martes, 24 de mayo de 2011

La consigna revelada por las pupilas de la Pinzgauer

El vagón sostenía, encaprichado, una marcha constante e insoportable que nos dejaba a las vacas ausentes y a mi ante una única decisión posible, la de recostarnos sobre o contra lo que pudiéramos, intentando dormirnos.

Ellas se recostaban: unas contra otras, contra las ventanas, contra las puertas metálicas y algunas pocas, las más viejas, sobre el piso.

Yo: me recostaba sobre el lomo de la rubia de Aquitania.

El traqueteo del vagón sobre las vías que topológicamente permanecían inalteradas por las múltiples transformaciones que el infinito les imprimía no funcionaba como canción de cuna. En esas circunstancias estuve a punto de considerar que la dimensión onírica se nos negaría. Me equivocaba. El sueño se presentó gracias a un ejercicio sugerido por las pupilas de la Pinzgauer que expresaron, agrandándose y achicándose rítmicamente, la consigna a seguir. La fuimos ejecutando sobre el andar.

Comenzó a sonar un instrumento cuya sonoridad debíamos describir. La descripción se tatuaría en la piel de una de nosotras y fungiría como una bitácora, con el registro de lo sucedido en este submundo, para interpretación futura de una tropa de antropólogos aún no alumbrados.

Sonaba un charango. Describimos, ellas, las inexistentes y yo: la melodía que se desprende del charango es equiparable a una salsa de tomate, a un tuco espeso, cocinado un día martes.

El cuero de la Jersey albergó la descripción.

El sueño nos abrazó.

(Continuará)

1 comentario:

Édgar Ahumada dijo...

Antes que nada, te felicito por el blog y por tu prosa.
En esta entrada hay una serie de elementos que permiten al lector interpretar, y esa libertad siempre se agradece.
Viajar del "yo" al "ello" es un logro que espero algún día alcanzar.
Enhorabuena y quedo en espera de tu próxima entrega.