domingo, 5 de diciembre de 2010

Esta vez, otra vez

La bestia le susurró al oído.

No la escuchó llegar, tampoco supo que habían vuelto al bosque, pero lo entendió inmediatamente, cuando sintió su aliento, que allí estaban ambas.

El aliento de la bestia no era fétido ni hermoso, no era claro ni oscuro, ni cálido o frío. El aliento de la bestia estaba cifrado y ella lo había dilucidado un par de años atrás. Sintió su aliento. Tuvo miedo.

Había dormido, pero había perdido la noción de cuándo el sueño la había devorado, a ella, que siempre se había vanagloriado de controlarlo.

Estaba despierta ahora, desnuda sobre las hojas, le dolía la garganta, tenía anginas; la bestia estaba tendida a su lado, eran como dos perros mojados...la bestia tenía los ojos inyectados, no por la furia, sino por el llanto. Sus ojos siempre lloraban, ella lo sabía, desde la primera vez que la había visto, no hacía más de dos años, cuando había bajado a buscarla.

Se miraron, la bestia habló, le dijo lo obvio, suavemente, lo que se cifra en los ciclos y el miedo fue puñal que le abrió el corazón. Ella no podía responderle por las anginas. Lloró, ahora la que lloraba era ella, por la impotencia de no poder articular palabra, por la frustración de no ser capaz de escupirle las anginas ensangrentadas en los ojos. Por no poder decirle: esta vez no.

La bestia suspiró, se sonrió, entendiendo quizá lo que ella no había podido manifestar y con condescendencia le aclaró: 'esta vez' significa que hubo otras veces antes, 'esta vez' es otra vez repetida, repetida, repetida.

La bestia se durmió, con paz en el rostro, pero ella no pudo por miedo a la locura. Tembló, prefería cárceles y anestesia (otra vez, otra vez, otra vez).

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