Hago el recuento de los vestigios de mi que, fragmentados, mi alma acarreó a través de los días.
¿Los fragmentos? Sí, son muchos, pero no tantos como los pecados de los jueves por la madrugada.
Estimo, concluyo: soy decenas, quizá no más de dos, desparramadas entre las sábanas.
Suspiro -con envidiable dicción-: ¡heme aquí!
Pienso: las horas se consumen, el dolor de mis partes es el testigo y mi cerebro su mecanógrafo.
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