domingo, 24 de abril de 2011

Interludio: piromanía y helado de limón con champagne

Esta madrugada desperté con la esperanza de estar rodeada de vacas.

Sin embargo, lejos de todo lo que la periferia pudiera ofrecerme en materia habitacional matutina, sólo encontré una definición de mi misma. Definición que por la hora en la que fue interpretada bien podía igualarse a una rara avis, al hallazgo de un número primo por encima del millón trescientos cincuenta mil. No había dudas, pasados unos minutos, de que estaba frente a una definición de mi misma que había sido afilada como lo son las definiciones catalogadas en un diccionario o las de una entrada de la enciclopedia británica de mil novecientos sesenta y tantos que hoy descansa con el lomo medio ajado y las hojas llenas de un polvo rumiante que le presagia una muerte golpeada por la fagocitación y el regurgite, se trataba de una definición certera.

Me definía esta mañana: un impulso piromaníaco a quemar todas las primeras páginas de mis libros y una necesidad de helado de limón con champagne, para cambiar el sabor que dejaran las vidas pasadas y poder presentarme ante las nuevas con un paladar renovado.

Quizá, en definitiva, sólo sea un tema de etiqueta y no de definiciones. Esto lo pienso a un día de haber soñado una palabra que definía a aquellos que nacen pudiendo escribir con una mano y luego la traicionan para escribir con la otra y no, no se trata de diestros o siniestros. No en este caso.

martes, 12 de abril de 2011

Continuado: Interdit

Sin poder respirar comencé a desplazarme entre los cuerpos de las vacas ausentes, a bucear entre ellos. Sí, buceaba una solidez inexistente. Y aunque esto parezca imposible, a mí se me hizo probable. Fue entonces que me di cuenta que estaba muerta, pero aún muerta, conservaba la capacidad de pensar y de sentir.

Una holando-argentina que había entrado al único vagón de la formación me chupó las vísceras, que nunca entendí si estaban al descubierto o si yo todavía conservaba un cuerpo que las protegía.

Húmeda por dentro, deslizándome entre la masa de cuerpos rumiantes que no eran, me sentí de pronto ingerida por uno de los cuatro estómagos de una nueva vaca, cuya raza no supe distinguir y que inmediatamente después me regurgitó.

El único vagón de la formación se estaba desacelerando. Estábamos llegando a una estación de un moebius construido con vías. Porque a esas alturas estaba claro que el entramado subterráneo era eso, un símbolo infinito.

Regurgitada y escupida, mi cara quedó apretada contra una de las ventanas de la formación justo en el momento en el que el vagón se detuvo. Los carteles estaban escritos en francés. Y estaba claro que prohibían absolutamente todo, pues en cada uno de ellos se leía la palabra interdit.

(Continuará)

Entre paréntesis ausentes se lee a continuación:
Wikipedia dice: La vaca frisona, es una raza vacuna procedente de la región frisosajona (Frisia y Holanda del Norte, en los Países Bajos y Alemania), que destaca por su alta producción de leche, carne y su buena adaptabilidad. Estas características hicieron que fuera adoptada en ganaderías de numerosos países, siendo actualmente la raza más común en todo el mundo en granjas para la producción vacuna de leche. Este animal nace con un peso aproximado de 40 kg. Las vacas Holstein llegan a pesar alrededor de 600 kg, mientras que los toros alcanzan hasta los 1000 kg.

Entre corchetes ausentes se lee a continuación:
Yo digo: las vacas no existen.

viernes, 8 de abril de 2011

Continuará: vacas

Un viernes cualquiera, un viernes como hoy, yendo al trabajo, tomando el subte como todas las mañanas, las ausencias me demolieron el rostro y con él casi todos los sentidos, digo casi todos, porque solo me quedó el del tacto.

Llegaba tarde y salté dentro de uno de los vagones de la formación, como una autómata, sin prestar atención al panorama, porque, ¿qué podía haber de distinto? más, menos gente, quizá.

Me equivocaba.

El vagón estaba atestado de vacas, sus cuerpos se chocaban entre sí, apoyaban sus cabezas en los lomos de las otras vacas que tenían al lado y sus ubres, que eran como las ubres del mundo concentradas en un vagón del subte, secretaban riachos de una leche dulce y explosiva.

Casi asfixiada por los cuerpos rumiantes entendí que la formación no podía en realidad ser considerada como tal, pues solo un vagón transitaba por los rieles del bajo mundo.

(Continuará)

lunes, 4 de abril de 2011

Francotirador

(Ayer a la noche)

Apagué la luz del velador, albergando la ilusión de que podría hacer lo mismo con mi vida.

(Sin embargo)

Lejos de caminar entre los cuerpos de los muertos navegué por las aguas empantanadas de unos sueños rancios. Rancios, porque viejos conocidos, ya estaban vencidos. Mudanzas, pájaros, seres del pasado y la cara de la bestia, que se dibujaba sobre los azulejos blancos del baño de la terapia intensiva de un hospital.

(Ayer a la noche)

Soplé la luz de las velas creyendo que un soplido podría también terminar con mi vida.

(Ignotos)

Los mares que navegué estaban templados. Así y todo los pájaros que me habitan intentaron salir. (Ayer a la noche), rompieron mi cráneo, se desprendieron ensangretados de mi corteza viva, aunque deseosa de muertes y se dieron a la fuga.

(Ayer a la noche)

Busqué al francotirador capaz de acabar con los pájaros. En vano, todo fue en vano.

(Hoy)

Desperté pensando que como las luces de velas y veladores, intermitentes, agotadas, me desvanezco solo por el hecho de pensar que la vaca no existe. Que nunca estuvo allí.

(Aunque no quiera)

Me desarmo del dolor. Una vez más me repito, esparando aprender, que viviré sin las vacas o con sus ausencias.

(Hoy)

Un señor suspendido a la altura de un cuarto piso limpia el ventanal que miro, entre los rastros de detergente se dibuja sonriente la cara de la bestia.

(Solo)

Confirma mi certezas de vacas ausentes.

(Sola)