martes, 24 de mayo de 2011

La consigna revelada por las pupilas de la Pinzgauer

El vagón sostenía, encaprichado, una marcha constante e insoportable que nos dejaba a las vacas ausentes y a mi ante una única decisión posible, la de recostarnos sobre o contra lo que pudiéramos, intentando dormirnos.

Ellas se recostaban: unas contra otras, contra las ventanas, contra las puertas metálicas y algunas pocas, las más viejas, sobre el piso.

Yo: me recostaba sobre el lomo de la rubia de Aquitania.

El traqueteo del vagón sobre las vías que topológicamente permanecían inalteradas por las múltiples transformaciones que el infinito les imprimía no funcionaba como canción de cuna. En esas circunstancias estuve a punto de considerar que la dimensión onírica se nos negaría. Me equivocaba. El sueño se presentó gracias a un ejercicio sugerido por las pupilas de la Pinzgauer que expresaron, agrandándose y achicándose rítmicamente, la consigna a seguir. La fuimos ejecutando sobre el andar.

Comenzó a sonar un instrumento cuya sonoridad debíamos describir. La descripción se tatuaría en la piel de una de nosotras y fungiría como una bitácora, con el registro de lo sucedido en este submundo, para interpretación futura de una tropa de antropólogos aún no alumbrados.

Sonaba un charango. Describimos, ellas, las inexistentes y yo: la melodía que se desprende del charango es equiparable a una salsa de tomate, a un tuco espeso, cocinado un día martes.

El cuero de la Jersey albergó la descripción.

El sueño nos abrazó.

(Continuará)

viernes, 20 de mayo de 2011

Conexión, nado sincronizado y una nueva ruta

La superficie ardió. Lo sentimos en nuestros estómagos las vacas ausentes y esta presencia que las acompaña. Me nombro presencia, porque hace tiempo perdí la dimensión de lo que soy en este espacio.

El tren subterráneo y solitario que nos tiene cautivas había dejado el barrio chino ubicado en las profundidades de la tierra; ya perdía sus rumbos por nuevos canales, avenidas y adyacencias del bajomundo cuando sentimos la acidez punzante calarnos por dentro. A un mismo tiempo, como equipo nacional de nado sincronizado, nos retorcimos del dolor.

El fuego de la superficie ulceró nuestros estómagos.

(Conservo una imagen mia, reflejada en la ventanilla del vagón, regurgitando pasto mojado y magnolias, pero lo mío no fue nada en comparación a lo de las vacas, que regurjitaron todos los campos sembrados de Nepal y Malasia y hasta un pozo petrolero de Veracruz)

Mientras mi interior y el de las vacas se degajaba y la superficie se filtraba por sus propias llagas, el mapa de lo que parecía ser nuestro próximo destino se constelaba en mis pupilas.

(Continuará)

viernes, 13 de mayo de 2011

Matrioska

Pasó que una de las vacas del vagón era una matrioska.

Habíamos llegado al barrio chino subterráneo hacía unos veinte días, según recordaron las memorias de los que habían quedado en la superficie y nos mantenían vivas aún sin que nosotras lo supiéramos.

Pasó que las leyendas rusas también eran populares en los barrios chinos subterráneos.

En el transcurso de esa y otras atemporalidades, mi hígado era picado dentro de uno de los estómagos de una vaca Fernandina uruguaya por una cocinera de la provincia de Guangdong. A su lado, muy cerca de la cuchilla y algo alejados del fuego, descansaban los dedos de Marco Polo, aún con el olor de la pólvora descubierta siglos atrás.

Pasó que la cocinera de Guandong necesitaba dedos ajenos para hurgar su nariz.

Sin hígado, pero con los signos vitales intactos me dispuse a leer el último ejemplar de la revista dominical que comentaban aquellos que nos mantenían vivas en su memoria y que habitaban superficies lejanas, a las que me era permitido acceder entre fuga onírica y fuga onírica.

Pasó que hubo una riña de gallos que yo no presencié.

(continuará)

jueves, 5 de mayo de 2011

Orden de caos

Cuando pude volver a ser sujeto, luego de mi experiencia como palangana (y acá tengo que abrir un paréntesis obligatorio para decir que en otras circunstancias nunca hubiera podido escribir la palabra sujeto, simplemente por resultarme algo ajena, pero que, luego de cierto adoctrinamiento ocurrido en diversas sedes de una logia que opera en Palermo, he aprendido a amar esta palabra. La historia de la logia no viene al caso en este momento, sin embargo, por las ansiedades pujantes de premoniciones que ciertamente encontrarán espacio en relatos venideros no huelga aclarar que la función de esta organización semi secreta es la de sujetizar personas) Decía, cuando pude volver a ser sujeto, luego de mi experiencia como palangana, descubrí que el único vagón de la formación, atestado de vacas, tenía intenciones claras: se dirigía al barrio perdido. Recostada sobre el lomo de una vaca avileña negra prendí un cigarrillo que no iba a fumar (hace más de diez años que no lo hago) pero que me iba a ayudar a dilucidar las intenciones del vagón solo por el hecho de estar prendido en mi mano. No fue hasta que el cigarrillo se consumió casi hasta el filtro que entendí que el vagón quería abrirse paso por el barrio, descarrilándose del moebius implacable por el que transitaba, quizá con una necesidad incontenible de recorrer un nuevo orden de caos. Supe, esto no por el cigarrillo casi consumido sino por el iris de una vaca Rubia de Aquitania que tenía al lado, que el barrio perdido era un barrio chino. En todas las ciudades hay un barrio chino, pensé, hasta en las subterráneas.

(Continuará)

martes, 3 de mayo de 2011

De como me convertí en palangana

Hoy tengo la boca seca y el paladar que se resquebraja en grietas inaugurales de unas avenidas que confluyen en cierta bocacalle poco transitada por las ausencias. Poco transitada hasta hoy. Hasta hoy que despierto asfixiada y muerta debajo de una pila de frazadas que ayer a la noche me ahogaron apretándome el pecho hasta ahuecar mi caja toráxica, dejándola con forma de palangana. Como palangana estoy, ahora, en el único vagón que transita un moebius de vías subterráneas que no conducen a ninguna parte y conducen a todas, porque nunca se agotan. No se agotan, al igual que el agua viscosa que me llena a mi, palangana, y de donde beben las vacas. Las vacas ausentes de este vagón del subte, de esta bocacalle en la que confluyen avenidas inauguradas por las grietas resquebrajadas de mi paladar.

Estoy boca abajo. Despacio me controsiono, doblo mi espalda y me vuelvo un arco, curvo mis piernas hasta que las puntas de mis dedos tocan mi cabeza. Soy un círculo. Ojalá pudiera ser un cuadrado. Aunque sé que dificilmente pueda ser un cubo.