viernes, 12 de noviembre de 2010

Consistencia

Se volvió inconsistente, perdió solidez, se hizo penetrable, el cuerpo.

Sucedió de noche, como la mayoría de las veces cuando le ocurren las transformaciones, porque las transformaciones le ocurren, le suceden, no como parte de un proceso interno, sino acercadas desde el exterior, a veces con calma, otras con violencia. Él, el cuerpo, no decide sobre ellas. Ocurren, ocurren, ocurren, le ocurren.

Lo percibió en el momento. El primero fue como un fuego. Sintió calor, al principio era como la tibieza que traen ciertas mañanas de sol, pero pronto se intensificó. Un ser sin cuerpo, hecho de asfixia y delirio esteba frente a él, respiraba veneno, lo penetró, lo quemó, lo enloqueció, lo traspasó, con su corporeidad inexistente, tan inexistente como la suya que se dejaba penetrar, traspasar.

No fue gratuito el encuentro con El primero, a pesar de que haya entrado y salido, algo de él quedó allí, parte de su ardor sin tiempo y sin fin.

El segundo fue impetuoso y repentino, no se acercó, no se dejó ser sentido sino hasta el momento de la penetración. Era gaseoso y agrio, avinagrado, lo ocupó y se hizo grito en las heridas sin cerrar. Allí acampó.

El tercero fue nauseabundo, repulsivo y viscoso, llenó la boca y la nariz, quizá llenó también el resto del cuerpo, pero que importaba si a fuerza de violentar el gusto y el olfato, hacía que la única parte perceptible fuera la cabeza. El tercer ser, al igual que El primero, lo traspasó y también dejó sus residuos, una sensación eterna de vómito llenando la garganta.

El cuerpo recuperó su consistencia después de unas horas, pero ya no es el mismo.

Nunca lo será: fue habitado.

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