martes, 28 de abril de 2009

El último bastión

Acorralada, a punto de plantar bandera, al borde de la capitulación -suspiro, continúo- retrotraída al último rincón de mi trinchera, me sumí en horas de sueño y porciones de torta de canela (aún cuando odio la canela y su olor), buscando una señal.

Podría haber hundido mi cabeza en el inodoro, agregándole shampoo al agua para que cuando tirara la cadena la tortura se intensificase por la picazón en los ojos (el shampoo todavía me hace arder los ojos, como cuando tenía 4 años y odiaba que me lavaran la cabeza) Podría haberme sumergido en un río de vino tinto o flotado en un universo sonoro, pero no.

Pensé, en cambio, en el delirio de los mundos que crea mi mente (algunos los escribo, otros los habito) y me di cuenta de que ya no había escapatoria (ni en inodoros, ni en ríos de vino, ni en universos sonoros, ni en el insomnio de la mente).

Estaba sitiada. Y, aún cuando me encontraba en esas horas de la noche en las que la capacidad de pensar se vuelve un elemento de tortura y conciliar el sueño se sabe será una empresa napoleónica, caí dormida.

Y en el sueño ¿lúcido? me di cuenta, que aunque ya me encontraba en el último bastión, todavía había, todavía hay, espacio para la resistencia.

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