lunes, 15 de junio de 2009

Mis manos no

Cuenta que tuvo una infancia pobre. En ese entonces vivía en una casa de cartón, de un solo cuarto, junto a sus papás y a sus dos hermanos.

Repite hasta el cansancio, con lágrimas en los ojos, que su niñez fue la mejor, la más feliz, ¿por qué?, por el amor inmenso que le dieron sus padres.

Si uno le pregunta por sus sueños, ella responde que quisiera comprarle a sus papás una casa más linda, "no lujosa", aclara, sino cómoda.

Tiene 30 años y una enfermedad que la postra en la cama, imposibilitándola a cosas tan básicas como ir al baño. "Sabés que feo que es que te tengan que hacer todo", las lágrimas ruedan por sus mejillas.

Mira hacia abajo, casi no puede continuar, pero respira y sigue.

Está en lista de espera para recibir un tratamiento de última generación, que el sistema de salud público no cubre a todos los que lo necesitan. Mientras tanto, los medicamentos que le recetan, fuertísimos, la horadan por dentro y por fuera: su hígado se ha agrandado cuatro veces, ya no puede tener hijos y su cuerpo se yaga de tanto en tanto. Todo le duele al punto de que no puede ni siquiera caminar, y nadie la puede rozar, porque el hecho de que alguien la roce, le hace sentir el más lacerante de los dolores.

Y como si la descripción anterior no fuera suficiente agrega que ya no recuerda como es no sentir dolor.

Tiene 30 años, estudió odontología, pero solo trabaja cuando su cuerpo no se inflama y puede moverse, cuando no tiene que ir al hospital a hacerse ver por su enfermedad o las otras cinco que han surgido luego, producto de la primera.

Cuenta, que mientras espera que le llegue ese tratamiento le pide a dios, cada día de su vida, con todas sus fuerzas (las que su alma aún conserva, su cuerpo ya las perdió), que sus manos no se le deformen, porque si se le deforman, no va a poder ejercer su carrera y comprarle a sus papás una casa algo más cómoda.

Llora, llora mucho y pide, ruega:"mis manos no"

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