, por ejemplo ir al colegio. Entonces, Celmira se ocupaba de mi educación. Ella fue mi maestra de matemática, de lengua y literatura, de ciencias y de artes plásticas. A la historia accedí a través de las películas que ella seleccionaba. Vi "El fusilamiento de Dorrego", “El santo de la espada” y “Camila”, “Los diez mandamientos”, "Cándido López, los campos de batalla", “El acorazado de Potemkin”, “La historia oficial” , “Ana y el rey” y "Maten a Perón". No las voy a nombrar todas, sería una exageración. Durante las tardes, cerrábamos las persianas del living, para que la luz no nos molestara y veíamos películas de Hugo del Carril, a Celmira le encantaba su voz.
Vivimos en muchos pueblos del interior y en varios países, algunos limítrofes, pero otros lejanos, cruzando océanos.
Alicia, Alicia. Celmira me llama.
(Fragmento de la novela Alicia)
miércoles, 4 de enero de 2012
Los pájaros muertos
La realidad es que no he tenido mucho éxito. Pasaron ya cuatro días desde mi encuentro con el cartógrafo. Desde entonces hubo un día de lluvia, una mañana siguiente húmeda en la que el pelo se me frisó, luego se sucedieron veinticuatro horas menopáusicas que se presentaron con sofocones que no dieron tregua y un hoy que se deja llevar.
De cualquier manera, el clima me tiene sin cuidado, si tan solo pudiera definir un poco más el mapa de personas que había diagramado originalmente y sobre el cual el cartógrafo no había emitido sonido, bueno, en realidad el cartógrafo nunca habló durante nuestro encuentro, su reflejo en el inodoro permaneció unos segundos y luego desapareció... Alicia, ¿viste esto? Celmira, con su voz ronca, me hizo sobresaltar y, logicamente, abandonar mi ensimismamiento. De caminar desparejo, tenía una pierna más corta que la otra y además llena de várices y protuberancias, como si fueran los grumos que se hacen en la harina cuando la salsa que una intenta hacer sale mal, se acercaba con un ejemplar del diario La Razón
Se me iluminó el rostro, no por el ránking de países felices, sino por la nota que había al lado de esa columna. Los pájaros se caían muertos desde el cielo, palabras más, palabras menos, era lo que se leía en ella.
Lluvia de pájaros muertos, algo que yo siempre supe.
Entonces lo entendí. Yo era una más de los intersubjetivos, llevaba la marca del sentido común serigrafiada en mi adn. Ahora, mi misión cambiaba drásticamente su rumbo, ya no debía encontrar a la intersubjetiva, sólo debía hallar a mis compañeros.
lunes, 2 de enero de 2012
El cartógrafo
Había diagramado ya un primer mapa de personas vinculadas entre sí y por supuesto conocidas, que a mi entender podrían formar parte de la intersubjetiva, pero aún no estaba convencida de que estuviera transitando el camino correcto. Necesitaba ahondar más en el asunto.
La mañana del treinta y uno me había recluido en el baño y sentada en el bidet perdí la mirada en el espejo esperando que apareciera la bestia. No se demoró demasiado. Sus ojos profundos, llenos de la nada y del todo, del aire helado que despide el frízer de mi heladera y del calor húmedo y agobiante de un mediodía en el puerto de Veracruz preguntaron, a la usanza de Dartagnan y sus mosqueteros, ¿quién vive? Hubiera preferido que la pregunta fuera hecha según el homérico Ulises, dije, ¿quién es tu padre, tu madre –extranjera- y cómo te nombran allí donde habitas?, pero la bestia me respondió a través de sus ojos que no le importaba mi preferencia e insistió, ¿quién vive?
Y su mirada dicha, hablada, llagó mi piel.
Con el cuerpo ardido de ampollas y en una secuencia de susurros dolidos le respondí, viejas conocidas somos, bestia, necesito tu ayuda, vos que habitás bosques e infiernos y que te alimentás de mis tripas y mi alma en tus tardes de hastío, decime, ¿voy por el camino correcto? ¿Son estos los intersubjetivos? Y le mostré la libreta rayada donde había esbozado el primer mapa.
Sus ojos rieron anchamente, las respuestas las tiene el cartógrafo, esperalo esta noche, cuando la hora anuncie el cambio de año, dijo sin metáfora y desapareció en el espejo.
Como decía en un comienzo, el treinta y uno a la noche comencé la exploración de nuevos canales que me acercaran a la intersubjetiva. Sentada en el bidet, mientras afuera el cielo se iluminaba con fuegos artificiales, yo esperaba al cartógrafo. El cartógrafo no era más que una boca de labios finos, pero bien poblada por dientes blancos y parejos, que se iluminaban como un juego simon, con melodía de tambores y xilofón, un corazón que no latía y un intestino espasmódico.
El cartógrafo apareció reflejado en el agua del inodoro.
(Fragmento de la novela Alicia)